Después de iniciada la pandemia por Covid-19, el Foro Económico Mundial agregó 36 años, la cifra que obtiene con base en diferentes métricas para calcular cuándo se alcanzará la verdadera paridad de género. De todas las malas noticias que nos trajo el virus en 2020, una de las más desoladoras fue la del asentamiento de la revolución femenina. No solo las mandaron a sus casas, sino que las mujeres vieron morir a los parientes que cuidaban muy de cerca, vieron aumentar sus horas de trabajo, reducir sus sueldos, desaparecer sus sueldos, elevar sus grados de ansiedad, elevar sus grados de depresión, elevar sus deudas, explotar muchos de sus problemas. Un año después de comenzada la pandemia, en México 7 de cada diez personas que habían perdido su trabajo eran mujeres. La recuperación económica, sabemos, será lenta. La recuperación de la salud mental, sabemos, irá con estragos. La recuperación de los parientes, sabemos, será imposible. Y a pesar de este negro panorama, la recuperación de las calles será posible. La recuperación de la lucha es inminente.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, las mujeres que habían salido de sus casas para suplir a los hombres en las fábricas, se vieron forzadas a regresar. Haber comprobado que eran capaces de ejercer con éxito los puestos ocupados por ellos no les dio precisamente la oportunidad de quedarse con algunos. La economía y la cultura norteamericanas impulsaron la idea de que la mujer pertenecía a su hogar y que su felicidad estaba en atender a su marido y a sus hijos, además de realizar las labores de limpieza de la casa. La frustración e infelicidad de las mujeres era de esperarse, pero los médicos no lo diagnosticaron así. En esa época la opresión de solo ser una ama de casa, los especialistas la llamaron “el problema femenino, el problema que no tiene nombre”, y fue explicado por algunos psicoanalistas como el resultado de las dificultades que las mujeres con un nivel educativo presentaban a la hora de adaptarse a su verdadero rol social. La famosa Betty Friedan, egresada del Smith College de la carrera de Psicología y con posgrado en Berkeley, tuvo la agudeza de observar algo distinto, justamente desde su propia experiencia. Después de analizar cientos de testimonios de mujeres de todo Estados Unidos, la autora del libro “La mística femenina” (1963) confirmó que en la gran mayoría de las mujeres predominaba una sensación que “no llegaba a ser depresión; sino que era una especie de insatisfacción creciente… pues aunque aquellas mujeres