En 2018, casi ocho de cada diez víctimas detectadas de trata en Centroamérica y el Caribe eran niñas y mujeres, mientras que en Sudamérica, siete de cada diez víctimas eran mujeres, según datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito . La trata de personas , más allá de cualquier tipo penal definido por cada Estado, se refiere a una forma de explotación de personas, independiente del propósito exploratorio, sea este sexual, laboral, mendicidad, extracción de órganos, casamiento forzado o maternidad subrogada, entre otros. Se trata de una realidad dramática en nuestra región que afecta sobre todo a las mujeres migrantes.
El desplazamiento territorial es una alternativa para mejorar las condiciones de vida de las personas y sus familias, y particularmente la de las mujeres en situaciones de vulnerabilidad. Los principales factores que llevan a estas personas a salir de sus países, son las dificultades económicas y la exclusión social, los problemas familiares y la desigualdad de género.
Ante este fenómeno, las redes de trata de mujeres en América Latina se aprovechan de su vulnerabilidad para engañarlas y explotarlas inclusive durante largos períodos de tiempo. Las redes emplean herramientas virtuales para atraer a sus víctimas y generalmente no usan coerción física para captarlas y llevarlas al exterior. Sin embargo, al llegar a su destino final, a muchas se les incautan sus documentos y son retenidas hasta que paguen sus deudas.
A pesar de ello, muchas mujeres no tienen la percepción de que estén siendo explotadas, y mucho menos traficadas. Parece que solo la prostitución forzada (a través de la coacción y la amenaza) está asociada con la trata de personas. Además, la trata resultante del engaño sobre las condiciones en el ejercicio de la prostitución no es entendida como trata por ellas mismas, lo que constituye un importante desafío a la hora de ofrecer respuestas ante la vulneración de sus derechos.
Sin embargo, cuando las mujeres sí son consientes de su situación de explotación, las redes actúan a través de amenazas personales y a sus familiares, obligándolas a permanecer recluidas.
Pese a la prevalencia de hombres como reclutadores de las víctimas de trata, existe también una gran cantidad de reclutadoras que logran convencer a las mujeres de las ventajas de estar insertadas en redes sexuales, a través de sus experiencias “exitosas” con la prostitución en el exterior.
Si bien la mayoría de las mujeres son reclutadas en su lugar de origen, también hay muchas que migran de forma autónoma, y ya en el lugar de destino, acaban pasando por situaciones de vulnerabilidad y son captadas por redes de explotación. Sin embargo, estos casos generalmente no encajan en el “perfil” oficial de víctima de trata.
Violencia de género y relaciones desiguales como trasfondo
Cuando hablamos de la trata de mujeres es importante comprender que la precarización de las relaciones lleva a contextos de vulnerabilidad. Las relaciones desiguales en las que viven las mujeres no les permiten gozar de sus plenos derechos, facilitan que sean tratadas como objetos y las colocan en condiciones de sumisión y opresión, como sujetos sin capacidades y saberes.
Y es que la pobreza afecta más a las mujeres que a los hombres y la pandemia ha profundizado este escenario, haciendo que 118 millones de latinoamericanas vivan actualmente en situación de pobreza, de acuerdo con la CEPAL. Además, las mujeres tienen una carga desproporcionada de cuidados dentro de sus familias. Esto reduce sus posibilidades de acceso a empleo formal y digno, así como a recursos económicos para su subsistencia y la de sus familias.
Además, la desigualdad se refleja en la dispar participación laboral entre hombres y mujeres en el mundo, según datos recientes de la Organización del Trabajo (OIT) . Mientras que el 76,1% de los hombres está en el mercado, sólo el 45,6% de las mujeres tiene un trabajo. Y las mujeres y niñas tienen más probabilidades de tener trabajos precarios. Esto evidencia que la desigualdad económica también se basa en la desigualdad de género.
La relación de subordinación y dominación entre hombres y mujeres influencia en como las personas pueden desarrollar sus habilidades personales, profesionales y sociales, pero también nos ayuda a percibir como estos papeles contribuyen en la violencia de género y consecuentemente, en algunos casos, en la trata de mujeres. Por lo tanto, la violencia contra las mujeres dialoga con desigualdades de clase, raza y sexualidad, de forma interseccional, es decir, se trata de desigualdades que se combinan y refuerzan entre sí.
Por esta razón, comprender la trata de mujeres como una expresión de la violencia de género es fundamental para la construcción de políticas públicas en los Estados de origen, y de destino. Tales políticas deben ser capaces de promover derechos y disminuir las desigualdades de género entre mujeres y hombres.