Por: Álvaro Zapatel

La tradición oral de la antigua Grecia dejó como legado a la humanidad un conjunto de mitos y leyendas en la incesante búsqueda por explicar, a través de aquellos relatos fantásticos, la belleza y la barbaridad de la naturaleza humana. En ese universo, dioses, semidioses y mortales participaban en un baile inacabable en el que convergían el amor y la traición, la hermandad y la vendetta, la escaramuza y la paz. Tales historias, muchas veces dramáticas y trágicas, debieran servir de lección, al haber sido testigos de la decadente circunstancia en la que nuestros gobernantes, como protagonistas de esta infame tragedia, pretendieron jugar a ser dioses.

La tragedia del “vacunazo” tuvo como personaje central a Martín Vizcarra. El moqueguano, presidente del Perú hasta noviembre del 2020, conspiró junto con altos funcionarios de su gobierno, diplomáticos, y su propia familia, para vacunarse subrepticiamente contra el SARS-CoV2 con una muestra proporcionada por el laboratorio chino Sinopharm. En total, fueron más de 700 personas las que recibieron la vacuna de forma irregular y sin seguir los protocolos consignados por el propio gobierno de Vizcarra o la exministra de Salud, Pilar Mazzetti, quien también fue beneficiaria de la infame dosis.

Entre marzo y noviembre, millones de peruanos depositaron su confianza en Vizcarra, en un contexto de crisis nacional. Sin embargo, y como si de la pluma de Homero se tratase, la traición de Vizcarra al pueblo peruano parece haber sido el elemento inspirador para el mito de Tántalo.

Dice el mito que el mortal Tántalo, hijo de Zeus con una ninfa, fue invitado a la mesa de los dioses a participar en el Olimpo y escuchar las intimidades que allí se ventilaban. Tal invitación hizo que Tántalo cayera víctima de la soberbia, y traicionó la confianza de los dioses al revelar entre los mortales las infidencias oídas sentado a la mesa de Zeus.

No contento con ello, Tántalo se dedicó a robar la ambrosía y el néctar de los dioses, alimentos sagrados que conferían la inmortalidad. Por si fuera poco, el inefable invitado comenzó a repartir ambas entre sus amigos, crimen que cometió junto con otros que terminaron por hartar a los dioses del Olimpo.

Como castigo, Zeus decidió que, por traidor y ladrón, Tántalo sufriera tormentos eternos en el inframundo. Allí, como condena a su infatigable ambición, este tendría que pasar sed y hambre, teniendo al lado suyo un estanque de agua y árboles frutales. Al acercarse a comer y beber, el agua del estanque y los frutales se alejarían incesantemente, lo que llevaría a Tántalo a vivir en un suplicio permanente producto de su avaricia y traición.

El historiador israelí Yuval Noah Harari afirma en su afamado libro Sapiens que nuestras capacidades como especie han permitido extrapolar el límite de nuestra imaginación y han hecho posible lo que en tiempos de Ovidio o Sófocles hubiera sido visto como obra de hechicería, magia o milagro mitológico. En tal sentido, crear vacunas que permitan blindarnos ante la amenaza de una pandemia global, es producto de esa maravilla divina que bien pudiera ser el néctar y ambrosía de la que disfrutaban los dioses.

En una democracia representativa, si caben dioses, estos se personifican en el ciudadano. El ciudadano delega y quita poder según lo considere pertinente. La fatalidad consiste en que son los políticos quienes, abusando de la confianza de sus dioses ciudadanos, pretenden usurpar ese lugar y alcanzar la inmortalidad, o bien en este contexto, la inmunidad de la vacuna. En el caso peruano, Martín Vizcarra no solo se vacunó a espaldas de la población, sino que buscó beneficiar a su entorno cercano y luego maquillar la miserable realidad con verso y pantalla.

Así como con el caso de Vizcarra, hemos sido testigos del comportamiento éticamente condenable -y que podría derivar en delito en algunos casos- de distintas autoridades a nivel internacional. Desde presidentes, hasta miembros de la burocracia argentina o la realeza española, son ya varios los casos que ponen en evidencia esta debilidad por caer en los vicios de Tántalo.

La ciudadanía vive sometida a una permanente perfidia y decepción de quienes se sientan a su mesa vestidos de falsa amabilidad y espíritu de servicio. En el Perú, Vizcarra y sus allegados, como Tántalo, engañaron a la ciudadanía y se sirvieron del néctar de la inmortalidad con deslealtad y malicia. La fortuna y maravillosa oportunidad de enmienda, sin embargo, reside en que sepamos reconocer a Tántalo y sancionarlo como corresponde, primero con el retiro de la confianza y luego con la justicia de los hombres.

La antigua Grecia nos deja como lección que, en el imaginario colectivo de esa civilización, la deshonestidad y la traición a mansalva se pagaban caro. Corresponde, entonces, que los ciudadanos peruanos, siguiendo tal lección, premien al buen servidor y sancionen con drasticidad al felón. Si lo entendieron los griegos tres mil años atrás, hoy también es posible hacer el esfuerzo.

Álvaro Zapatel es economista y Profesor Asociado de la Universidad Complutense y del Instituto de Empresa de Madrid. Máster en Administración Pública por la Universidad de Princeton.

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