Enrique Gomáriz Moraga / Latinoamérica21
Los cambios en la situación política chilena han provocado una gran sorpresa en la región. Los resultados de las elecciones al Consejo Constitucional del domingo 7 de mayo han producido titulares que subrayan un giro espectacular. El diario El País de España, publicaba un editorial titulado “Volantazo en Chile”, cuya primera línea rezaba: “las elecciones del domingo en Chile han dado la vuelta al escenario político”. Y el analista chileno, Claudio Fuentes, se planteaba: “¿Cómo explicar que de una ola progresista se pase abruptamente a una resaca conservadora en Chile?”.
Como suele suceder, el problema no está en la dificultad que pueda tener la respuesta, sino en el error sobre el que se plantea la pregunta. En Chile no hubo un vuelco del escenario político, que ya venía claramente escorado desde la derrota del plebiscito de septiembre del pasado año, cuando dos tercios del electorado rechazaron por la anterior propuesta constitucional diseñada por un Consejo Constitucional mayoritariamente de izquierda. Pero, sobre todo, el punto de partida de la pregunta es infundado, porque no hubo una oleada progresista con la elección de Boric, como se proclamó en aquel momento.
Para comprender mejor el espejismo político que se produjo entonces, es necesario examinar dos componentes principales. El primero referido a la verdadera dimensión de la victoria electoral. Si en aquella ocasión únicamente había votado el 56% del electorado y Boric obtuvo poco más de la mitad de esos votos, quiere decir que el presidente electo contaba con apenas el 27% del total del electorado. Pero además, los estudios de opinión mostraban que siete de cada diez de los casi tres millones de votos que se sumaron a su candidatura en esa segunda ronda procedían de otros partidos (de centro izquierda), que no seguirían a Boric en el futuro. Es decir, que la “amplia marea electoral” de Boric apenas superaba un quinto del electorado.
El otro elemento del espejismo alude a la idea de que el apoyo a Boric era producto directo del espíritu imparable del estallido social del 2019. Los sondeos de opinión mostraban que el apoyo a lo sucedido en 2019 era bastante menor de lo supuesto. Varios observadores señalaron que los hechos habían sido “sobrefestejados”. En realidad, más de la mitad de la población chilena tenía una visión crítica de lo sucedido.
El otro problema complementario que enfrentó Boric fue que quedó en minoría en el Congreso. Pocos meses después, esto le supuso el rechazo de la reforma tributaria, su proyecto estrella, con la que pretendía recaudar un 3,6% del PIB en cuatro años, unos 10.000 millones de dólares, que le permitirían desarrollar su programa socioeconómico. Esto confirmó que Boric no podía contar con el apoyo continuado de las fuerzas progresistas que le permitieron ganar las elecciones presidenciales.
Así las cosas, es difícil afirmar que Chile ha sufrido un giro espectacular, desde una oleada progresista a una netamente conservadora. En todo caso, la elección ha acentuado la deriva conservadora, algo que también es discutible. Es cierto que el Partido Republicano de Kast ha obtenido casi la mitad de los escaños del Consejo y que sus 23 asientos, sumados a los 11 obtenidos por la derecha tradicional, dejan en sus manos la configuración de la nueva Constitución chilena.
Por ello, la interpretación de que el resultado significa un desplazamiento del electorado chileno hacia la extrema derecha es bastante arriesgada. Este resultado electoral, de hecho, también puede significar que el Chile profundo ha dado definitivamente la espalda al gobierno de Boric y lo manifieste distanciándose lo máximo posible de su proyecto político, al que considera demasiado radical.
No hay que olvidar que en la mayoría de los países de la región hay una brecha importante entre las actitudes políticas de las minorías activas y las del país profundo. Se trata de una brecha que puede aumentar su dimensión en determinadas coyunturas históricas. Y en este contexto, todo parece indicar que Chile atraviesa una de esas coyunturas.
Así, en las actividades políticas protagonizadas por las minorías activas predomina la tendencia de izquierdas, como sucedió en las protestas de 2019. Pero cuando se trata de una actividad donde interviene el Chile “profundo”, como sucede cuando hay elecciones de carácter obligatorio, la orientación conservadora predomina claramente. En el caso de Chile se ha estudiado bastante la existencia de bolsones de ciudadanía de una cultura política de muy baja calidad, refractarios a la política, herencia en buena medida de la impronta procedente de la experiencia pinochetista.
Pero esta orientación conservadora del Chile profundo no debería llevar a la conclusión de que el grueso del electorado chileno rechaza la promulgación de una Constitución democrática que deje atrás a la actual, diseñada durante la dictadura. De hecho, no sería de extrañar que finalmente el electorado se oriente hacia una solución centrista, tal vez hasta una recuperación reducida de la vieja tradición política del Chile de los “tres tercios” entre derecha, centro e izquierda.