El arte y la ciencia son dos formas de conocimiento alejadas una de la otra durante los últimos años; de hecho, del estudio de esta forzada separación surgió el estereotipo de dos culturas: ciencias y humanidades, una disfuncional brecha del conocimiento.
Ciencia y el arte están conectadas y sobre este hecho, la Doctora en Letras Sabrina Gil, del Centro de Letras Hispanoamericanas de la Universidad Nacional de Mar del Plata, nos regala interesantes conceptos en un paper publicado en 2018.
Arte y ciencia parten de la curiosidad y el asombro, por eso es antinatural alguna dimensión o segmentación; porque ahí donde la ciencia intenta comprender y producir soluciones; ahí mismo el arte arroja preguntas sin respuestas y multiplica la fascinación. En ambas hay una base poderosa de imaginación, sólo que en diferentes terrenos.
La relación entre ciencia y arte es compleja; no siempre convergen en tiempo y espacio, pero se alimentan del deseo humano por observar, crear y trascender; pero cuando lo hacen, generan impactos poderosos que trascienden y enamoran.
El universo compartido; procesado a través de nuestros sentidos, es la fuente de inspiración en las expresiones de científicos y artistas para expresarse y formar grandes obras o complicadas teorías.
Este es el verdadero propósito de la existencia y la conquista del conocimiento.
El interés en los efectos estéticos de la producción científica genera conexiones, que parecieran inexistentes entre ciencia y arte.
Desde 2005 y hasta 2017 la Universidad de Princeton realizó el certamen y la exhibición “Art of science”, para destacar el contenido estético de la labor científica; la belleza de un diagrama, el atractivo de una fotografía y la sensorialidad de una imagen microscópica.
En 2020, en Barcelona se anunció la creación del Hub de Arte, Ciencia y Tecnología (Artech Hub), una alianza de instituciones públicas y privadas para propiciar la relación de los ámbitos artísticos y científico-técnicos.
El mayor valor de la creatividad y la economía naranja es que las mejores ideas surgen de la colaboración y el intercambio; así es como los creadores y emprendedores aportan considerablemente al Producto Interno Bruto de sus países.
Como describen Xavier Ruiz y Manuela Reyes, de la Unidad de Creatividad y Cultura del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en el suplemento Planeta Futuro de El País: “cuando las disciplinas se desbordan, las fronteras se borran y se enciende la chispa de la innovación”.
Un ejemplo es la artista chilena Nicole L’Huillier, quien en 2019 viajó al Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN), donde por cierto también colabora Luis Flores, un destacado científico mexicano.
L’Huillier participó en el programa Arts at CERN, que estimula el diálogo entre físicos y artistas para expandir los límites de la investigación científica. Durante tres semanas, la artista chilena se dejó fascinar por colisionadores, aceleradores de partículas y detectores.
A partir de estas experiencias, creó El Poema de la Fábrica Cósmica, una banda sonora reconocida con el premio Harold and Arlene Schnitzer del MIT Media Lab de Boston. “Cuando se mezclan el arte y la ciencia, ambos mundos se rompen y, en esa ruptura, encuentran algo nuevo”, afirmó L’Huillier. La apuesta es abrir nuevos caminos y promover la curiosidad y la creatividad.
Otro caso se suscitó en 2018, cuando un artista mexicano, el visionario Nahum, fue el primero en enviar una obra de arte interactiva al espacio exterior, en una misión conjunta de la Agencia Espacial Europea, la NASA y SpaceX. Nahum combinó la práctica artística con formación en ingeniería y dos años de entrenamiento de astronauta.
Este mexicano también es fundador del Instituto Kósmica, una iniciativa que aporta una visión crítica y cultural a la exploración del cosmos. En sus proyectos trabajan científicos, miembros de la industria espacial y artistas, en un proceso que busca introducir nuevas perspectivas.
Según sus propias palabras, “en la relación con los científicos, al principio siempre se produce una pequeña disrupción, pues piensan que vamos a ilustrar o crear algo. Pero nuestro papel es provocar, generar preguntas y pensar diferente. Enseguida se produce la conexión”.
