Por: Enrique Gomáriz Moraga/Latinoaérica21

A estas alturas del conflicto, se debe distinguir dos momentos: el antes y el después de la agresión de Rusia a Ucrania. El primero está marcado por la responsabilidad de los distintos actores a la hora de evitar una confrontación militar. Y el actual, que parte de la condena rotunda de la violación del derecho internacional que conlleva la agresión de Moscú. . Pero hay muchos otros países responsables por no haber logrado establecer condiciones para evitara la guerra.

La UE es responsable por la disolución de la clara distinción que existía en los años 90’ entre los intereses de la propia UE y la OTAN respecto de la seguridad en el continente. Encuentro tras otro, esta distinción se ha ido difuminando, hasta que en la reunión del pasado 19 de febrero en Múnich de la Organización de Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), quedó claro que la identificación de la UE con la OTAN es casi total.

Ello determina un segundo factor, el resurgimiento del atlantismo ideológico en Europa y Estados Unidos. Los discursos de los representantes occidentales reflejan una excesiva confianza en la disuasión que ha representado la ampliación de la Alianza Atlántica en las dos décadas anteriores. Esto explica la arrogancia exhibida por sus líderes para rechazar cualquier objeción de Rusia acerca de que esa ampliación afectaba a su seguridad y de que el caso de Ucrania era un punto de no retorno.

En realidad, parece que la OTAN y la UE hubiesen actuado adrede para incrementar la molestia rusa y fortalecer así los argumentos del autócrata ruso. El analista mexicano Carlos Taibo ha escrito que Putin es en buena medida producto de la OTAN. Habría que agregar que el reverdecimiento de la OTAN es en gran medida un producto de la prepotencia de Putin y que este infernal círculo vicioso es el que habría que romper para evitar una escalada del conflicto.

Así se llega a la intervención rusa del 24 de febrero, que abre una nueva fase del conflicto. La decisión de Putin viene acompañada del apoyo institucional en la Duma (parlamento ruso) y de la mayoría de la opinión pública en su país. Esa relativa fortaleza interna ha llevado a Putin a desconocer una máxima reiterada: para defender las causas propias en una confrontación geopolítica hay líneas rojas que no se pueden sobrepasar. Al perpetrar una agresión armada, se desvanece bajo la condena de la comunidad internacional el argumento de Moscú acerca de la amenaza de occidental a su propia seguridad.

Con la agresión militar, Putin ha proporcionado el deseado escenario político autoanunciado por los halcones europeos y de la Alianza Atlántica. Ha logrado que la OTAN y los Estados Unidos se reivindiquen como verdaderos oráculos de las intenciones últimas de Putin, que los países de la UE reduzcan significativamente sus diferencias (al menos en público) y que la ONU, cuyo Secretario General, Antonio Guterres, no hace mucho decía estar seguro de que nunca se produciría una guerra abierta, condene sin paliativos al gobierno de Moscú. En suma, con su agresión, Putin pierde buena parte de su legitimidad dentro y fuera de fronteras.

¿Cuáles han sido las razones para que Putin haya optado por llevar a la confrontación armada el contencioso geopolítico? Existen razones de orden militar que, por cierto, han incorporado algunos cálculos erróneos. De hecho, se ha creado el mito, en buena parte gracias a los medios occidentales, de que todo lo que está sucediendo responde exactamente a los planes diseñados por un siniestro estratega: Putin. Ese supuesto dista mucho de la realidad.

Como antiguo jefe de la KGB, Putin es consiente de la importancia de tener un plan, pero también de la necesidad de readaptarse dependiendo del contexto. No es cierto que Putin haya usado astutamente la opción diplomática del presidente Macron para camuflar su verdadera intención de invadir Ucrania. Putin estaba dispuesto a seguir cualquier camino para impedir la entrada de Ucrania en la OTAN y obligarla a mantener relaciones estrechas con Rusia. Pero la respuesta occidental a esas exigencias fue un altisonante rechazo.

Por otro lado, la opción militar no está resultando tan sencilla como podía preverse. El cálculo del Kremlin de imponerse rápidamente en todo el territorio de las dos provincias, Donest y Lugansk ha fallado. El gobierno ucraniano ha sido capaz de una concentración de fuerzas considerable en esa región, lo que ha obligado a Rusia a tratar de evitarlo impulsando ataques disuasorios en otras partes del territorio ucraniano. Algo que realiza en la noche del 24 de febrero.

Hay que subrayar que Rusia no tiene la capacidad para plantearse una invasión territorial generalizada ya que se estima que para invadir un territorio del tamaño de Ucrania serían necesarios un millón y medio de efectivos. Por lo tanto, con alguna excepción los ataques se concentran en algunas ciudades fronterizas y la propia Kiev, que está a solo 60 kilómetros de la frontera con Bielorrusia.

Al comprobar que no encontraba obstáculos en el camino hacia Kiev, Moscú ha incurrido en otro error de cálculo: pensar que la ciudad caería de inmediato y que podía convertir al gobierno del presidente Zelenski en objetivo militar directo. Pero la toma de Kiev y su distrito gubernamental, lo cual se esperaba que sucediera en la noche del sábado 26 de febrero, no ha sucedido porque la movilización de fuerzas armadas y milicianas han conseguido la autodefensa de la ciudad. Puede ser que Kiev caiga en los próximos días, pero cada jornada que pasa es un paso más hacia el desencadenamiento de una guerra de guerrillas en el resto del país, algo que Rusia quiere evitar.

Un escenario enfangado en una guerra irregular que se extienda en el tiempo es lo que busca evitar Moscú. Entre otras razones, porque si bien Putin tiene hoy el apoyo mayoritario de los actores políticos y la población rusa, esa situación puede cambiar rápidamente. Mantener una guerra abierta por mucho tiempo y sin el más mínimo respaldo político fuera de fronteras, sumado a unas sanciones económicas occidentales, puede recordar a la población rusa el fantasma del fracaso de la guerra en Afganistán.

Putin puede equivocarse también acerca de las consecuencias que tiene este órdago militar en la política doméstica de su país. Por eso acaba de entreabrir la puerta a una posible negociación para un alto el fuego con las autoridades de Kiev. Y si en principio ha incitado a los mandos militares ucranios a hacerse con el poder, para negociar con ellos, eso parece desdibujarse, entre otras razones porque depende mucho de la velocidad con que consiga capturar al presidente Zelenski y su gobierno.

Puede que el conflicto armado en Ucrania, lejos de estar concluyendo, apenas esté comenzando. Esto es algo que en todo caso sufrirá Ucrania, que es, en última instancia, la verdadera víctima de esta guerra y del indeseable círculo vicioso que la precedió.

Enrique Gomáriz Moraga preparó su doctorado en sociología política con Ralph Miliband. Participó en Zona Abierta y la refundación de Leviatán. Fue el primer director de Tiempo de Paz, revista española sobre paz y seguridad. Trabajó en FLACSO Chile y ha sido consultor internacional de agencias como PNUD, FNUAP, GIZ, IDRC, BID.

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