Para Vladimir Putin, la desaparición de la URSS fue la peor catástrofe geopolítica del siglo XX y hoy este ex KGB moviliza una abrumadora “ofensiva militar”, que tal vez podría catalogarse como una nueva versión de “Guerra Fría”.
Los impactos son muchos y ahora incalculables, por la incertidumbre de la escalada militar e intervencionista: en el mercado de energía; en la volatilidad de los financieros; en el comercio mundial, en la inflación del orbe, en fin, en un momento donde globalmente se entraba al segundo año de recuperación, con menor ímpetu, después del traumático shock de 2020.
Las represalias de Estados Unidos y la Unión Europa contra, Putin, el Presidente y Lavrov -el canciller-; así como, a la oligarquía rusa, han sido muchas y no se han dejado esperar. Además, el apoyo regional e internacional se ha movilizado a gran velocidad.
Con las sanciones y penalizaciones se limitarán los ingresos financieros de Rusia de manera importante. Se golpea al 70% del sistema bancario y a empresas estatales. Hay sanciones contra bancos; congelamiento de cuentas; veto al fondo soberano de Moscú; cierres de espacios aéreos a Aeroflot y a jets privados de los oligarcas rusos; limitación de exportaciones tecnológicas a Rusia, entre otras muchas más.
¿La intervención a Ucrania es una crisis con justificación diseñada por motivos de seguridad con una agenda política ajena a la tradición liberal europea, o una movilización por intereses económicos donde el gas, está en el centro del debate, o bien un afán expansionista para la conformación de la Gran Rusia, o todo a la vez?
Cualesquiera que sean las razones, la estabilidad geopolítica mundial ha sido desafiada primero por Rusia, luego por China con Taiwán y Hong Kong. La verdad es que nunca, ni Putin ni Xi Jinping, negaron su afán imperialista, ni sus proyectos de reunificación nacional. La estrategia de Occidente de que las posibles pérdidas diplomáticas y económicas por dominar territorios claves para su seguridad nacional eran menores, tal vez tuvieron un error de cálculo. El tema de seguridad tendrá, entonces, que ser replanteado, como mínimo.
En efecto, Rusia se preparó para esta guerra, política y económicamente. Siempre ha anhelado la salida del comercio a Occidente y al Mar Negro, que Ucrania representa, y a la riqueza, en sí misma de ésta.
Tal vez con varias apuestas, como apuntan algunos expertos en la materia: que Occidente no respondería militarmente a la afrenta por no iniciar una Tercera Guerra Mundial; que las sanciones no sean tan drásticas por el temor de un efecto boomerang de quienes las impusieron; y, que la Unión Europea acabe cediendo por temor a la desestabilización, con un éxodo de refugiados mayor a los desplazados por la guerra de Siria y del avance del Estado Islámico.
El líder ruso lo que sí quiere crear es la mayor inestabilidad posible entre los 27 miembros, para que cuando se vuelva al diálogo diplomático, tenga la mesa puesta, siendo este uno de los objetivos del Kremlin. Acusando a Ucrania de la nazificación, Putin ahora se quiere apropiar de esta, resentido de haber sucumbido a la Guerra Fría en 1991, desea adueñarse de la hegemonía europea. Quizá abriendo una nueva versión de aquélla, que añora haber perdido, ahora comete crímenes de guerra y de lesa humanidad.
Esta es una guerra, de entrada, muy desigual, todo el poderío ruso contra la valentía ucraniana. Moscú apostaba por una guerra relámpago, pero la resistencia civil la está haciendo más lenta y no en la progresión que ellos pensaban. Como ha dicho el Papa Francisco “toda guerra deja peor al mundo que como estaba y es un fracaso de la política y la humanidad”.
Ojalá más pronto que tarde, exista una distensión del conflicto y que las acciones de la comunidad internacional sean contundentes. Sin duda, cualquiera que sea el desenlace estamos en un punto de inflexión del orden económico internacional.
Directora del Instituto de Desarrollo Empresarial Anáhuac en la Universidad Anáhuac México, campus Norte
Email: idea@anahuac.mx