Carlos M. Rodríguez Arechavaleta
El domingo 11 de julio de 2021 pasará a la historia de Cuba como un día singular. Azotada por uno de los mayores picos pandémicos de su historia, y en difíciles condiciones económicas y financieras, las redes sociales sorprendieron al mundo con una marcha popular pacífica, creciente, espontánea, con presencia mayoritaria de jóvenes y sin la convocatoria de grupos de oposición o liderazgos visibles en el municipio de San Antonio de los Baños, provincia de Artemisa, al este de La Habana.
En pocos minutos, idénticas expresiones públicas de descontento popular se sucedieron en más de treinta ciudades y pueblos a lo largo de la isla. Llama la atención no sólo el creciente espiral de participación, sino el contenido explícitamente político de sus demandas: LIBERTAD, PATRIA Y VIDA, y ABAJO LA DICTADURA.
La simultaneidad de las marchas, gracias al internet y las redes sociales, parece haber sorprendido a las autoridades. Cuando el presidente Miguel Díaz-Canel se apersonó en San Antonio, ya las manifestaciones habían adquirido carácter nacional y eran un relevante suceso internacional. Por primera vez, en 62 años de la Cuba posrevolucionaria, asistimos a la libre apropiación del espacio público y la expresión de un pueblo acostumbrado a las rutinas y los rígidos controles manipulativos del estado.
Tal agravio tuvo su correlato en uno de los discursos más agresivos y radicales de un presidente cubano. El presidente en funciones, visiblemente descompuesto y en términos discursivos absolutamente militares, —tal vez reproduciendo fielmente un mandato superior— dio la orden de combate: “a la calle los revolucionarios a enfrentar con valentía estas manifestaciones contra-revolucionarias”.
Una vez más, la vieja retórica polarizante ‘revolucionarios’ versus ‘mercenarios vendidos al imperio.’ Poco después de su amenazante arenga, las imágenes en redes sociales presentaban lamentables actos de violencia pública, represión y arrestos masivos a lo largo del país.
Para la narrativa oficial, el inusual evento responde a una “reacción provocada” por una estrategia intervencionista orientada al cambio de régimen, potenciada por la capacidad de réplica de las redes sociales de ciertas historias tergiversadas ‘fake news’, cuyo fin es estimular la desorientación emocional, la ansiedad y la angustia existencial, así como confundir a los ‘revolucionarios’ sobre las verdaderas causas de situaciones de crisis.
Los autores de dicha estrategia ‘milagrosa’ serían las agencias y los laboratorios de guerra no convencional de los EE.UU. Por consiguiente, las manifestaciones populares habrían sido provocadas por agentes externos pro-anexionistas, enmascarados en el falso humanismo de las teorías de la “intervención humanitaria”. La solución retórica será, una vez más, sugerir “paciencia, unidad y acciones organizadas desde el estado frente al cruel bloqueo imperialista”.
Un día después, escuchando las intervenciones del presidente y los ministros, la causa de los estallidos sociales se reduce al impacto del bloqueo norteamericano sobre la economía y las finanzas del país. No es menos cierto que la pasada administración Trump limitó de forma importante cualquier intento de intercambio con Cuba, elevando el costo de acceso a tecnologías y recursos internacionales del gobierno cubano. Pero reducir la complejidad del momento al embargo comercial demuestra que la ‘nueva’ generación de dirigentes políticos hereda la miopía ideológica de los líderes históricos. Los efectos acumulativos de las deformaciones estructurales del socialismo cubano apenas merecen una mención, cuando bien podrían ser las causas determinantes.
El encuadre ideológico de las decisiones económicas durante seis décadas, la obstinada e irreal concepción monopólica del estado como eje articulador del sistema económico, la negación continua del potencial innovador de la iniciativa privada y la inversión extranjera son algunos de los mecanismos que frenan el desarrollo productivo.
Ordenar el caos es una tarea imposible; de ahí el fracaso rotundo de la Tarea Ordenamiento, y su negativo impacto sobre el bienestar popular. Específicamente, la unificación financiera y la apertura de tiendas en moneda libremente convertibles (dólares americanos) que afectó de forma importante el acceso a productos de primera necesidad, acentuando las diferencias sociales y la precarización de la vida cotidiana.
Desde el punto de vista político, todos los intentos de organización y expresión de visiones e intereses divergentes de la sociedad civil han sido minimizados, difamados o reprimidos por el estado. La ambigüedad jurídica y el uso difamatorio de los medios oficiales contra sectores divergentes del mundo cultural, periodístico o emergentes minorías ha sido la norma, (re)activando tensiones acumuladas y una creciente percepción de exclusión y conflicto. Sin embargo, el mito de la identidad ‘Estado-PCC-pueblo’ —otra de las deformaciones estructurales del régimen— parece haberse roto el domingo pasado.
Aunque en el caso cubano, la crisis económica antecede al impacto pandémico, las autoridades debían haber previsto los altos costos del ‘pico pandémico’ en condiciones sanitarias limitadas. El drama humano de la constante amenaza del contagio y la letalidad del virus traduce la creciente incertidumbre del entorno en ansiedad, frustración, miedos y emociones diversas.
Finalmente, las masivas manifestaciones responden a múltiples factores acumulados y de contexto, internos y externos, carencias de bienestar y crisis de expectativas. El factor sorpresa para el gobierno refleja su desconexión de las precarias condiciones de vida del cubano promedio, y debería sugerirle los límites de la legitimidad y la necesidad constante de todo estado de flexibilizar sus mecanismos de participación e inclusión en condiciones de bienestar y libertades públicas.
La violencia que hemos atestiguado refleja los odios y las fobias cultivadas durante décadas, y la incapacidad del estado de propiciar reales espacios de participación social. La radical dicotomía utilizada por el presidente para referirse al pueblo “revolucionarios” ó “contra-revolucionarios” visibiliza la incapacidad del actual liderazgo cubano para convocar un diálogo de refundación nacional inclusivo y respetuoso hacia TODOS los cubanos.
Es frustrante ver a esta ‘nueva’ generación de políticos cubanos repetir eslóganes ideológicos históricos sin conexión con la vida cotidiana del cubano de a pie. Tal vez ello nos explique el menosprecio por las consignas del domingo; no eran delincuentes ni mercenarios, eran jóvenes cubanos gritando LIBERTAD, PATRIA Y VIDA, ABAJO LA DICTADURA.
Carlos Manuel Rodríguez Arechavaleta es profesor e investigador de la Universidad Iberoamericana (Ciudad de México). Doctor en Ciencia Política por FLACSO-México. Especializado en historia institucional republicana de Cuba, transición política y democratización.
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