Por Daniel Afonso da Silva/Latinoamérica21
 


La supuso la mejora de la imagen de Brasil en el extranjero. Desde la confirmación de los resultados electorales, publicaciones de todo el mundo titularon sus cabeceras con "Brazil is back". A la del primero de enero en Brasilia asistieron cientos de dirigentes mundiales y es probable que Brasil Nada de esto es casual. "Brasil ha vuelto".

Semanas más tarde, el viaje del presidente Lula al rescate de los yanomamis, en lugar de ir a contemplar los paisajes suizos de Davos, fue un gesto que le hizo omnipresente y omnisciente, simbólica o físicamente, en múltiples lugares.

Con un mundo aún centrado en las consecuencias de la guerra de Rusia en Ucrania, contando los dividendos económicos de la pandemia de la COVID-19 y contemplando el ocaso de las democracias a escala global, Lula prefirió priorizar físicamente a Brasil. Mientras, la participación de los ministros y excandidatos presidenciales Fernando Haddad y Marina Silva en el Foro Económico Mundial de Davos constituyó sus ojos y oídos en la reunión.

Fernando Haddad es el hombre fuerte del Gobierno. Aunque discreto, representa el cambio de la economía por la political economy. A su vez, Marina Silva ha demostrado una gran madurez política al superar los agravios pasados con Lula, y, esencialmente, al unir fuerzas para la centralidad de la emergencia climática como acción estratégica del nuevo gobierno.

Con los ojos y los oídos en Davos y los pies plantados en el suelo yanomami del norte de Brasil, el presidente brasileño comenzó su epopeya internacional haciendo hincapié en lo que más late en América Latina y el sur: los pueblos originarios. De Roraima pasó a Argentina y luego a Uruguay.

fue el objetivo central del viaje del presidente. Su ya que este es una vitamina indispensable para la reactivación de otras instituciones internacionales de la región. En particular, la

En la reunión de Buenos Aires, afirmó que "Brasil vuelve a la Celac con la sensación de haberse encontrado a sí mismo". Mirando más de cerca, el presidente brasileño eligió América Latina y el sur como plataforma para reafirmar el lugar de Brasil en el mundo.

En la reunión con el presidente de Uruguay, proyectó su idea de avanzar en los debates sobre la interacción entre el Mercosur, la Unión Europea y China. Reconoció la relevancia de Europa y China en el destino latinoamericano e informó que Brasil sí invertirá en la transición climática.

En su visita afirmó que el objetivo es que la región vuelva a crecer. Llamó la atención sobre la necesidad de revisar urgentemente el multilateralismo y condenó la composición de las instituciones internacionales. Además, en su discurso pidió la modificación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ya que el mundo actual es “muy diferente del que surgió de las ruinas y el terror de las batallas de 1945”. Y afirmó que la disputa entre Rusia y Ucrania podría haberse evitado si ya se hubiera puesto en marcha una nueva gobernanza mundial.

A partir de estas intervenciones no cabe duda de que Lula quiere a Brasil como un país abiertamente revisionista del statu quo del desorden internacional. Y, en este revisionismo, quiere posicionar al país como organizador del sur y del lugar del sur en el mundo.

Es difícil calibrar lo que queda de global en el sur. La presencia, a menudo depredadora, de China en África, inhibe ahora cualquier audaz avance de Brasil en ese continente. La vuelve a crear dificultades prácticas en la construcción de acciones concretas en la región. No solo de símbolos, discursos y signos viven los países latinoamericanos.

La obsesión de Estados Unidos por atacar a Rusia y a China a través del dossier ucraniano refuerza su alianza atlántica con los europeos. Esta situación puede imponer limitaciones a la posible materialización del acuerdo Mercosur-Unión Europea. Y también podría Esta misma obsesión ha desviado la atención de EE. UU. con respecto a América Latina y el sur. Sin embargo, esto podría favorecer la acción de Brasil en la región.

El entorno internacional actual es mucho más complejo que en el pasado. De todos los temas estratégicos planteados en Brasilia, Davos, Roraima, Argentina y Uruguay, nada o casi nada se mencionó sobre la economía 4.0. La pandemia de la COVID-19 suprimió el debate sobre la adquisición de tecnología 5G en Brasil. Los avances en la naturalización del internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés) quedaron en tercer o cuarto lugar en el país. La masificación de la narrativa de la gobernanza socioambiental (ESG, por sus siglas en inglés) fue importante, pero aún está lejos de informar de los resultados concretos a los que aspira.

Todos estos asuntos fueron silenciados en las primeras manifestaciones del nuevo Gobierno brasileño. Dejar de lado la relevancia de estas cuestiones es volver al siglo pasado y subestimar los retos de Brasil y del mundo tanto presentes como futuros. Subestimar estos retos es coquetear con la irrelevancia.

Pero esto es posible, hay muchos Gobiernos que exigen el regreso del liderazgo de Brasil, especialmente en el sur. No por el sur global, sino por la globalidad del sur, que es lo que siempre ha importado más.

Existe la convicción de que "Brasil ha vuelto". Queda por ver si el sur también.

Doctor en Historia Social, por la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo. Hizo un posdoctorado en Relaciones Internacionales, por el Sciences Po de París, y es autor de "Muitos além dos olhos azuis e outros escritos sobre relações internacionais contemporâneas".
 

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