Nicole y Nahum consiguieron transcender la escena artística para poner sus trabajos en diálogo con las voces científicas más respetadas del planeta.
Para fomentar esta mirada interdisciplinaria y hacerla extensiva a las nuevas generaciones, es fundamental disipar las fronteras entre la formación científica y el arte. Sólo así se pueden desarrollar las habilidades que nos permiten enfrentar los retos del Siglo XXI.
Aquí en México, existe un fascinante ejemplo, el libro “La Tabla de los Elementos” de La Cabra Ediciones, una visión compartida entre María Luisa Passarge y Rogelio Cuellar; en coordinación con la Secretaría de Relaciones Exteriores, el Gobierno de Hidalgo y el Consejo Arte, Ciencia y Tecnologías, que coordina el divulgador y científico José Franco.
Este libro, que fue presentado de manera extraordinaria con el Palacio de Minería, la primera gran institución científica de América como el marco perfecto, es producto de la gran colaboración entre artistas, mujeres y hombres de ciencia.
Un libro que demuestra cómo nuestra visión del mundo se transforma desde el tiempo en que los griegos imaginaron un universo formado por agua, fuego, tierra y aire, hasta la obra de Dmitri Mendeléyev.
Esta bella obra tiene un profundo significado porque es una interpretación desde el arte, de la tabla periódica de los elementos, una embajada de la cultura en la ciencia de una de las más grandes innovaciones humanas.
La literatura y el arte son dos de las mejores formas de nutrir nuestra conciencia humana; su conocimiento asociado es esencial en la profundidad de nuestras sensibilidades.
Paradójicamente, ahí, en el vasto silencio interpretativo y lejos del ruido disociador del día a día en el mundo, ambas tienen el poder de detonar el pensamiento para lograr los más grandes hitos; se dijo durante el acto en el Palacio de Minería, con el Canciller Marcelo Ebrard; el Gobernador Omar Fayad y el Rector de la UNAM, Enrique Graue; como testigos.
El libro La Tabla de los Elementos es una obra tan poderosa que trasciende el arte, la ciencia y la política. Un retrato del Universo de los elementos a través de las mentes y manos de 121 grandes y reconocidos artistas de México y el mundo.
Cada una de sus obras sintetiza en sí mismas, la travesía de la humanidad para descubrir los 118 elementos; 94 en la naturaleza y los otros 24, sintetizados durante el último siglo con aceleradores de partículas o dentro de reactores nucleares.
El progreso va de la mano con el desarrollo científico y tecnológico; el diálogo favorece el conocimiento y las estrategias dirigidas al fomento de la ciencia y la tecnología. Hoy más que nunca, representan aspectos significativos para que la humanidad salga adelante.
La Tabla de los Elementos es una oportunidad para reavivar y estimular esta conversación y continuar con la exploración de los caminos para la creación; explicar los elementos de la tabla periódica de una manera estética y armoniosa, como lo hacen los artistas y científicos en este libro, resulta en magnífico un ejercicio de asociación entre la ciencia y el arte.
El trabajo retomado en estas páginas hace patente la necesidad de seguir con el impulso al desarrollo de nuevos conocimientos, sólo de esta manera se realizarán las próximas grandes hazañas del ingenio humano.
Es un extraordinario esfuerzo punto de unión entre arte y ciencia; un nuevo lenguaje colorido mediante el cual podemos seguir comunicándonos.
La permanente curiosidad; como nos han enseñado los filósofos, científicos y artistas, podemos usarla para encontrar las soluciones a los grandes retos de las comunidades, que son también son los retos globales.
Las mayores aportaciones se logran con la cooperación internacional y la solidaridad que caracterizan a la más alta diplomacia científica, de igual forma que Mendeléyev con su Tabla Periódica de 63 elementos.
Siglos después, “La Tabla de los Elementos” es una muestra de que para nosotros no está permitido dudar ni tener miedo. El camino es estudiar el futuro para incidir en él; esto nos lleva a innovar, a servir para forjar el patrimonio de la sociedad y las generaciones futuras.
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