¿Qué podría ser más aplastante que sentirte obligado a dejar el lugar donde nació y creció todo lo que amas? La suerte no siempre acompaña al que echa al hombro lo que queda, en los brazos lo que puede y en el corazón la ilusión de encontrar suelo menos cruel.

Los primeros días de septiembre, nuestro México, el que el siglo pasado abrió sus brazos a exiliados de Europa y Sudamérica; el México de corazón indígena que reconoce y ama a sus hermanos del sur y que sufre cuando sus hijos en el norte padecen maltrato y discriminación, ese México, a los ojos del mundo, ha protagonizado vergonzosos episodios de racismo y tropelías en su frontera sur.

En las imágenes, que reportan al mundo lo que ha sucedido en Chiapas, no hay otra cosa que autoridad cobarde enfrentando con fuerza innecesaria a mujeres, niños y jóvenes. Los ojos de un inocente siempre serán espejo en el que podamos ver aquello que llevamos dentro.

El terror en esos rostros infantiles me hizo preguntar: ¿Qué nos pasó?, ¿cuándo dejamos de ver y sentir?

Fallamos como humanos, cada vez que cruzamos esa avenida y decidimos sostener la mirada en el semáforo para no ver al hombre de piel tostada y ojos afligidos que lleva un hijo en brazos y, a la espalda, su patrimonio entero. Fracasamos como mexicanos, cuando ignoramos el llamado de un hermano que pide ayuda y le recibimos con las corporaciones creadas para combatir a criminales. Como país, estamos condenados al infortunio si la autoridad ordena, avala o perdona uno solo de los abusos cometidos en los operativos de contención en la frontera sur.

En 2016, con la adopción de la Declaración de Nueva York, comenzó un proceso de negociación para gestar el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular.

Este proceso fue coordinado por México y Suiza, a través de sus representantes permanentes ante las Naciones Unidas, los embajadores Juan José Gómez Camacho y Jürg Lauber.

Tras casi dos años de trabajos, el 13 de julio de 2018, durante la sesión de aprobación del pacto, el subsecretario para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos recordó que México es un país en el que convergen todas las formas de la migración internacional, asegurando que el pacto sería una herramienta de gran utilidad. En diciembre de 2018, Marcelo Ebrard se estrenaba como canciller y gustoso anunciaba su arribo a Marrakech, Marruecos, para participar en la firma del pacto.

La estructura del pacto contiene 23 objetivos, con compromisos concretos como medidas efectivas contra la trata y tráfico de personas, evitar separación de familias, reconocer el derecho de los migrantes irregulares a recibir salud y educación en sus países de destino y usar la detención de migrantes como última opción.

Los gobiernos también prometen garantizar un regreso “seguro y digno” a los inmigrantes deportados y no expulsar a quienes se enfrentan a un “riesgo real y previsible” de muerte, tortura u otros tratos inhumanos.

En estos días, de tendencias progresistas tan ligadas al pasado y a lo absurdo, se prioriza exigir disculpa a naciones colonialistas por abusos cometidos 500 años atrás, se demuestra valentía al condenar al olvido a estatuas genocidas, invirtiendo tiempo y recurso en su reubicación.

Pero, ¿quién pedirá cuentas a México por el racismo y la violencia?, ¿quién alzará la voz por los desplazados, los que no son bienvenidos en ningún lugar?

Ancelmo Pérez y Pérez, de 22 años, regresó a casa, ha sido recibido por su madre en Guatemala. Él, como miles, salió persiguiendo el sueño americano pero, en Chiapas, según el reporte de la autoridad mexicana, tras un operativo de la Guardia Nacional, una fractura en la pierna le provocó la muerte.

Descansen en paz Ancelmo y todos los demás, todos los que no vemos y no sabemos.

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