Siempre son los temas que involucran presupuestos los que desvelan lo peor de nuestra especie.

El análisis y discusión del Presupuesto de Egresos de la Federación para el Ejercicio Fiscal 2022 ha sido un crudo retrato de la Legislatura de la Paridad.

Es inquietante ver a las legisladoras, extasiadas, cumpliendo a cabalidad su perfectamente diseñado papel de bufoncillas sicarias; sintiéndose libres, poderosas y revolucionarias por recurrir al más ruin de los comportamientos para agredir a otras mujeres, sirviendo a un amo que ordena y aplaude los ataques.

Me pregunto si hombres ocupando esas curules nos harían menos daño como género o qué  pasaría si, con esa fiereza, se trabajara para impedir que nos maten y nos violen, para garantizar educación y servicios de salud a niñas indígenas, para atender a las madres de niños con cáncer.

Y es que es el desdichado nivel de debate, la poca productividad y la mucha desvergüenza lo que hace de las cámaras el más costoso e inferior de los espectáculos, dejándonos ver cada vez más pequeñas, de someras capacidades y sensibilidad limitada, pero ¿ellas realmente nos representan?, ¿o siguen siendo ellos quienes eligen y prefieren a esas representantes?

El primer gran paso en la lucha por el reconocimiento de los derechos de las mujeres se concretó el 3 de julio de 1955, fecha en que las mujeres mexicanas emitían por primera vez su voto para elegir, por cierto, a diputados federales que integrarían la XLIII Legislatura. Sin embargo, el activismo para lograrlo registra un origen mucho más antiguo. En 1821, una organización de mujeres  zacatecanas solicitó por primera vez ser reconocidas como ciudadanas y gozar de tales derechos, pero fue Yucatán el primer estado en reconocer a las mujeres el derecho al voto local.

Pasaron años para que el sufragio femenino se viera proyectado en la elección de mujeres candidatas para cargos federales.

El 31 de enero de 2014, la reforma político-electoral en materia de Paridad entre Género elevó al rango de constitucional la garantía de la paridad entre mujeres y hombres en las candidaturas a la Cámara de Diputados, Senado y  congresos  estatales, modificando completamente los antiguos esquemas y estatutos de los partidos políticos, obligándolos a ceder 50% de las candidaturas a mujeres.

Pero un vistazo a las cámaras nos recuerda que ganamos espacios que siguen vacíos. Porque, hasta de  esta gran conquista femenina, ellos siguen cosechando. Algunas mujeres se han convertido en moneda de cambio; ahora los poderosos pueden extender sus dominios (o no perderlos) concediendo candidaturas a cónyuges, hijas, hermanas, cuñadas y otros amores, complicando el camino al activismo de mujeres capaces, a las voces fértiles. Ellos también han obtenido nuevas herramientas para destruir oponentes, utilizando a modo la “violencia política en razón de género”.

La violencia política en razón de genero nace con la legislación que OBLIGA a los partidos a reservar lugares a mujeres, alejándonos del natural reconocimiento de la gran capacidad de la mujer mexicana para contender y ocupar cualquier cargo.

¿Qué  podría violentar más los derechos políticos de una mujer que ser utilizada para cumplir cuotas o hacer el trabajo sucio para un amo?

Seguirán siendo tiempos mudos para nosotras, mientras la representatividad femenina en las cámaras siga a la elección de ellos. Estamos en deuda con las que forjaron camino y las que lo siguen haciendo, en tribuna o en las calles, a ELLAS: ¡Gracias!

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