Un show es un acto performativo donde el artista ejecuta lo que su inspiración y su equipo de producción han acordado. El espectáculo del medio tiempo del Súper Tazón, por contrato, deberá seguramente tener algunas restricciones de los tiempos y el uso del espacio, y quizás los representantes de la NFL , cuidadosos de su millonaria marca, hayan pretendido algunas veces micro gestionar detalles políticos ­–como supuestamente lo comentó el año pasado el rapero Dr. Dre, cuando aquellos le señalaron una línea de sus canciones y le pidieron a Eminem ­–quien aparecería en el mismo escenario, no hincarse al estilo Kaepernick. Sabemos que los republicanos también compran boletos y no se querrán perder esas entradas. Pero el espectáculo del medio tiempo del Súper Tazón, por contrato, seguramente no tendrá exigencias sobre su opulencia o exuberancia.

Desde el escandaloso Nipplegate, aquel acto de Justin Timberlake al descubrir una de las tetas de Janet Jackson para finalizar su show de 2004, el medio tiempo es frecuentemente concebido o interpretado desde la polémica. Es cuestión de gustos, sin duda. Pero los gustos están sustentados en perspectivas. Así, en 2020 mientras millones de personas se pusieron a debatir quién era mejor mujer, mejor cantante, mejor bailarina y quién tenía mejor cuerpo, si JLo o Shakira, otros lo que observaron fue una declaración de poder latino y poder femenino sobre la cultura norteamericana y patriarcal, respectivamente.

El mainstream de este show, celebrado desde la primera edición en 1967, ha sido la super producción, en los primeros años con las bandas musicales de las universidades estadounidenses y luego con artistas internacionales. El gasto comenzó a elevarse desde 1993, cuando exitosamente Michael Jackson vino a recuperar la audiencia que ya se distraía hacia otros lados. Hoy, el costo oscila en un millón de dólares por minuto, más menos. Patrocinado por anteriormente por Pepsi y ahora por Apple, los cantantes que se presentan no reciben ningún pago en cash, a sabiendas que, a cambio, las ventas de sus discos o seguidores se incrementarán por cientos de miles y hasta millones.

Este 2023, Rihanna no ha sido la excepción de la polémica, y con ello, la barbadense de 34 años aumentará sus seguidores y sus ventas. No solo de sus discos sino también de sus otras unidades de negocio, la línea de lencería y, más que nada, la de maquillaje (con el permiso que se dio para promoverla), misma que le ha dado mil 400 millones de dólares a su fortuna. Mientras este domingo unos vieron un show aburrido y plano, llegándolo a considerar el peor de la historia, otros vieron a una cantante consagrada que no necesitaba de ningún dúo, ni de bombo ni de platillo en producción, y mucho menos de enseñar el culo. Les bastó y les sobro con una probada de las canciones que la hicieron llegar a la cima en un escenario tremendamente estético, y contrastante entre rojo y blanco. Los primeros críticos, coléricos, recriminaron desgana por parte de la cantante. Reprobaron que no bailara. Los segundos quizás recordaban que Rihanna no es esta mujer complaciente sino de posturas y gestos mesurados. Aplaudieron la no sobre actuación. Los primeros críticos esperaban ansiosos la costumbre bulliciosa de este medio tiempo. Los segundos entendieron el lado humano tras la evidencia de su embarazo. Los primeros, quizás más parecidos a aquellos que pusieron a competir a JLo contra Shakira, anhelaban un profundo escote o que la cantante se despojara del overol y la coraza (Loewe) en lugar de colocarse una capa más (Alaia). Esperaban acaso la excentricidad de analizar cada milímetro de su cuerpo, tras su primer embarazo el año pasado. Los segundos quizás recordaban tras 18 años de estar en el spotlight, que Rihanna es una artista del pop, pero no superficial y sí de sustancia y fuertes convicciones.

El espectáculo y el arte no son estáticos, la inspiración tampoco. Estos trece minutos han sido el statement feminista más contundente que el show business haya presenciado, después de aquel de Beyoncé en 2014 durante los VMA , parada frente a un gran letrero con la palabra “FEMINISTA”, cuándo el término todavía intimidaba.

Rihanna lo ha hecho en sus propios términos. Pero tan sutilmente que la perspectiva denostadora cree que es una cuestión de talento o de ganas. Rihanna lo ha hecho personal. Entonces Rihanna lo ha hecho político. La cantante pasó a la historia por presentar un acto que va en contra de lo que la perspectiva patriarcal confiaba. La provocó. La incomodó.

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