La vuelta de Luiz Inácio Lula da Silva a la Presidencia de Brasil ha suscitado grandes expectativas. Sin embargo, las circunstancias internacionales y nacionales han cambiado respecto a sus dos mandatos anteriores. El propio Lula parece diferente. Su actuación en política exterior ha empezado con graves desatinos acerca de la guerra en Ucrania, donde pretende ahora ofrecerse como mediador de paz.
En 2002 y 2006 Lula gozó de una situación muy favorable
Llegado al poder en 2003, Lula pudo beneficiarse de un contexto internacional favorable. Los altos precios internacionales de las commodities garantizaban ingentes recursos para su política social y exterior. Otros líderes de la región compartían su visión del mundo. Juntos conformaron un frente progresista que proporcionó esperanza a un continente en búsqueda de progreso social y económico y de un papel internacional más protagónico. El relativo retiro de Estados Unidos del continente, junto al crecimiento de China y otras potencias emergentes, abrieron espacios para América Latina y sus dirigentes.
A escala nacional, Lula ganó la competencia electoral, con más del 60% de los votos en los balotajes de 2002 y 2006. En aquellas elecciones, el Tribunal Superior Electoral (TSE) obligó a los partidos políticos con candidatos presidenciales a no formar coaliciones con partidos rivales en las concomitantes elecciones legislativas y de gobernadores. Esto fortaleció la gobernabilidad a escala federal. Lula tenía en aquel entonces un mandato claro y propositivo: fortalecer la agenda social, luchar contra la pobreza y la desigualdad, y acompañar el país hacia un papel más céntrico en el ámbito global.
El propio Lula y su Partido de los Trabajadores (PT) se presentaban como algo novedoso. Eso, a pesar de que Lula competía por la Presidencia por cuarta vez en 2002. El mandatario se
presentaba como un campeón del pueblo y de los marginados. A la vez, hablaba y actuaba con pragmatismo para no alienar a sectores nacionales e internacionales y contribuir a una imagen de moderación y credibilidad del Gobierno y del país.
En 2023 los escenarios son muy diferentes
Hoy la situación es diferente. En el plano internacional, la bonanza de las commodities acabó limitando la posibilidad de gastos sociales. La pandemia de la COVID-19 y la guerra en Ucrania están cambiando el rumbo político y económico de las grandes potencias. Las alianzas internacionales serán cada vez más estratégicas y menos contingentes. El espacio para aventuras internacionales resultaría restringido.
América Latina está profundamente dividida en temas económicos, de entendimiento de la democracia, derechos humanos, Estado de derecho y modelos de desarrollo. Es razonable preguntarse si América Latina sigue constituyendo una comunidad de valores compartidos. No habrá fácilmente otra marea progresista pese a las elecciones en Chile y Colombia y al futuro resultado en Argentina y Paraguay.
En el frente interno, Lula ganó las elecciones de 2022 con menos del 51% de los votos, tiene una mayoría de gobernadores contrarios en estados claves y no controla el Congreso. La situación económica y social es difícil. Brasil no se había recuperado todavía de la grave recesión de 2015 y 2016, y la economía cayó otra vez en 2020 por la pandemia. El ataque al Congreso, hecho que ocurrió en enero de este año, demostró la fuerza de la oposición más allá del bolsonarismo y que hay una mitad del país en contra del lulismo.
El propio Lula ha cambiado
El propio Lula, a los 77 años de edad, parece tener menos energía, lo que sería natural y comprensible. Su figura y propuesta política no son algo novedoso, sino una vuelta al pasado. Más que en una agenda propositiva, el Lula actual se concentra en una conflictiva. En 2003, cuando asumió por primera vez, trató de reasegurar a los escépticos y a los que no lo habían votado. En 2023, en su inauguración prometió un gobierno para 215 millones de brasileños, pero, a la vez, se centró en la crítica al gobierno anterior. Lula lo tildó duramente de “proyecto de destrucción nacional” y lo hizo en un Congreso donde la mayoría son partidarios del expresidente, y la mayor bancada es la bolsonarista.
Tal vez esa no sea la forma más adecuada para reunir y apaciguar a una sociedad polarizada. Las posibles medidas económicas del Gobierno preocupan a los inversionistas internacionales que temen una inestabilidad exacerbada y una agitación política notoria. Además, los escándalos y la experiencia judicial con encarcelamiento dañaron la credibilidad de Lula ante los ojos de una amplia parte del electorado. El uso político del poder judicial, en un sentido o en el otro, no ayuda a la estabilidad del país.
Un desempeño cuestionable en la guerra en Ucrania Lula ha generado grandes expectativas sobre todo en política exterior. Sus partidarios esperan un relanzamiento de la integración latinoamericana, un renacimiento del sur global y un papel
internacional protagónico de Brasil. Eso será complicado porque las condiciones no son las de 2003 o 2007. La agenda internacional está orientada hacia la guerra en Ucrania. Lula está tratando de meterse en este asunto para relanzar las ambiciones internacionales de Brasil, pero su actuación hasta ahora y los antecedentes invitarían a ser cautelosos.
Como candidato, en mayo de 2022, declaró que el presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky, “era tan responsable como Vladímir Putin por la guerra”. Y agregó que el presidente Joe Biden y la Unión Europea eran igualmente culpables por no haber negociado lo suficiente con Putin. Esta es una posición muy ideológica y equivocada. Si uno no quiere, no se puede negociar. Pero el mandatario brasileño, después de un año de guerra y atrocidades, comentó: “Si uno no quiere, dos no pueden pelear”. Eso no es verdad. Si hay un agresor, dos pueden pelear aunque la víctima no quiera. Bien debería saberlo el presidente de un país que ocupa el decimoquinto puesto de 195 países en el mundo por homicidios intencionales y el cuarto lugar por robos violentos, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc).
Con tales declaraciones como credenciales, ahora Lula pretende ser mediador de paz en Ucrania. Su propuesta incluiría a la India, China e Indonesia para integrar un grupo de mediadores y pedir un cese de las hostilidades. La propuesta, como la de China, no distingue entre agresor y agredido. No sorprende que Rusia haya reaccionado positivamente. Sin embargo, un cese de hostilidad sin concesiones de Rusia sería condonar la agresión de Moscú. También valdría la pena recordar el fracaso de la tentativa de mediación de Brasil, junto a Turquía en 2010, en cuanto al enriquecimiento de uranio de Irán. Meterse en asuntos muy grandes y mediáticos sin el adecuado estatus y respaldo puede resultar contraproducente y afectar el consenso. En ese aventurismo, sí: Lula sigue siendo el mismo.
Gian Luca Gardini es profesor de Historia de las Relaciones Internacionales, de la Universidad de Udine (Italia) y titular de la cátedra ad personam Carlos Saavedra Lamas en relaciones internacionales, de la Universidad Friedrich-Alexander de Erlangen-Núremberg (Alemania). www.latinoamerica21.com, medio plural comprometido con la divulgación de opinión crítica e información veraz sobre América Latina. Síguenos en @Latinoamerica21