Andrés Rivarola Puntigliano / Latinoamérica21
Tras décadas de ser marginado y vilipendiado el nacionalismo está nuevamente de moda. Su demonización fue en gran medida promovida y difundida por los dos grandes exponentes ideológicos de la geopolítica global durante el período post-segunda guerra mundial. En primer lugar, quienes pregonaban la ideología liberal, liderada por Estados Unidos, promoviendo valores universales en relación a la democracia y los mercados sin fronteras. Segundo, desde las visiones marxistas, lideradas por la Unión Soviética, desde donde se buscaba la construcción de un socialismo mundial. Ambas corrientes combatían al nacionalismo, considerado como arcaico, elitista, proteccionista, estatista o fascista.
Los grandes adversarios ideológicos del ‘nacionalismo’ están hoy en crisis, al igual que la idea de la ‘globalización ’. Esto abre la puerta al retorno de visiones culturales nacionales, en algunos casos empaquetadas dentro de dimensiones civilizatorias. El objetivo es agrupar sociedades o comunidades más allá de un espacio territorial nacional, a modo de fundamentar proyectos de expansión geopolítica. No es que no quieran ser globales, su problema es que hoy en día carecen de fuerza para serlo.
hay un intento de reconstrucción desde abajo, proyectándose transnacionalmente en espacios ‘civilizatorios’
En este contexto, hay un intento de reconstrucción desde abajo, proyectándose transnacionalmente en espacios ‘civilizatorios’. Un ejemplo reciente fue el intento de construir un nuevo ‘estado islámico’ en el marco de una suerte de civilización árabe-musulmana. Otro, es la reconstrucción de Rusia en una dimensión nacional (y geopolítica) euroasiática. Es interesante también la autoidentificación de China como una ‘estado-civilización’. Se trata de proyectos que buscan ir más allá del formato occidental de estado-nación Westfaliano, algo en cierta forma anunciado durante los años noventa por Samuel Huntington .
Se mantiene una tendencia a simplificar al nacionalismo como un fenómeno fascista y ‘populista’, que hoy en día se ve ligado a la llamada ‘derecha alternativa’ (conocida en inglés como alt-right) estadounidense. La hegemonía global de Estados Unidos está debilitada y la potencia busca recomponer su dominio bajo un nuevo modelo. Por un lado, reconstruyendo una dimensión nacional estadounidense en el llamado ‘America first’. Por otro, conectándolo a una proyección a escala global denominada ‘civilización judeo-cristiana’. Pero el nacionalismo no es monopolio de las grandes potencias y puede y debe ser también una herramienta para pensar geopolítica y desarrollo desde la periferia.
Dimensiones del nacionalismo
El ‘nacionalismo’ no debe ser visto en forma ‘unidimensional’. Existe en espacios de ‘estados nacionales’, así como en proyecciones regionales o globales que se pueden denominar espacios ‘supra-nacionales’ o de ‘quinta frontera’. El sentimiento nacionalista puede ser usado para fomentar rivalidades, así como promover esfuerzos conjuntos, valorando el bienestar del compatriota como propio. De ahí que los estados, especialmente las grandes potencias, busquen ampliar su esfera de poder con nacionalismos de quinta frontera. Es una forma efectiva de generar lazos de solidaridad y comunidad nacional que permiten ejercer formas de ‘poder blando’ (soft power) o hegemonía cultural.
El nacionalismo ha sido, y es, también vital para los países en desarrollo a modo de generar lazos de solidaridad que faciliten la integración interna en un estado. Por ejemplo, en el marco de un proyecto de desarrollo social e industrial a largo plazo. Una forma de compensar las limitaciones nacionales periféricas es por medio de la ‘integración regional’, cuyo éxito a largo plazo depende de la construcción de un nacionalismo de ‘quinta frontera’.
