Por José Gabriel Barrenechea/Latinoamérica21

El 25 de enero la cuenta en X de la Oficina Nacional de Estadística e Información de Cuba (ONEI) informó de una entrevista que al segundo de esa institución, Juan Carlos Alfonso Fraga, le hiciera Andrea Rodríguez, corresponsal de AP en el país. De las cifras reveladas en dicha entrevista, la periodista usó tres para un artículo suyo publicado el 22 de febrero sobre la presente situación demográfica cubana. Estas cifras son la de población de Cuba el 31 de diciembre de 2022: 11 089 500; la del número de personas fallecidas en ese año: 129 049, y la de los nacimientos: 95 402.

Cuatro meses después, el 19 de mayo, la institución estadística oficial cubana presentó su informe demográfico de 2022: Indicadores Demográficos de Cuba y sus Territorios 2022. En él, mientras que con respecto a lo revelado por Alfonso Fraga a AP el número de nacimientos aumentó en uno (hasta 95 403) y el de habitantes en 11 (hasta 11 089 511), en el caso de los fallecimientos la variación ha sido en comparación desproporcionada, y a la baja. De los 129 049 fallecidos revelados en enero por el segundo informe de la ONEI se ha pasado a 120 098, es decir, un desplome de 8 951 fallecimientos.

Sin duda las cifras pueden variar, y deben variar, a medida que la información es aumentada y depurada, como por ejemplo varió el número de nacimientos. Sin embargo, en primer lugar es muy improbable una variación de tal magnitud como la que vemos en el caso de los fallecimientos –se ha desplomado en alrededor del 7%-, y, en segundo lugar, si bien resulta entendible que los registros crezcan, al contabilizarse poco a poco nacimientos o fallecimientos que no fueron registrados en tiempo, no lo es que disminuyan. No hay, por tanto, ninguna explicación verosímil a un error estadístico semejante –el demógrafo Juan Carlos Albizu-Campos Espiñeira lo ha llamado “horror estadístico”.

Este sobrerregistro inicial podría achacarse, por ejemplo, al hecho de que las personas fallecidas fuera de su lugar de residencia hubieran sido contabilizadas en dos lugares a la vez, y solo algo después se hubiera podido corregir el error, al comparar las listas respectivas. Mas ello es imposible en Cuba, donde todos los ciudadanos tienen un carnet de identidad y el procedimiento de certificación de la muerte es claro: ocurran donde ocurran, los fallecimientos son registrados en el municipio de residencia que aparece en el carnet del difunto, por lo que de ninguna manera cabe que se hubiera contabilizado un tan importante número de muertes en dos lugares a la vez.

En Cuba se registra a todas las personas que nacen, o que mueren, según un procedimiento legal expedito, por lo que resulta imposible creer en un error tan masivo. Hablamos de un país en el cual el estado, del cual la ONEI es su institución estadística oficial, administra tanto todos los hospitales de maternidad como todas las funerarias y cementerios. Cuba no es la India, ni incluso los Estados Unidos: aquí ningún ciudadano anda tan por su cuenta.

Lo evidente es que, con un exceso de muertes de alrededor de 52 000 en 2021 (al crecer el número de muertes de 112 441 en 2020 a 167 645), el gobierno de Miguel Díaz-Canel no podría estar muy complacido con que algo parecido se repitiera en 2022, y así fuera reflejado en las estadísticas demográficas. De entrada, 129 049 fallecidos en 2022 implicaría entre 9 000 y 12 000 muertes más de las que hubiera cabido esperar en Cuba si se hubiera mantenido la tendencia de mortalidad anterior a la llegada de la pandemia. O sea, hablamos de un exceso de muertes, que es la variable que la OMS usa para medir el verdadero efecto de la pandemia (más allá de las siempre dudosas cifras oficiales, sobre todo en estados autoritarios, o totalitarios), entre 44 y 58 veces mayor a las 207 personas que oficialmente fueron reportadas por el Ministerio de Salud Pública (MINSAP) como fallecidas por covid en 2022. Por tanto, de haberse mantenido en las estadísticas oficiales las 129 049 muertes de las que Alfonso Fraga le informó a AP en enero, Cuba volvería a quedar en entredicho por tan cuantiosa diferencia entre las cifras oficiales de fallecimiento por covid y el exceso de muertes.

Pero más allá de la duda general que sobre la credibilidad de las cifras que hace públicas el estado cubano crea este caso particular, había un problema de más fondo con los 129 049 muertos. El hecho es que si bien en 2021 podían entenderse los estragos de la pandemia en Cuba, reflejados en el exceso de muertes, en 2022 ya no. Porque si bien durante la mayor parte de 2021 la población cubana no estaba inmunizada, con las vacunas cubanas a comienzos de 2022 los porcentajes de cubanos completamente inmunizados, con todas las muchas dosis recomendadas, alcanzaba a más del 90%. ¿Cómo explicar entonces que en 2022 se alcanzara un exceso de muertes de entre 9 000 y 12 000?

Para que se entienda, esa cantidad de muertes en exceso con respecto a lo que debería haberse esperado según las tendencias de la mortalidad previas a equivaldría a entre 81 y 108 muertes de más por cada 100 000 habitantes, achacables al covid –directamente, o en sus efectos colaterales-, al menos según la metodología escogida por la OMS para medir los efectos de la pandemia. Un valor no tan alto, pero que un número importante de países, incluso con una población tan o más envejecida que la cubana, ya habían logrado mantener desde antes de comenzar su proceso de inmunización artificial.

Los 129 049 fallecidos en 2022 ponían en duda la efectividad de las vacunas cubanas, algo que no podía permitirse un gobierno que lo apostó todo a ellas, incluido el futuro desarrollo de su industria de medicamentos. Y es que no ya la credibilidad de las vacunas estaba en juego, sino también la del presidente, de su gobierno, e incluso de “la Revolución”, porque en un final la industria farmacológica cubana, que habría sido la responsable de unos resultados en todo caso tan dudosos, es obra del Comandante.

Si se quería salvar la cada vez menor credibilidad de todo ello, había que cambiar la cifra de enero.

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