La situación del país es insostenible. En una sola semana la violencia fue de virulencia inmisericorde. En San Miguel Totolapan, Guerrero, el crimen organizado asesinó al alcalde y a diecinueve personas más, entre ellos siete policías. En Cuernavaca, Morelos, una diputada local fue acribillada en la vía pública. Una trabajadora de Pemex fue atacada a balazos afuera de la refinería de Salina Cruz, Oaxaca. En la carretera México-Puebla asesinaron a una mamá que buscaba el cuerpo de su hija. Y probablemente, esta semana serán asesinadas 500 personas más. El común denominador de estos hechos es la permisividad del gobierno federal.

Ante este panorama es imperdonable que el presidente se niegue a tomar responsabilidad. Es su cuarto año de gobierno y todavía ayer decía que la violencia “es fruto podrido de lo que sembraron durante muchos años”. Llama la atención que el presidente haya querido tantos años ser presidente sólo para darse cuenta de que prefería ser candidato. Hoy es titular del Ejecutivo federal y es responsable de la seguridad de los mexicanos, aunque reniegue de ello.

Para este gobierno, los enemigos del Estado son los defensores de derechos humanos, los colectivos, los periodistas, las feministas y todos aquellos que se atrevan a pensar diferente. A ellos espían y encarcelan. A los delincuentes, en cambio, abrazos e impunidad.

Las cifras son claras, en lo que llevamos de su administración, 18 alcaldes, 31 regidores y 11 síndicos han sido asesinados. Hay más de 130 mil homicidios, más de 36 mil desaparecidos y las víctimas van en incremento todos los días. Esta es la realidad de un gobierno que no ha querido hacerse responsable de su investidura.

Estamos en la fase final de este sexenio y está reprobado en todas las materias, especialmente en seguridad. De nada sirve que las fuerzas armadas hagan actividades de seguridad pública de forma permanente, si lo que falla es la estrategia. Por eso, en el Senado de la República, voté en contra de militarizar al país.

Los delincuentes hacen lo que quieren y saben que serán protegidos por este gobierno, porque tienen nexos con la gente más cercana al presidente. Mientras a los criminales los cubre el manto de la impunidad, las familias pierden a sus seres queridos en enfrentamientos o masacres, siendo acuchillados o ultimados de un balazo.

Que hoy México esté viviendo uno de los momentos más sangrientos, es resultado de la falta de coordinación entre la federación, las entidades federativas y los municipios. No hay presupuesto para la seguridad. No hay un reconocimiento del problema y por lo tanto, no hay una estrategia que pueda brindar un mejor futuro para los mexicanos.

El presidente López Obrador, totalmente ajeno a esta realidad, se preocupa por las candidaturas al Nobel de la Paz, cuando lo único que debería importarle es cómo devolverle la paz a este país.

Senadora de la República

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