Después de la pandemia, se desataron temores de seguridad nacional. Esto influye en que la política de Biden se diferencie, incluso, del resto de los demócratas.

Por un lado internamente promueve una política industrial, con el fin de propulsar la competitividad estadounidense y en lo externo retoma el proteccionismo, con una política exterior hacia China, principal exportador mundial, incluso más férrea que la ejercida en la época de Trump. Esta no solo incluye el control de exportaciones de chips y semiconductores, sino también la limitación de las inversiones estadounidenses tecnológicas en China. Al final el objetivo es disminuir la posibilidad de que los militares de ese país saquen “tajada" de este herramental y terminen por incidir en su supremacía bélica.

Esto ha contribuido a la fragmentación regional. Y si bien es cierto que Biden ha hecho a China el eje de su política exterior, también al G-7 (que además incluye a Japón, Canadá, Alemania, Francia, Italia y Reino Unido), le preocupa la coerción económica que pueda ejercer este país, como ya lo ha hecho con Australia y Lituania. Por lo tanto, estos países también están a favor de la mitigación de riesgos y la diversificación y promueven de esta manera la reducción de su “excesiva dependencia” en las cadenas de suministro de sus países de la producción china, incluso buscando asociaciones con naciones de ingreso medio y bajo. El G-7 estaría incluso dispuesto a ofrecer apoyo a estos países, a fin de garantizarles un papel más importante en las cadenas de suministro de productos relacionados con la energía. Siempre cuidando que las inversiones hechas en estos países anfitriones no socaven su soberanía. La diversificación es vista como un elemento poderoso para mantener la estabilidad macroeconómica y salvaguardar la seguridad energética.

La reubicación de la producción que se lleva a cabo en Asia, a lugares más cercanos a Estados Unidos ya está beneficiando a México, y contribuirá a la reindustrialización de la región. El nearshoring o la relocalización de empresas, representa una oportunidad para México. Tan solo empresas del sector eléctrico interesadas en invertir en el país podrían representar 50 mil millones de dólares en los próximos cinco a 10 años. La diversificación de inversiones es amplia, pero el sector automotriz es el que lleva la delantera, ya que enfrentó la grave escasez de semiconductores desde que empezó la pandemia. En particular, el presidente Biden ha expresado su interés también por los vehículos eléctricos, lo que indica nos sólo una política comercial más activa, pero también una política pública más agresiva en ese país. Sin embargo, la falta de infraestructura, inseguridad e insuficiente abasto de agua, principalmente, podrían frenar la atracción de inversiones en México. En este sentido se debería recapitular sobre cómo ganar ventajas competitivas, en estos ámbitos y en el de desarrollo de capacidades técnicas, para aprovechar este “momento” para México.

Trump socavó el multilateralismo, el gran reto de Biden era el de recuperar esa hegemonía; sin embargo confrontar la creciente influencia China en el Continente, ha concentrado, particularmente, su atención, aún más que el apoyo de Ucrania contra Rusia o las sanciones a Irán. En este sentido la política exterior de la administración Biden, ha mantenido una continuidad frente a su predecesor al considerar a China como “el competidor estratégico más importante y el mayor desafío para el orden internacional basado en normas”.

Coordinadora de la Maestría en Economía y Negocios y Directora del Instituto de Desarrollo Empresarial Anáhuac en la Universidad Anáhuac, México Norte

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