Por: Detlef Nolte
Los presidentes de los estados miembros de la Comunidad de Estados de América Latina y del Caribe (CELAC) se reunirán en septiembre por primera vez desde 2017. La comunidad, que estuvo paralizada por casi tres años y estuvo en riesgo de sufrir la misma suerte que la UNASUR o convertirse en una “organización zombi”, resucitó cuando México asumió la presidencia pro tempore en enero de 2020. Pero el capital político recientemente acumulado podría agotarse rápidamente si la CELAC se convierte en un instrumento de las ambiciones políticas de México y Argentina. El gobierno argentino ya se ha declarado dispuesto a suceder a México y asumir la Presidencia pro tempore de la CELAC en 2022.
Cuando el gobierno de AMLO asumió el liderazgo, se propuso resucitar la CELAC concentrándose en temas de cooperación internacional y dejando de lado las diferencias políticas. La estrategia funcionó. La comunidad, impulsada por la pandemia, aprovechó, a diferencia de otras organizaciones regionales que no cumplieron con las expectativas, a actuar en un campo en el que no había estado activa hasta entonces.
Las relaciones entre México y Argentina
Las relaciones entre México y Argentina, ambos con gobiernos de izquierda, se han estrechado desde la elección de Alberto Fernández. A mediados de junio, cuando la OEA condenó con amplia mayoría las violaciones de derechos humanos en Nicaragua, ambos gobiernos se abstuvieron. Ambos gobiernos comparten, también, las críticas al secretario general de la OEA, Luis Almagro, cuya reelección no pudieron evitar. Y a principios de junio, el canciller mexicano, Ebrard, calificó a Almagro como uno de los peores secretarios la historia de la OEA.
El gobierno mexicano aprovechó, además, una reunión de los cancilleres de CELAC en la Ciudad de México para lanzar un nuevo proyecto bolivariano. Parafraseando a Marx, parece que se podría decir que la historia se repite como farsa. El 24 de julio, con presencia de los cancilleres de CELAC el gobierno mexicano organizó un evento para conmemorar a Simón Bolívar, que no tiene nada que ver con la independencia de México, pero que ahora sirve para reclamar un liderazgo mexicano en el proceso de integración latinoamericano. En su afán, el gobierno mexicano olvide que los éxitos de su presidencia pro tempore se debieron al hecho de que se ignoraron deliberadamente temas políticamente controvertidos y dominó un enfoque de cooperar en áreas de política práctica.
El discurso del presidente mexicano en el acto conmemorativo ha producido burbujas de aire que podrían volver a paralizar a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, como ha sucedido previamente con tantos otros proyectos de integración regional. AMLO planteó la idea de sustituir la OEA, lo que es un tema políticamente controvertido y difícilmente encontrará consenso en América Latina.
Además, propuso “construir algo semejante a la Unión Europea” , lo que es otro ejemplo de un regionalismo puramente declaratorio. Para crear un proyecto comparable a la UE hace falta una sólida base económica, y el comercio intrarregional latinoamericano ha tocado fondo durante la pandemia.
Además, económicamente México está desconectado del resto de América Latina por lo que se necesita mucha fantasía para imaginarlo como el motor de un proyecto autónomo de integración latinoamericana. El TLC con EE.UU. y Canadá y la dependencia económica de EE.UU. imponen límites estrechos al espacio de maniobra económica de México. Y los límites de la independencia de Estados Unidos y de la solidaridad con los países latinoamericanos se hicieron evidentes cuando el gobierno de Trump obligó a México a limitar los flujos migratorios.
Los valores comunes de una comunidad
Además, los integrantes de la UE comparten ciertos valores como el compromiso con la protección de los derechos humanos y la democracia. En los casos de erosión de la democracia y del estado de derecho como es el caso de Polonia y Hungría, el resto de los integrantes ejercen presión para contener las tendencias autoritarias. En contraste, los líderes autoproclamados del nuevo proyecto de integración latinoamericano, Argentina y México, abogan por el silencio en el caso de violaciones a los derechos humanos y de normas democráticas con referencia a los principios de la no intervención y del respeto a la autodeterminación. El presidente mexicano incluso ve a Cuba, por su resistencia contra Estados Unidos, como “la nueva Numancia” y “patrimonio de la humanidad”, pero no menciona las protestas sociales y la represión policial.
Si uno es malicioso puede ver un significado simbólico en el hecho de que, antes de asumir los problemas en la tierra, los países miembros de la CELAC acordaron en primer lugar crear una Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio (ALCE). Pero el enfoque adecuado debe basarse en intensificar la cooperación en temas técnicos, en el sector de salud, en las transformaciones científicas-tecnológicas y en medidas preventivas de desastres naturales y en la protección ambiental para mitigar el cambio climático.
Las ambiciones políticas de México y Argentina, como su aliado principal, han vuelto a poner en riesgo la reciente revitalización de la CELAC. Esto es más cierto cuando la revitalización de la cooperación regional va de la mano de un encubrimiento de las violaciones de derechos humanos en América Latina. Ambos países buscan perfilarse internacionalmente sin grandes esfuerzos para desviar la atención de los problemas domésticas, y en lugar de enfrentarse directamente a Estados Unidos, se esconden detrás del escudo protector de la CELAC.
De cara a la futura presidencia argentina pro tempore de CELAC es importante señalar que debería ser posible cooperar en cuestiones técnicas y criticar abiertamente las violaciones a los derechos humanos y a quienes se saltan las normas democráticas. Solo así los Estados de América Latina y el Caribe podrán convertirse en una comunidad de estados, como sugiere el nombre de la CELAC. Una comunidad presupone un consenso básico sobre valores comunes, no solo a nivel de declaraciones, sino también en la práctica.
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Detlef Nolte es cientista político e investigador asociado del German Institute of Global and Area Studies - GIGA (Hamburgo, Alemania) y del German Council on Foreign Relations (DGAP). Fue Director del Instituto de Estudios Latinoamericanos y Vicepresidente del GIGA.