Roberto Palazuelos representa todo lo que deberíamos de despreciar ya como cultura. Si el actor llega a ser candidato oficial de Movimiento Ciudadano para gobernador de Quintana Roo, la forma de hacer política en este país no ha cambiado nada. Si llega a ser el candidato más votado, los ciudadanos no habremos cambiado nada tampoco.
A lo atinadamente descrito por Ricardo Raphael en su libro Mirreynato, la otra desigualdad para personajes como Roberto Palazuelos, se agrega una serie de particularidades inmersas en el entendimiento de la vida, que impiden la evolución social de México. Roberto Palazuelos es famoso entre los famosos surgidos de la televisión por ser la imagen aspiracional del éxito y del poder. La cartera, la carita, el choro y la masculinidad de los años ochenta. Es, el falso self made man de una cultura clasista, de contactos más que de talentos, machista, oportunista, llena de violencia y llena de ignorancia, que a estas alturas debiéramos aborrecer.
El acapulqueño representa el miedo a no tener dinero porque sin él, no se tiene nada. El actor representa al mexicano farolero más de los bienes que ha adquirido, que de los conocimientos que ha desarrollado. Representa al ‘onvre’ enfurecido que reacciona y advierte una venganza sin reparar que lo hace públicamente y, peor aun, recargándose en un cargo público. Representa la masculinidad en una de sus peores expresiones. Cosifica a las mujeres que sugiere recoger con su colección de Ferraris, sin dejar de presumir -siempre públicamente- que “no perdona”, que no se le va una, pero que a esa mujer “que no perdonó”, más bien no es su tipo. Roberto Palazuelos no solo es este mexicano que antes que nada califica a la gente por su forma de vestir, sino que representa al mexicano que se siente más hombre porque siempre le han gustado las armas, y porque no solo sabe de ellas sino que las ha usado en eventos donde se llegaron a “matar dos cabrones”. Representa la arrogancia y el cinismo que da la impunidad y la desigualdad en este país. Palazuelos representa el galan que durante años los hombres querían ser y las mujeres tener. Representa el amigo influyente, el guey movido, el reventado, el de gran experiencia, el de gran influencia, el del ego disculpable, el de la autenticidad excusable, y el de la autoestima excedida. Representa la ceguera de la urgencia del cambio, del propio resultado de un populista en el poder, pero al mismo tiempo de la necesidad de balancear la carga morenista que atraviesa ya todo el país, con 17 gubernaturas y más de 58 millones de mexicanos gobernados, con un discurso que desprecia a los que hacen dinero, a los ricos, a los “aspiracionistas”, a los intencionados de hacer futuro, a los de la coalición PAN-PRI-PRD que conquistaron alcaldías en CDMX en las elecciones del año pasado. Palazuelos es la segunda consecuencia lógica y devastadora de la polarización. La primera está en Palacio Nacional atacando a sus enemigos, a los conservadores, a los adversarios, a los periodistas.
La sociedad que sucumba como ha sucumbido -por la prisa del poder- una parte del Movimiento Naranja ante un personaje así, irá en su propia contra, en retroceso a aquello que le ha hecho tanto daño a México, en donde lo social, lo macho, lo personal no ha sido tomado en cuenta cuando tanto pesa en lo profesional.