Isabel Castillo / Latinoamérica21

Hasta hace pocos años, la política chilena era predecible. En elecciones presidenciales, desde 1989 a la fecha, hemos sabido sin mayores sobresaltos quienes ocuparían el primer y segundo lugar. Sin embargo, tras las movilizaciones de 2019 la volatilidad se ha hecho presente de manera que, a pocos días de las elecciones presidenciales y parlamentarias, todo pronóstico sobre quiénes competirán en una segunda vuelta ( ) resulta arriesgado.

Liderando la carrera está Gabriel Boric de la coalición Apruebo Dignidad (conformada por el Frente Amplio y el Partido Comunista). El actual diputado venció a su competidor comunista en las primarias de julio, sorprendiendo por lo abultado del triunfo (60 vs 40%) luego de que Daniel Jadue liderara las encuestas por meses (que han sido muy criticadas últimamente). Navegando sobre la ola de la victoria del Apruebo en el plebiscito constitucional de octubre 2020 y el éxito de las listas de izquierda en las elecciones para la constituyente de mayo de este año, Boric ha liderado la carrera desde entonces.

Su campaña busca reflejar parte del ethos del proceso constituyente: avanzar hacia un país con mayores seguridades para la población, con inclusión de sectores históricamente excluidos, con énfasis en la sostenibilidad ambiental y poniendo fin al modelo neoliberal. En un momento económico complejo de alta inflación y déficit fiscal tras el abultado gasto producido durante la pandemia, Boric ha buscado calmar a los mercados mediante la gradualidad del programa e incorporando tecnócratas asociados a los gobiernos de la ex Concertación.

En la primaria de la derecha resultó vencedor Sebastián Sichel, quien parecía ser el principal competidor de Boric. Con orígenes en la centro-izquierda, Sichel basó su campaña en sus atributos personales, ser independiente de los partidos políticos y apelando a un votante centrista. Este perfil le dejó un flanco abierto por la derecha. Apenas Sichel comenzó a bajar en las encuestas por una serie de errores en responder a cuestionamientos sobre su trayectoria (que había trabajado como lobista o que su campaña parlamentaria de 2009 recibió donaciones ilegales por parte de empresarios), el apoyo que ha ido perdiendo en las últimas semanas se trasladó al candidato de extrema derecha, que ahora disputa el primer lugar con Boric.

José Antonio Kast, líder del recientemente creado Partido Republicano, compite por segunda vez por la presidencia. En 2017 obtuvo un 8% de los votos. Como muchos populistas, lo improvisada e irrealizable de su plataforma así como la falta de preparación de los equipos que lo acompañan, dan cuenta de que nunca esperó tener opción de disputar la segunda vuelta. Su programa se centra en la reducción generalizada de impuestos, una serie de medidas autoritarias en materia de orden público e inmigración y la promoción de una visión conservadora de la familia y las relaciones de género, eliminando el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, limitando la aplicación de la ley de aborto y favoreciendo a familias casadas mediante la política social. Ahora que ha subido en las encuestas, su equipo buscará introducir algunas modificaciones al programa y en general negar que el candidato sea extremo.

A los errores de Sichel se sumaron la crisis migratoria y la instalación del eje violencia/orden como un tema de campaña – en buena parte por acción del gobierno – para beneficio de Kast. La violencia es tema recurrente desde las movilizaciones sociales que se iniciaron en octubre de 2019 que estuvieron acompañadas de regulares episodios de violencia por parte de pequeños grupos: saqueos, enfrentamientos con Carabineros y destrucción de mobiliario público. A esto se suma el conflicto entre Estado y pueblo Mapuche. Y sin que se hayan producido reformas relevantes a dos años del estallido social, sectores de la población evidencian cierto agotamiento con los ejes del debate público y pueden volcarse hacia otras preocupaciones, como las planteadas por Kast.

El ascenso de Kast ha puesto en una disyuntiva a la coalición de derecha moderada (como ocurre en todas partes frente al ascenso de la derecha radical), la que sin embargo se ha resuelto sorpresivamente rápido. Diversos representantes de los partidos de derecha, particularmente de la UDI, han manifestado su apoyo a Kast y es claro que en una eventual segunda vuelta no tendrán problemas en respaldarlo. Esto da cuenta de que ambas derechas tienen una raíz común – Kast fue diputado de la UDI por varios período y mantiene relaciones con muchos miembros del partido – y que los intentos de renovación de una derecha moderna y liberal han sido limitados. Sichel optó por una estrategia frontal al dar libertad de acción a los partidos que lo apoyaban y ha sido uno de los principales críticos de Kast, manteniendo el apoyo de sectores de derecha más moderados, que parecen ser minoritarios.

El apoyo de buena parte de la derecha puede consolidar a Kast en el segundo lugar. Alternativamente, el mayor escrutinio a la candidatura de Kast y el temor ante una campaña más polarizada puede llevar a que sectores moderados se movilicen en apoyo a Yasna Provoste, la candidata de la ex Concertación y que actualmente se encuentra tercera en las encuestas. Hasta el momento esto no ha ocurrido, pero en las primarias muchos votantes parecen haber decidido su opción en las últimas dos semanas de campaña y siguen habiendo muchos indecisos.

Más allá de los resultados de la elección, hay tres elementos que se vislumbran como claves para los años venideros. Primero, la extrema derecha se instala como un actor relevante en la política chilena. Una probable consecuencia será una alta polarización en el plebiscito para ratificar la nueva constitución que debiese desarrollarse en 2022. Veremos, entonces, un movimiento por el rechazo que puede ampliamente superar el 22% obtenido en el plebiscito de entrada. Segundo, veremos un congreso altamente fraccionado. A los tres bloques actuales (izquierda, centro-izquierda y derecha, cada uno tensionado internamente) posiblemente se sumarán representantes de la lista de Kast y de otros conglomerados menores. Sacar adelante cualquier reforma, entonces, no será cuestión fácil.

Tercero, y al igual como hemos visto en otros países de la región, es probable que se instale una política de péndulo, esto es, que haya mayor alternancia en los gobiernos y que predominen tendencias centrífugas. Un nuevo ciclo de dos décadas lideradas por una coalición, como fueron los años de la Concertación, se ve fuera de pronóstico.


Isabel Castillo es politóloga es investigadora postdoctoral en la Escuela de Gobierno, Universidad Católica de Chile e investigadora del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social. Miembro de la Red de Politólogas.
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