Por: Susanne Gratius/Latinoamérica21

Cuba podría ser el primer país latinoamericano en producir una vacuna contra la Covid-19. Tanto Soberana 02 como Abdala están en la última fase clínica que debería terminar estas semanas. Una vez aprobadas por la agencia nacional de medicamentos empezaría la campaña de vacunación en la isla, y posteriormente las vacunas se exportarían a América Latina y al Caribe. Si todo sale tal y como está previsto, la vacuna daría un respiro a un régimen político cuya legitimidad está en juego ante el fin del Castrismo, la subida de casos de Covid-19 y la profunda crisis económica que aflige la isla desde el inicio de la pandemia.

Al igual que la mayoría de sus vecinos, Cuba es un país de contrastes. Una primera contradicción es la discrepancia entre una precariedad económica constante y la internacionalización de los servicios médicos y de salud. Largas colas para comprar alimentos y otros productos básicos recuerdan el Período Especial en Tiempo de Paz que en su momento proclamó Fidel Castro y que, salvo en la época de oro de la alianza estratégica con Venezuela (2003-2013), no se ha terminado.

En Cuba conviven altos niveles de subdesarrollo con una biotecnología e industria farmacéutica puntera de primer nivel y con la única Escuela Latinoamericana de Medicina del continente. Cuba gastó en 2018 un 12% de su PIB en salud pública, un porcentaje similar a Alemania, Canadá o Francia, pero su ingreso per cápita no supera los 8,800 dólares al año y es más de cinco veces inferior que el de estos tres países.

La isla vive la pandemia como una desgracia y una oportunidad. Por un lado, la ausencia de turistas y la parálisis del país hundió su economía que cayó un 11% en 2020 y causó una grave crisis de suministro. Pero, por el otro, ofrece la posibilidad de desarrollar una vacuna nacional cuya exportación aseguraría ingresos nada desdeñables.

Si la isla lograra producir y exportar su vacuna al resto de América Latina, que cuenta con el mayor número proporcional de muertes por Covid 19 del mundo, mejoraría su maltrecha economía y la imagen de un régimen que vive los momentos más bajos de su historia. También aumentaría su prestigio internacional y perfil en la cooperación sur-sur en la que Cuba siempre ha jugado un papel destacado.

La vacuna decidirá el futuro de la isla

En este sentido, la vacuna decidirá el futuro económico, político y social de la isla. Es una apuesta arriesgada. Por promover una vacuna propia —actualmente hay cinco en la fase final— y tener un “nivel de desarrollo alto” (el cuarto mejor de la región) según el índice de Desarrollo Humano de 2020, Cuba renunció a formar parte de la iniciativa internacional Covax respaldada por la ONU y la OMS para distribuir vacunas a países en vías de desarrollo.

Tampoco ha comprado ninguna vacuna del exterior como lo hicieron otros países latinoamericanos. El gobierno de Miguel Díaz-Canel mantiene la promesa de vacunar durante el verano de 2021 hasta el 70% de los cubanos con Soberana 02 y/o Abdala, un spray nasal que sería el primero contra la Covid-19 que se apruebe en el mundo. Una vez cubiertas las necesidades nacionales, la meta sería fabricar 100 millones de dosis en laboratorios nacionales como BioCubaFarma. Los aliados ideológicos de Cuba, Bolivia y Venezuela, ya han confirmado que comprarán la vacuna, igual que Jamaica y Surinam.

En comparación con sus vecinos, Cuba destaca sobre todo por unos servicios públicos universales dignos de este nombre, a pesar del constante y largo deterioro que las prestaciones hayan experimentado desde el fin de los subsidios de la Unión Soviética. Ello marca una importante diferencia con su aliado Venezuela que sigue suministrando a la isla petróleo a precios subvencionados a cambio de médicos y asesores cubanos que apoyaron activamente la Revolución Bolivariana, cuyo fracaso estrepitoso también es la co-responsabilidad de Cuba que intentó exportar parte de su modelo al país vecino.

La gran diferencia entre Cuba y Venezuela es el Estado, protector en el primer caso y frágil o disfuncional en el segundo. A pesar de las consecuencias económicas del embargo de EE.UU. que sufre la isla desde los años sesenta, Cuba ha sido capaz de construir servicios públicos y prestaciones sociales universales incluyendo la cartilla que sigue suministrando algunos productos, aunque hace tiempo ha dejado de cubrir la canasta básica.

El Estado protector funcionó también durante la pandemia. En 2020, Cuba sólo registró 12.225 casos de Covid-19 y 146 muertos, el nivel de contagio y mortalidad más bajo del continente. Sin embargo, igual que en China u otros países con gobiernos autoritarios, estos resultados se consiguieron a costa de muchas restricciones de libertad. Los contagiados fueron obligados a ingresar en instalaciones públicas en condiciones desconocidas y todos los cubanos sufrieron un duro confinamiento que aisló Cuba durante casi ocho meses del mundo.

De esta forma se salvaron vidas, pero a expensas de la libertad, algo mucho más complicado de imponer en democracia. Cuando Cuba finalmente abrió sus vuelos nacionales e internacionales, en noviembre de 2020, los contagios se dispararon, porque al inicio no se pidió una prueba PCR negativa a los viajeros.

En medio del auge de la pandemia, el Gobierno decidió, el 1 de enero de 2021, acabar con la dualidad entre el CUC (Peso Cubano Convertible) y el peso cubano y poner en marcha la largamente anunciada reforma monetaria que finalmente gestiona el Post-Castrismo, el dúo entre el Presidente Miguel Díaz-Canel y el Primer Ministro Manuel Marrero.

Al régimen le vendría bien la vacuna porque el descontento viene creciendo en la isla por una situación económica difícil, si no imposible, y nuevas medidas de represión incluyendo —y esto es nuevo— el mundo de la cultura que siempre ha tenido un mayor margen de libertades que otros sectores.

Las vacunas y el internacionalismo médico han estado estrechamente ligados a la Revolución y su vocación social. Desde una mirada histórica también es un homenaje al Ché Guevara que fue médico de profesión. Para la cúpula política, investigar, curar y erradicar enfermedades tropicales o de origen desconocido como el vitíligo ha sido una importante fuente de legitimidad, prestigio y divisas. Desde la victoria contra la dictadura de Batista, convertir la isla en un país de alto desarrollo humano, con servicios públicos universales y de calidad ha formado parte de la agenda del Socialismo sui generis de los hermanos Castro.

Desde los años sesenta, Cuba ha enviado médicos a todas las regiones del mundo, particularmente a África y América Latina. Pero la presencia de médicos cubanos al inicio de la pandemia Covid-19 en Italia u otros países europeos demostró su vocación internacional, —a veces forzada por el régimen y a veces voluntaria— y la calidad de sus profesionales de la salud.

Producir y exportar una vacuna cubana contra la Covid-19 tendría ventajas y desventajas. Por un lado, daría un respiro a la maltrecha economía cubana. Pero también alargaría un agónico proceso de cambio y la vida de un régimen que mantiene un modelo de convivencia que se agotó hace tiempo y ya no corresponde a la realidad de una isla que se ha adaptado al capitalismo sin gozar de los derechos democráticos.

Susanne Gratius, Profesora de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Autónoma de Madrid (UAM) www.latinoamerica21.com, un medio plural comprometido con la divulgación de información crítica y veraz sobre América Latina.

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