Por: Leonardo Magalhães

Quienes trabajan en el campo profesional de la opinión pública en América Latina saben que existe un embargo mediático a la publicación de encuestas de opinión, superado sólo por los tradicionales institutos de demoscopia en sus respectivos países. En los grandes medios de comunicación tradicionales, son pocas las encuestadoras que tienen las puertas siempre abiertas para la difusión de encuestas de intención de voto, mientras que las empresas más recientes a menudo no logran publicar sus datos. Esta exclusividad no se apoya en criterios de calidad o capacidad de predicción, ya que las encuestadoras más recientes han mostrado mejores resultados que las tradicionales en las últimas elecciones.

La tradición de publicar encuestas de algunas pocas fuentes, que se remonta a una época en la que sólo existían tales encuestadoras, ya no tiene sentido. Esta actitud desalienta el libre mercado en el ámbito de la opinión pública, no estimula el aumento de la calidad de los sondeos e impide el acceso público a una mayor pluralidad de fuentes de información fiable.

Los institutos de investigación tradicionales de América Latina nacieron y se consolidaron en el siglo XX cuando existían muy pocas instituciones con capacidad técnica e intelectual para la ardua labor de comprender el clima social de poblaciones enteras.

La politóloga de la Universidad de Harvard, Pippa Norris, afirma que uno de los rasgos característicos de la evolución de las campañas electorales a lo largo del siglo XX es identificable, entre otras cosas, por la centralidad que las encuestas de opinión ganaron en la política. La autora explica que en las campañas premodernas los candidatos se presentaban con sus propias propuestas y buscaban el consenso del público sin recurrir a los sondeos de opinión. Según Norris, con la llegada de las campañas postmodernas en los últimos decenios, los políticos comenzaron a utilizar las encuestas para comprender a los votantes y así construir una amplia variedad de discursos personalizados que se adaptaran a cada segmento del electorado.

En este contexto, los principales medios de comunicación se asociaron con las encuestadoras tradicionales en un momento en que estos estudio era sumamente costoso, complejo y accesible para muy pocos. Hoy en día el panorama es mucho más complejo, ya que en los últimos diez años han surgido nuevas empresas de investigación que, si bien son relativamente menos conocidas, han demostrado una mayor capacidad en materia de previsión electoral que los institutos tradicionales de varios países. Sobre todo, gracias al uso de métodos de estratificación muestral más precisos y analíticos, que tienen en cuenta aspectos de lo social que las antiguas encuestadoras todavía no utilizan.

Un ejemplo emblemático es el del instituto de investigación brasileño AtlasIntel, que realiza encuestas exclusivamente vía web. La encuestadora logró el mejor desempeño en las elecciones municipales brasileñas de 2020 según el diario O Antagonista y fue la única encuestadora que acertó el resultado de la elección presidencial argentina de 2019, según El Clarín. AtlasIntel fue también la mejor encuestadora en las recientes elecciones presidenciales de EE.UU. Según los datos de FiveThirtyEight, Atlas quedó en primer lugar, superando a encuestadoras tradicionales como YouGov, Gallup, Pew Research e Ipsos. En este contexto, otras encuestadoras también fueron más exactas que las tradicionales en sus pronósticos, pero hubo resistencia en los Estados Unidos de parte de los medios en publicar sus resultados.

Si bien los periódicos estadounidenses asumieron que sus encuestadoras fallaron en las predicciones en 2020, las encuestadoras que obtuvieron mejores resultados fueron silenciadas y se transmitió la idea errónea de que esa elección no podía predecirse adecuadamente.

Lo que está ocurriendo es una enorme resistencia por parte de los medios en entender que se está produciendo una renovación generacional de encuestadores. Esta resistencia está reforzando una especie de “oligopolio de la publicación”, en el que las encuestadoras con una capacidad de predicción incontestable se enfrentan a enormes dificultades para divulgar sus investigaciones debido a una decisión editorial explícita a favor de los institutos tradicionales.

No es raro escuchar a periodistas de diferentes países afirmar que no pueden divulgar datos de "otras" encuestadoras por decisión editorial. Esta elección, en algunos casos, se justifica por un acuerdo de exclusividad entre los medios y el instituto y, en otros, por temor a represalias en el acceso a futuros datos.

En otros casos, existe una orientación editorial explícita de no divulgar encuestas que puedan "tocar" los intereses de ciertos políticos o partidos. Hay casos en los que los medios se autocensuran para evitar posibles recortes de fondos públicos de publicidad.

Las investigadoras Belén Amadeo y María Eugenia Tesio, de la Universidad de Buenos Aires (UBA), realizaron en 2015 un estudio sobre cómo los medios argentinos abordan la publicación de encuestas electorales, citando empresas como Poliarquía, Management & Fit y CEOP. El estudio revela que los medios terminan utilizando las encuestas como herramientas que reproducen la postura editorial sobre determinados candidatos, sin analizarlas debidamente con profundidad técnica.

Según la politóloga ecuatoriano-brasileña María Villarreal, de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro (UNIRIO), en el caso de Ecuador existe una línea más enfocada en apoyar u oponerse a determinadas fuerzas políticas en la elección de las encuestas a publicar. Los institutos destacados son Cedatos, CELAG, Opecuador, Informe Confidencial y Market. Además, Villarreal afirma que a medida que se acercan las elecciones presidenciales de febrero de 2021, circulan en los medios encuestas completamente contradictorias, lo que tiende a aumentar la desconfianza del elector.

Un caso emblemático es el de la empresa First Análisis y Estudios en Paraguay, considerado como el instituto tradicional de los grandes medios de comunicación. En 2018 esta empresa publicó tres encuestas que fueron consideradas las más confiables pero que fracasaron con un error de alrededor del 20% en relación con el resultado de la elección presidencial.

El politólogo Alejandro Moreno del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), afirma que en su país los márgenes de error han ido aumentando paulatinamente en las últimas dos décadas y que, “caería bien un reemplazo generacional de encuestadores públicos”.

Este escenario es perjudicial para el desarrollo del sector de la opinión pública ya que limita la libertad de mercado, favorece la concentración y debilita el profesionalismo. Además, esta preferencia por los institutos tradicionales, cuyos análisis son muchas veces erróneos en sus predicciones termina por socavar la credibilidad de todo un campo profesional, alimentando teorías de la conspiración.

Desde el punto de vista de los medios de comunicación, en tiempos de posverdad, la reproducción sistemática de pronósticos equivocados aumenta la desconfianza en las instituciones, en especial en los propios medios de comunicación.

Algunos medios además no están dispuestos a celebrar un debate abierto sobre la calidad de las encuestas y a comparar sus resultados. Esto, a pesar de que la exposición pública de los errores y aciertos fomenta el aumento de la calidad de las investigaciones.

En general, la calidad de la comunicación pública afecta directamente a la calidad de la propia democracia, como afirma la profesora Maria Helena Weber de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS). La comunicación pública es la mejor fuente de información disponible para que el público se oriente y tome decisiones de naturaleza política.

Las encuestas tienen el poder de afectar el voto. Por ello, los medios de comunicación, como guardianes de la democracia, tienen el deber de guiar al público publicando encuestas de diferentes y contrastadas fuentes, para que los votantes puedan formarse su propia opinión. Por último, y especialmente en estos tiempos de "terraplanismo ideológico", es importante iniciar un debate técnico sobre cómo se hacen las encuestas y por qué sus resultados varían tanto entre encuestadoras.

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