La exclusión de las titulares del Poder Legislativo y del Poder Judicial a las festividades con motivo de la Independencia de México, demuestran dos cosas de López Obrador. La primera, su obsesión por concentrar en su persona al Estado. La segunda, su terquedad por no reconocer la presencia de las mujeres en el poder público.
No es la primera vez que muestra su autoritarismo, en la conmemoración por los 106 años de la promulgación de nuestra Constitución y en el 110 aniversario de la Marcha de la Lealtad, relegó a los representantes del Poder Legislativo y Judicial enviándolos a los extremos y lejos de él.
La conmemoración de nuestra independencia es una ceremonia de Estado, no de gobierno, por lo que los tres poderes deben estar presentes en este acto de la más alta solemnidad para los mexicanos.
Este tipo de actitudes nos da una idea de lo alejado que está López Obrador del equilibrio institucional que tanto reclama México. Nos habla de su intolerancia contra quienes piensan distinto. Precisamente en una fecha tan importante para los mexicanos como lo es la Independencia, él quiere que haya sumisión y pleitesía a su persona.
La trifurcación del poder sirve justamente para limitar los excesos de los Poderes de la Unión, esos a los que López Obrador no quiere renunciar ni cuando falta un año para que deje su encargo.
El balcón presidencial dejará de ser plural y le cerrará las puertas a los Poderes de la Unión. Ni la ministra Norma Piña, presidenta de la Suprema Corte, ni la senadora Ana Lilia Rivera, presidenta del Senado de la República; ni la diputada Marcela Guerra, presidenta de la Cámara de Diputados, serán incluidas en las ceremonias patrias.
Las tres son mujeres que presiden órganos que sirven de contrapeso a la Presidencia de la República y representan al Estado democrático que dicta nuestra Constitución general, sin embargo, nada de ello le importa a López Obrador, porque en su cerrazón, privilegia la obediencia ciega a la división de poderes.
Qué lejos estamos de aquel que en campaña decía que había que conciliar y que su fuerte no era la venganza. Hoy, deja ver su naturaleza autoritaria y tal pareciera que quisiera imitar a Luis XIV con su lema “el Estado soy yo”. A México le urge un gobierno que unifique, que no amenace ni calumnie, un gobierno que acepte la pluralidad, la independencia y la división de poderes.
El pilón: Al estilo de los dictadores más rancios, esos que les quitan sus hogares a los opositores, Morena amenazó con demoler la casa de Xóchitl Gálvez. Una muestra más del miedo que le tienen, porque claro, saben que el próximo año los sacará de Palacio Nacional.
Ni sus mentiras, ni sus ataques, ni sus calumnias harán que deje de subir en la preferencia ciudadana, porque ella, al contrario de la familia presidencial, sí tiene cómo comprobar cómo ha ganado cada peso. Muchos son los hogares mexicanos que le abrirán sus puertas a Xóchitl si siguen con su intento de despojarla de lo que ha ganado con trabajo y esfuerzo.