Por: Martha Ardila

Colombia ha sido tradicionalmente un aliado incondicional de Estados Unidos, independientemente de si el huésped de la Casa Blanca era republicano o demócrata. Este acomodamiento ideológico y/o pragmático con la potencia del norte —principal socio comercial de Colombia, el mayor inversionista y país de residencia de 2.643.178 colombianos— depende, sin embargo, de las preferencias de los tomadores de decisiones, así como de las élites políticas gobernantes. En los últimos años, la relación entre Donald Trump e Iván Duque, sin embargo, fue más fuerte y terminó rompiendo esa tradición bipartidista. Funcionarios del gobierno colombiano apoyaron la reelección de Trump y la candidatura de Mauricio Claver-Carone a la presidencia del BID, lo que generó malestar entre los líderes demócratas y latinoamericanos.

A pesar de que la constitución de 1991 buscaba fortalecer la integración de Colombia con América Latina y el Caribe, Estados Unidos ha seguido siendo el principal referente para diseñar los lineamientos externos colombianos. Y en este sentido, se observa una triangulación de las relaciones internacionales con Venezuela, China y Cuba en temas como migración, drogas y multilateralismo.

A pesar de ese Respice Polum —“mirar hacia el norte” —, la relación con China se sigue fortaleciendo. Es el segundo socio comercial de Colombia y las inversiones en infraestructura han venido aumentando como lo demuestra la adjudicación del metro de Bogotá a las compañías China Harbour Engineering Company Limited (Chec) y Xi'An Rail Transportation Group Company Limited. A partir de la pandemia, también se han fortalecido los vínculos con Corea y Alemania, gracias a la cooperación.

Los cambios sucedidos en los últimos meses plantean una reformulación de las relaciones entre Colombia y Estados Unidos. El nuevo presidente Joe Biden ha dado muestras que su administración plantea enfoques diferentes en temas como democracia y con ello la implementación del acuerdo de paz y la protección de los derechos humanos, la lucha contra el narcotráfico y el crimen transnacional, la respuesta a la crisis en Venezuela, la expansión del comercio, el cambio climático y los derechos humanos. Sin embargo, el desinterés por América Latina parece mantenerse intacto al igual que la continuidad en el esfuerzo por recuperar el liderazgo frente a China.

Tres posibles escenarios en las relaciones con Estados Unidos

Teniendo en cuenta estas consideraciones se plantean tres escenarios posibles para las nuevas relaciones entre Colombia con Estados Unidos bajo la administración Biden: de continuidad, cambio e intermedio.

En el primer escenario, de continuidad y matices, Estados Unidos enfocaría sus esfuerzos en la recuperación económica interna y en particular la pandemia, a la vez que buscaría apoyos para legitimar su liderazgo. En su relación con Colombia enviaría mensajes de fortalecimiento de la democracia y que para la Casa Blanca la opción militar para sacar a Maduro no es válida. Se enfocaría en temas de salud pública y prevención y advertiría de los riesgos del uso del glifosato para combatir cultivos ilícitos. En lo multilateral, y a pesar de haber regresado a la OMS y al Acuerdo de París, buscaría aliados para realizar un softbalancing al poderío y presencia de China particularmente en América Latina.

Este sería un escenario más retórico que de acciones hacia Colombia, que haría sentir cómodo a las élites políticas gobernantes representadas principalmente por el Centro Democrático —partido liderado por el expresidente Álvaro Uribe—, así como a las élites económicas y las Fuerzas Militares. En este marco, Colombia fortalecería su relación comercial, política y militar con Estados Unidos, moderaría su lenguaje confrontacional frente al gobierno de Venezuela y realizaría declaraciones retóricas frente a los inmigrantes procedentes de ese país como ha sido el Estatuto Temporal Migratorio formulado hace un mes.

En el segundo escenario, de presiones y cambios, Estados Unidos solicitaría un mayor compromiso con la democracia, mayor independencia judicial acogiéndose a las decisiones de las Altas Cortes y en materia ambiental, acciones que vayan más allá de la retórica del Pacto de Leticia, como se conoce al acuerdo regional para proteger la cuenca del río Amazonas. En cuanto a Venezuela, el gobierno de Biden plantearía abiertamente una mirada más amplia que contemple el diálogo y presionaría a los organismos multilaterales para forzar a que Nicolás Maduro negocie la transición a través de elecciones libres.

Ante esta situación, el gobierno de Duque se vería obligado a reorientar la agenda bilateral con Estados Unidos. Debería fortalecer la democracia, la protección de los derechos humanos y particularmente de los líderes sociales, así como comprometerse explícitamente con la implementación del acuerdo de paz, del que el propio presidente Biden hizo parte.

En cuanto a su relación con Venezuela, debería moderar su lenguaje frente al gobierno de Maduro y reabrir algunos consulados. Recordemos que Bogotá no tiene embajador en Caracas desde el 2018 y que en el 2019 se rompieron las relaciones diplomáticas entre ambos países, generando un vacío institucional. A cambio, la Casa Blanca continuaría apoyando económicamente a la administración de Duque para afrontar la presencia de los cerca de dos millones de inmigrantes venezolanos en territorio colombiano.

Ante el tema de las drogas ilícitas, el Ministerio de Defensa debería enfocarse más en la prevención y salud pública, e implementar políticas laborales ya que la pandemia de Covid-19 ha reducido las posibilidades de muchos campesinos a sus cultivo.

El tercer escenario plantea una situación intermedia, tomaría elementos de los dos anteriores, y es el más probable que ocurra. Todo dependería de la evolución de los factores internos y externos mencionados, pero debido al enfoque conciliador de Biden, este no apostaría por cambios radicales. El margen de maniobra, tanto para Estados Unidos como para Colombia, variaría según el tema. Para el primero pesan más los elementos estructurales e institucionales mientras que para Colombia influye más la voluntad política, así como las presiones externas y de las elites internas. Como ejemplo, para Estados Unidos la relación de Colombia con Cuba no sería una prioridad, pero por otro lado apoyaría las negociaciones con la guerrilla del ELN.

Lo más razonable, en este escenario más pragmático, sería que el gobierno de Iván Duque se distanciara de la ideologización de su política exterior, con una agenda integral con los Estados Unidos y con acciones puntuales hacia los países con una presencia ascendente en Colombia.

Martha Ardila es cientista política y profesora e investigadora de la Universidad Externado de Colombia (Bogotá). Doctora en Ciencia Política y Relaciones Internacionales. Editora de la revista OASIS. Especializada en las relaciones internacionales en América Latina.
www.latinoamerica21.com

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