Se cumplen 50 años de la publicación de la obra de un movimiento eclesial que consiguió gran predicamento social en toda América Latina. Un movimiento cuya represión por parte de la propia Iglesia Católica marcó decisivamente la historia religiosa, social y política de los países de la región al allanar el camino al evangelismo. El libro Teología de la Liberación. Perspectivas, del sacerdote, filósofo e historiador peruano Gustavo Gutiérrez, marcó una época y se convirtió en el texto de referencia para pensar al progresismo católico latinoamericano.

Por Juan Daniel Elorza Saravia/Latinoamérica21
 

Apoyándose en la metodología de las ciencias sociales, el teólogo fue la voz de un sentir de denuncia y renovación muy difundido entre la curia hispanoamericana interpelada por la pobreza y la violencia. Un sentir que quedó evidenciado en la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM) celebrada en Medellín en 1968, y que fue una revisión crítica de la realidad de la Iglesia en el continente a luz del Concilio Vaticano II. Es en Medellín donde la Teología de la liberación (TL) se consolidó y la Iglesia latinoamericana tomó conciencia de que también tenía que aportar a la teología desde la experiencia cotidiana en las comunidades. Se irrumpió con propuestas para una nueva manera de ser iglesia en la que los pobres ya no eran vistos como los que “heredarán el reino de los cielos”, pues su muy terrenal miseria es causa de un “pecado estructural” convertido en Sistema que institucionaliza la injusticia.

La opción de Dios por los pobres no es solo una tesis para la salvación del alma en el más allá, sino que exige en el más acá la liberación de la opresión. El hecho de que todas estas tesis se apoyaran en el materialismo dialéctico y en la ciencia social más avanzada del momento hizo que se confundieran la metodología con el mensaje y lo coyuntural con lo permanente, haciendo saltar todas las alarmas anticomunistas.

La Curia Romana y los estamentos militares de Estados Unidos y de casi todos los países latinoamericanos se empeñaron en erradicar este fenómeno dejando un incontable número de mártires en nuestros países: Romero, Ellacuría, Gerardi, Espinal, Rosales, Mackinnon, Poblete, Hubert Guillard, y muchos otros que no podemos olvidar.

El cerco persecutorio institucional se cerró, el Vaticano intervino rápidamente la CELAM, nombrando como secretario a un joven y muy conservador obispo colombiano que se convirtió en el más acendrado inquisidor contra el progresismo. Se sentaron así las bases de un eficiente triángulo correccional: López Trujillo/Ratzinger/Wojtyla. El colombiano reprimiendo desde el terreno latinoamericano, el alemán desde la Congregación para la Doctrina de la Fe y el polaco desde la silla de Pedro.

La sistemática reacción de Roma frente a la TL, como un asunto de disciplina interna, significó un gran esfuerzo para depurar los círculos eclesiales, mientras afuera seguían creciendo los problemas de exclusión social que son la verdadera fuente del mal.

En el fragor de las luchas sociales de los 80, los religiosos resistentes tuvieron que hacer su labor pastoral bajo constante amenaza. Unos cuantos se radicalizaron y tomaron las armas, integrándose en diversos grupos insurgentes, y esto sirvió de excusa para intensificar su persecución.

Mientras la Teología de la liberación perdía toda legitimidad institucional y era tratada como la hija no deseada del Concilio Vaticano II, su hijo predilecto: el Ecumenismo, avanzaba con fuerza en la legitimación del evangelismo. La agenda de reunificación de la cristiandad hizo que los grupos evangélicos dejaran de ser calificados por Roma como “seguidores de la herejía protestante” para pasar a considerarlos “hermanos en la fe”.

Este proceso legitimador se afianzó jurídicamente en la década de los noventa cuando las nuevas o reformadas Constituciones latinoamericanas blindaron la libertad de culto como un derecho fundamental garantizado por los jueces frente al Estado y los particulares. Una vez conseguida esta protección, la acción religiosa se politizaría rápidamente y las iglesias cristianas cambiarían de repente su postura. De considerar la política como una actividad corrupta pasaron a participar activamente en ella. Primero apoyando electoralmente a formaciones tradicionales y más adelante con movimientos y candidatos propios.

Así se convirtieron en el actor emergente de nuestras democracias. Los sectores populares que años antes habían comenzado a cobijar una esperanza organizativa y liberadora en las Comunidades Eclesiales de Base se vieron a la deriva. Y, mientras tanto, el evangelismo penetraba barriadas y pueblos con asistencialismo y apoyo espiritual; llevando un mensaje a los pobres y haciéndose fuertes allí donde nuestros Estados estaban ausentes.

Actualmente, cerca del 20% de los latinoamericanos pertenece a alguna iglesia evangélica y casi la mitad de esas personas nacieron católicas. El crecimiento exponencial del pentecostalismo demuestra que los pobres optaron por un tipo de relación más personal con Dios que diera libre juego a la dimensión mística y espiritista que habita en nuestros pueblos.

Con su enorme éxito, la llamada “Teología de la Prosperidad” de hoy pone en cuestión la opción por los pobres de la TL de ayer. Pues Dios no quiere a sus hijos pobres, aquí la pobreza es síntoma de un problema espiritual y no la consecuencia de una explotación estructural.

La práctica religiosa de estos pobres no tiene el horizonte puesto en la liberación social, sino en la prosperidad individual, algo perfectamente compatible con el neoliberalismo. Algunos templos y pastores exhiben su ostentación y opulencia y las iglesias cuentan con gran libertad para movilizar recursos. Presenciamos la construcción de un nuevo corporativismo religioso transnacional con propiedad de conglomerados mediáticos y un poder político incuestionable. Nada más lejano al evangelio liberador de los comprometidos teólogos latinoamericanos de los 70s y 80s.

Durante los pontificados de Juan Paulo II y Benedicto XVI se impugnó este movimiento, renegando de una gran oportunidad de contacto más espiritual de la Iglesia con la realidad social. Muchos pobres corrieron en desbandada hacia las iglesias pentecostales. Pero como las causas que le dieron origen no fueron eliminadas, la Teología de la Liberación tampoco pudo ser eliminada. Su trabajo intelectual y sus estrategias de actuación son la base sobre la que se apoyan hoy otras teologías críticas como las que responden al grito de las mujeres y al grito de la tierra.

Hoy, el primer papa latinoamericano, quien fuera testigo directo de esa labor pastoral, trae un cambio de actitud a Roma. Francisco llegó pidiendo una “Iglesia pobre entre los pobres”, reconociendo el valor de las luchas, desbloqueando causas de beatificación como la de Monseñor Romero, y mostrando su apoyo al ala carismática del catolicismo. Sin embargo, los pobres ya han tomado su opción, han cambiado la liberación del Sistema por la prosperidad en el Sistema. Que Dios se apiade de los pobres.

Juan Daniel Elorza Saravia es Profesor e investigador de la Universidad de Salamanca y Doctor en Derecho Constitucional y Filosofía del Derecho por dicha universidad. Máster en Argumentación Jurídica por la Univ. de Alicante. Especializado en derecho constitucional. Sus temas de investigación giran en torno a la axiología con perspectiva iberoamericanista.

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