Por: Javier Hernández

El proceso constituyente chileno ha concitado interés por diversos motivos: su paridad de género, escaños reservados para pueblos originarios y su sistema electoral entre otros aspectos. Sin embargo, el proceso no ha tenido en cuenta la relación entre la élite y el resto de la sociedad.

Las élites, entendidas como grupos minoritarios de personas que concentran las posiciones de importancia dentro de una sociedad, han estado presentes históricamente en toda sociedad de cierta magnitud. Entre sociedades existen diferencias en la distancia entre estas élites y el resto de la sociedad, sin embargo, sus posiciones necesitan ser legitimadas por el resto de la sociedad. En caso contrario, las sociedades pueden experimentar crisis y/o grandes transformaciones.

La distancia entre élite y la sociedad tiene distintas manifestaciones. Una es la movilidad, tanto hacia dentro como hacia fuera del selecto grupo. Otra dimensión tiene que ver con la distancia en el acceso a recursos, bienes y servicios, lo que se traduce en estilo y calidad de vida. Y una tercera dimensión se asocia con diferencias en las percepciones y en la forma de entender la realidad, por tener experiencias e intereses distintos.

En el caso de Chile, llama la atención la gran distancia entre élites y sociedad que se expresa en una baja movilidad social y una alta reproducción intergeneracional de la élite. Es muy probable que quien nace en la élite se mantenga en ella y que quien no, no logre ese tipo de posiciones. Esto se explica por la importancia de los contactos, los apellidos y la participación en instituciones exclusivas para acceder a oportunidades.

Asimismo, se aprecia una importante segregación social, en la que quienes tienen mayores ingresos acceden a ciertos colegios, vecindarios, instituciones de salud y otros servicios donde coinciden las personas con un origen común homogéneo, obteniendo además una calidad muy diferente al resto de la población. Todo esto configura que el patrón de desigualdad de Chile, uno de los países más desiguales del mundo, sea justamente su alta concentración de riqueza y bienestar en un número reducido de personas.

Respecto de las percepciones, un estudio reciente de los investigadores Atria y Rovira llama la atención sobre la gran diferencia de percepciones y valoraciones que existe entre la élite, sobre todo la económica, y el resto de la población. Esta diferencia es tan marcada, que pareciera que vivieran en países diferentes.

Desde 1998, algunos estudios en Chile, principalmente desde el PNUD, identifican un malestar social asociado a que las promesas que trajo el retorno a la democracia habían sido defraudadas, al tiempo que las personas percibían que sus condiciones materiales mejoraban, pero no al ritmo de la élite. Este malestar parece haber explotado en octubre de 2019, advirtiendo que la distancia entre élite y sociedad había alcanzado una situación crítica. El progreso del país que la elite había proyectado al mundo no era percibido igual por el conjunto de la población.

Simultáneamente, se derrumbó la idea de que, si la élite mejora sus condiciones, esos beneficios tarde o temprano se traspasarían a todos. Parecería ser que cada vez más personas creen que lo que ganan unos es a costa de otros. Así, se observa un quiebre, que pareció motivar reflexiones y aperturas por parte de sectores de la élite, abriendo la posibilidad a cambios tendientes a un nuevo trato.

No obstante, durante las últimas semanas las declaraciones de diferentes dirigentes de gremios empresariales en medio de la pandemia rechazando las ayudas económicas propuestas por el gobierno, que pese a su carácter asistencialista tendrían un efecto redistributivo, han causado polémica. Esto demuestra la poca empatía de la élite por el resto de la población.

En consecuencia, parece que, pese a las buenas intenciones de ciertas personas, la distancia entre la elite y el resto de la sociedad genera una caja de resonancia en que el discurso de la élite se reproduce entre personas que perciben la realidad de una forma similar, y, al mismo tiempo, la hacen ignorar lo que viven muchas personas cotidianamente.

El proceso constituyente que enfrenta Chile y cuyo próximo hito es la elección de convencionales este 15 y 16 de mayo, es una oportunidad para reconfigurar la relación entre elite y sociedad, reduciendo estas distancias. Para ello es clave que en la experiencia constituyente participen, tanto como convencionales y/o en otros roles, personas de diferentes sectores de la sociedad. El riesgo de que sea una nueva instancia capturada por la élite implicaría que nuevamente se ignore la experiencia de parte importante de la población, lo que podría intensificar la fractura social.

Es momento de construir una institucionalidad donde los destinos del empresariado, de las autoridades políticas, de las grandes rentas y el resto de la población se proyecten desde un horizonte común. Ello implica un nuevo trato. Como se dijo al principio, si bien toda sociedad tiene élites, la distancia que se aprecia en Chile es inusual. Sociedades en las que las propias élites utilizan, cuidan y desarrollan los servicios a los que accede la mayoría de la población, y donde las oportunidades y las condiciones de vida están menos determinadas por el origen social, tienden a presentar mayores grados de cohesión y capacidad para afrontar desafíos en común, como ha demostrado esta pandemia.

Además, una élite que cambia y se renueva, incorporando personas de diversos orígenes, tiene mayores posibilidades de interpretar cambios y anticipar las medidas necesarias para el bienestar común.

Javier Hernández es sociólogo y profesor asociado del Departamento de Sociología, Ciencia Política y Administración Pública de la Universidad Católica de Temuco. Doctor en Sociología por University of Edinburgh.

www.latinoamerica21.com, un medio plural comprometido con la divulgación de información crítica y veraz sobre América Latina.

Google News

TEMAS RELACIONADOS