Un tercer aspecto a resaltar es la conexión del nacionalismo a lo económico. Tradicionalmente se ha criticado desde el Marxismo su falta de ‘solidaridad’ con respecto a perspectivas de ‘clases sociales sin fronteras’. Y desde lo ‘liberal’ se lo ha contrapuesto al homo economicus y la ‘racionalidad’ de un equilibrio ‘optimo’ de las fuerzas de mercado. Pero esta demonización del nacionalismo es desigual. Ninguna de las grandes potencias, desde el surgimiento del sistema capitalista, ha llegado a la supremacía sin medidas proteccionistas justificadas por planteos nacionalistas y civilizatorios.
Finalmente, la dimensión ideológica del nacionalismo no es un fenómeno de ‘derecha’ o ‘izquierda’ ya que lo encontraremos en la ‘imaginación’ de todos los estados nacionales modernos. Lo vemos en la invocación del ‘sueño americano’, en las visiones europeas de supremacía civilizacional, en el ejército rojo peleando por la ‘gran madre patria’. El nacionalismo es un instrumento efectivo que apela a sentimientos profundos, conmueve a las masas, confronta y también une. Todo depende del uso que se le dé.
Nuestra cosa (latino) Americana
América ha tenido naciones (y naciones-estado) de diferentes dimensiones desde antes de la colonización. A partir de la llegada de los europeos se regeneraron las ideas nacionales y surgió la conexión entre ideas nacionales y proyección global. Quizás, la más potente en este sentido fue la identidad nacional y global católica. Con la independencia hubo un nuevo proceso de imaginación y reconexión. Surgieron nuevos estados-nacionales y Estados Unidos logró crear un exitoso proyecto de desarrollo económico y unidad. En el caso Hispanoamericano se construyó lo que Felipe Herrera llamó la ‘nación fragmentada’ que buscaba compensar las limitaciones geopolíticas con nuevos lazos supra-nacionales de integración regional.
Inicialmente Estados Unidos intentó proyectar su dimensión nacional en una quinta frontera americana, creando el Panamericanismo. Pero durante el siglo XX este proyecto perdió prioridad ante el proyecto de hegemonía global estadounidense. En la actualidad, el retorno al ‘América primero’ no es un proyecto continental americano. La pregunta es si Estados Unidos puede prescindir de esa ambición, tomando en cuenta su pérdida de supremacía geopolítica y la creciente rivalidad de potencias extranjeras, para actuar en su esfera más interna de poder; el continente americano.
El viejo nacionalismo estadounidense no es suficiente para generar apoyo y solidaridad, ni siquiera a nivel nacional. Si el proceso de multipolaridad global continúa y se acentúa su pérdida de poder global, no hay que descartar el retorno de Estados Unidos a buscar una nueva cohesión regional. El viejo camino panamericano del siglo XIX podría ser un camino a seguir, si el ‘América primero’ hiciera referencia al continente. Por ahora este no es el caso, se ha optado por la línea de ‘Estados Unidos first’, no por la construcción de una comunidad americana.
En América Latina, el declive de sus proyectos de integración regional se produce al mismo tiempo que se enfrentan múltiples crisis; económica, pandemia y confrontaciones globales entre Estados Unidos y China. Ante estos desafíos comunes es vital concebir un proyecto de desarrollo nacional conectado a la dimensión regional y global. Pero el éxito de un proyecto regional supranacional está ligado a una ‘comunidad imaginada’, una dimensión nacional de ‘quinta frontera’. El que América Latina haya perdido la dirección del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) se debe fundamentalmente a una falta de visión sobre el papel del banco y. sobre todo, de la región con respecto sí misma. Vale la pena recordar las ideas del primer presidente del BID, el chileno Felipe Herrera, que veía al banco como “más que un banco”. El BID era para Herrera el “banco de la integración”, un instrumento de desarrollo del “pueblo continental” latinoamericano en la construcción de un estado común..
Andrés Rivarola Puntigliano es historiador económico y profesor titular en Estudios Latinoamericananos. Director del Instituto Nórdicos de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Estocolmo. Investigación en temas de geopolítica y desarrollo.
www.latinoamerica21.com, un proyecto plural que difunde diferentes visiones de América Latina.