La creciente división, el aumento de la hostilidad y la oleada de conflictos definen el panorama mundial actual. La necesidad constante de gestionar las crisis está agotando una energía humana esencial que, de otro modo, podría encauzarse para crear un futuro más optimista.
Aunque en épocas pasadas hemos encarado graves crisis, la actual ola de pesimismo no tiene precedentes. Además, a diferencia de antes, el poder y la presencia de los medios de comunicación globales y de las tecnologías de la información que existen actualmente no hacen sino amplificar cada uno de los problemas y reveses, agravando así el sentimiento de desolación.
Tras un periodo en el que mil millones de personas han conseguido salir de la pobreza y que ha traído consigo una mejora de las condiciones de vida en todo el mundo, la angustia por perder el control sobre lo que nos aguarda el futuro provoca que la gente asuma ideologías extremas y apoye a los líderes que las defienden.
Es fundamental restaurar la confianza en nuestro futuro. La cuestión es por dónde empezar, teniendo en cuenta las complejas circunstancias que nos rodean.
Como si de un diagnóstico médico se tratara, primero debemos descubrir y abordar las principales causas de nuestro malestar. Nos encontramos en un momento crucial de la historia, pero seguimos aferrados a soluciones desfasadas. El hecho de que debamos ocuparnos simultáneamente de muchos problemas que están profundamente interrelacionados y se refuerzan entre sí solo agrava las cosas. No hay una solución rápida o un remedio universal. Es necesario abordar todos los síntomas desde una perspectiva integral.
En primer lugar, ya no tenemos un relato que indique la manera de revitalizar nuestras economías, aquejadas actualmente de unos niveles insostenibles de deuda e inflación que merman el poder adquisitivo de las personas. Las políticas monetarias y fiscales tradicionales han perdido fuelle y las políticas del lado de la oferta agravan aún más la carga de la deuda. Es, por tanto, fundamental adoptar un nuevo planteamiento que permita aprovechar la transición hacia una economía verde, digital e inclusiva como gran oportunidad para crear empleo, aumentar el poder adquisitivo y, en última instancia, lograr un crecimiento económico sostenido.
En segundo lugar, el cambio climático representa una clara amenaza para las generaciones actuales y, sobre todo, para las futuras. Debemos, por tanto, responder a este reto mejorando la asequibilidad de la energía, la seguridad y la sostenibilidad, todo ello mientras se reducen las dependencias geoeconómicas y geopolíticas. Gracias a los avances tecnológicos, existe una amplia disponibilidad de energía renovable más barata que puede contribuir sustancialmente a un mundo más equitativo y tener un enorme impacto en el medio ambiente, la calidad de vida y la longevidad.
En tercer lugar, vivimos en una era de desarrollo tecnológico exponencial, sobre todo con la aparición de la inteligencia artificial. Si no se regulan adecuadamente, estas tecnologías pueden ser tremendamente disruptivas, pero también pueden servir de catalizador para un renacimiento de la humanidad por su capacidad para descubrir nuevas dimensiones de la creatividad humana y fomentar una colaboración y un entendimiento sin precedentes.
Estas propuestas globales requieren de una cooperación a escala global, nacional y local, sobre todo en un mundo cada vez más competitivo y multipolar caracterizado por una creciente fractura social y una incertidumbre generalizada.
Entablar un diálogo abierto y transparente puede restaurar la confianza mutua entre personas y países que, por miedo a su propio futuro, anteponen sus intereses particulares. La dinámica resultante de este comportamiento merma la confianza en un futuro más prometedor. Para apartarse de una dinámica que obedece a las crisis y promover la cooperación, la confianza y una visión común de un futuro más prometedor, debemos construir un relato positivo que revele las oportunidades que brinda este momento crucial e histórico.