Históricamente hay una conexión profunda entre las ratas, las pandemias y la mala política. La peste negra que azotó durante más de un siglo a la Europa medieval era una enfermedad transmitida por las ratas, que en su pelaje transportan a las pulgas portadoras de la bacteria Yersinia pestis.
Las pandemias siempre esconden una complejidad de relaciones ecológicas y están ligadas al desgaste del medio ambiente; desconocer este hecho científico y ejercer política desde la superficialidad o las creencias, costó a esos gobiernos millones de vidas y una crisis sanitaria de 100 años, como aquellos 100 años de soledad.
La identidad de la peste permaneció desconocida hasta que los cazadores de microbios avistaran la bacteria bajo las lentes del microscopio varios siglos después.
De aquella época carente de vacunas y antibióticos nos quedan como recuerdo los relatos de Bocaccio y la narrativa de Cámus. La voz del escritor es la voz de la memoria del pueblo, su conocimiento es el testimonio de un paisaje desolador e inmundo donde en primer lugar destacan las ratas, la enfermedad y la incertidumbre.
Pasó mucho tiempo antes de entender la esencia del problema público: que las ratas estaban relacionadas con la peste y que su aumento se debía a un mal manejo de la higiene y al crecimiento desmedido de las ciudades.
Actualmente reafirmamos esta lección de la historia. La salud humana está ligada a la salud del medio ambiente. Nuestra supervivencia depende del conocimiento.
Ya los gobiernos tienen la responsabilidad ineludible de reconocer y enmendar en el ámbito del poder que ejercen, los desequilibrios ecológicos derivados de la construcción de ciudades, la colonización de tierras vírgenes y la sobreexplotación de recursos naturales, que afectan tanto a la salud humana como la de la biosfera.
Por eso enfatizamos que un indicador negativo en la marcha de la humanidad sobre este planeta es la “ratización” o “rodentización”, términos acuñados por el investigador mexicano Dr. Rodolfo Dirzo, que refiere también al aumento en el número de roedores derivado a la continua y acelerada pérdida de la biodiversidad, así como la extinción de especies, un cambio irreversible.
Cuando se afecta a las poblaciones de animales más grandes y medianos, los pequeños aumentan; ejemplo claro es el crecimiento acelerado de comunidades de tuzas, techachalotes, ardillas, ratones y ratas, debido a la eliminación de coyotes, zorras, águilas, halcones, búhos; entre otros. Esto afecta la producción de alimentos en gran parte de la Zona Metropolitana del Valle de México.
Una factura común que pueden esperar las poblaciones por estas acciones indebidas, son las pandemias. Es el caso del COVID19, que putativamente se incubó en murciélagos, por cierto, roedores.
Este proceso se llama zoonosis, son enfermedades de animales que, por la convivencia cercana o la invasión de sus hábitats naturales, transitan a los humanos como enfermedades nuevas.
Basados en la primera pandemia del mundo moderno, la Peste Negra, y ante la primera pandemia del siglo 21, la ratización es un término estremecedor no solo en el ámbito de la salud pública y la ecología sino también en la política. Se estima que, por el crecimiento de las ciudades, y la pérdida de ecosistemas, los humanos entraremos en contacto con alrededor de 500 nuevos virus en los próximos 100 años.
A estas enfermedades emergentes se suman las llamadas re-emergentes, como la peste, el sarampión, la tuberculosis y la lepra, cuya expansión se debe principalmente a la creencia en países aparentemente desarrollados, de que las vacunas no funcionan.
Por otro lado, al desdén mostrado por gobernantes radicales, por la ciencia y la objetividad ante crisis globales como el cambio climático y el propio COVID19.
Las pandemias como COVID19 no distinguen posturas morales, políticas ni libertades u obligaciones civiles, por el contrario, son una amenaza que apela a uno de los principios fundamentales del Estado y el gobierno: la protección.
En México, de acuerdo con la OCDE pudimos establecer un manejo más adecuado y ser más resilientes ante la pandemia por COVID19. Durante años se desmanteló el sistema de vacunas en México, hoy la oportunidad es restituir.
A varios siglos de distancia de la Peste por qué volver en la oscuridad y la omisión de nuestros problemas, tan fuertemente evidenciados por la ciencia y con posibilidad de resolverse en la tecnología y la innovación.
¿No podríamos acaso apostar por una política de Estado en ciencia que, parafraseando Guillermo Soberón: ¿Fuera una medicina para el país? Si ciencia, tecnología e innovación son un tratamiento necesario para devolver el contenido y enriquecer el discurso práctico de la política; también lo deben ser para fortalecer la cultura y la democracia, anteponer la realidad a la esperanza, la ética ante la moral.
Por ejemplo, ¿qué podemos hacer para atender la ratización en México?
Iniciativas recientes en el país nos muestran que la recuperación de plantas nativas debe ser un asunto de interés nacional porque restauran los ecosistemas, retorna la biodiversidad perdida y ahuyenta especies invasoras como las ratas, y otras que sirven de trasmisiones de las enfermedades emergentes y reemergentes.
Apoyar la política en el conocimiento científico es un acto de valentía y responsabilidad global. La apuesta por un gobierno ilustrado y una diplomacia del conocimiento, es asumida por contados actores estatales y federales para tender puentes de razón y entendimiento frente a la sociedad y con las cartas de la realidad sobre la mesa.
Ya esta pandemia ha cobrado la vida de más de 100 mil mexicanos ¿Cuándo merece una muerte ser llorada, sino cuando es visible? Dice la filósofa Judith Butler. La ciencia habla de la realidad y nutre la justicia, porque visibiliza y explica el porqué de esta crisis nacional que vivimos. No solo nuestra población muere sino también nuestro medio ambiente.
La reflexión se convierte en exhorto a la aurora de los próximos acontecimientos políticos. ¿Podrá México legislar una Ley de Ciencia y Tecnología a la altura de verdaderos intereses nacionales? Por ejemplo: Consolidar soberanía en biotecnología y vacunas, promover una transición energética, proteger la biodiversidad a través de la salud ambiental o apoyar la diplomacia en capacidades científicas para un liderazgo global.
En el tintero del Congreso está la posibilidad de dejar de ser un país irresponsable surrealista, para ser un Estado que camina en dos pies, investiga, resuelve y promueve la libertad desde el saber.