Sigamos llamándoles histéricas a las mujeres. Es una hermosa costumbre machista en una sociedad que abusa de ellas. Sigámosles llamando locas porque se desbordan a gritos en su inestabilidad emocional y sufren altos grados de ansiedad. Porque pintan monumentos o porque se llaman feministas y se quejan amargamente, en redes, en las calles o en sus casas. No es fácil ser una loca histérica. Hay que echarle ganas. Por ejemplo, encargarse de los hijos dos años que quedaron sin ir a la escuela, pero también encargarse de los adultos mayores que ya no pueden valerse por sí mismos, pero no dejar de trabajar un minuto porque seguramente perderían ese trabajo en el que no les pagan lo mismo que a un colega hombre, aunque tenga las mismas responsabilidades, incluso aunque a veces ella las realice mejor que él. Ser histérica no es cosa sencilla. Para ser histérica hay que tener menor libertad para tomar decisiones sobre sus propias vidas. Hay que ser agredida físicamente por la pareja o por alguien con quien viven. Hay que ser agredida con ácido o con cualquier otra arma que las lleve hasta la muerte. Entonces ya no podrán ser histéricas, porque han perdido la vida. Solo así se deja de ser histérica en este país.
No sorprende que en la recientemente publicada Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado (ENBIARE) del INEGI, las mujeres salgan reprobadas en balance anímico y con menor satisfacción de vida que los hombres. Con la pandemia y el encierro, la tragedia económica, el mundo se les volvió a venir encima, por carga doble o triple, o cuádruple. De entre la muestra de casi 40 mil personas encuestadas, el 19.5% de las mujeres reportaron síntomas de depresión, frente al 10.7% de los hombres. En estados como Guerrero, Tabasco y Zacatecas, más del 25% de las mujeres respondieron haber tenido síntomas como falta de concentración, falta de sueño, falta de disfrute de la vida y exceso de tristeza. Mientras, la ansiedad no perdonó tampoco a las histéricas. De las personas encuestadas, 23.2% de las mujeres reportó padecer severos síntomas de ansiedad, frente solo al 15% de los hombres. En estados como Puebla Chiapas, Michoacán, Guerrero, Oaxaca y San Luis Potosí más del 60% de las mujeres dijo sentir altos grados de nerviosismo, intranquilidad y falta de control de sus preocupaciones. ¿Será casualidad que Chiapas y San Luis Potosí se encuentren entre dos de las ocho entidades que concentran el 57% de los feminicidios en el país?
Y cuando se habla de libertad para tomar decisiones, las mujeres vuelven a tener una razón más para reportar un desbalance emocional. El 7.7% de las encuestadas reportó no tener libertad en la toma de decisiones en sus vidas, frente al 4.9% de los hombres.
En cuanto a los estados emocionales positivos y negativos que recuerda haber experimentado la persona durante el día anterior a la entrevista del INEGI, el balance reportado por las mujeres es menor (4.69) que el de los hombres (5.49) en todos los grupos de edad. Esto es que las mujeres tienen un balance más negativo que los hombres. Entonces, las histéricas viven cansadas, agotadas, de mal humor.
El reporte que nos entrega el INEGI, con Julio Santaella todavía en la presidencia, habla de la falta de políticas públicas con perspectiva de género. Habla de lo que no ha hecho el gobierno. Habla de la oportunidad que debe tomarse para resolver el bienestar de los ciudadanos, de todos y no solo de la mitad. Refleja bien cómo el bienestar es más un aspecto de creencia en las instituciones y la participación ciudadana, que de las tradiciones, fiestas o partidos de futbol que no dejan un sentimiento de bienestar de fondo.
Que las mujeres sigan coqueteando o dejándose llevar por la histeria, y que las sigan llamando histéricas en las calles o en la rebeldía a la sumisión mientras ésta sirva para reivindicarse frente a cultura patriarcal. Que la histeria non pare hasta que se viva en condiciones de igualdad y de oportunidades.