Cada vez hay más niños devorados por los conflictos violentos en todo el mundo. Se trata de un rotundo fracaso global y colectivo.
Las matanzas gratuitas no parecen acabar nunca. Un bombardeo a refugiados en su propio país, Siria, dejó como espantoso saldo 68 niños muertos en Aleppo. Vimos horrendas imágenes de periodistas que lloraban y representantes de la ayuda humanitaria que trabajaban en vano para salvar al menos a algunos de los bebés. En la pesadilla distópica en la que se ha convertido Siria, nadie sabe con certeza quién fue responsable de este salvaje ataque. Unos días antes, cerca de 30 niños fueron masacrados en un ataque con armas químicas. Una vez más, no hay evidencia contundente de qué bando usó gas para matar a los niños. Más de 17 mil niños han muerto en Siria desde que estalló la guerra civil hace cinco años.
Ha llegado el momento de que todos los ciudadanos del mundo que creemos en una humanidad básica exijamos una intervención urgente e inmediata. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tiene la capacidad militar para detener este genocidio incesante. Tal vez ha llegado el momento de añadirle a ese poder algo de autoridad moral; a fin de cuentas, todo se trata de moral. Salvar a los niños y darles la oportunidad de construirse un mejor futuro es un deber moral sagrado de la humanidad. Ganarse algunos puntos en el debate diplomático está muy bien, pero ya nos encontramos más allá de la retórica. Las generaciones futuras no nos perdonarán si las potencias globales que tienen el poder de detener el genocidio no actúan ahora. ¿Quién dijo que la moralidad no puede incidir en los poderosos?
Al leer sobre estos horrores inenarrables, recuerdo mi juventud, cuando Estados Unidos peleaba una guerra brutal y muy amarga en Vietnam. Los ciudadanos comunes y patriotas se sintieron asqueados e indignados cuando comenzaron a filtrarse los informes de niños que estaban siendo aniquilados. En 1968, la masacre de My Lai, donde fueron asesinados a sangre fría 171 niños, marcó a toda una generación de jóvenes estadounidenses y provocó una ola generalizada de protestas antibélicas. Cuando en 1972 se publicó la fotografía de una niña de ocho años que gritaba y corría por su vida tras un ataque con napalm, los ánimos empezaron a cambiar y la moralidad comenzó a imponerse ante el poder. Vietnam fue lo mismo una terrible vergüenza y una luz de esperanza.
Pero a casi 50 años de My Lai no puede decirse que los niños estén más a salvo en las regiones convulsionadas por los conflictos. Admito con pesar que el abuso a los niños indefensos se ha vuelvo más endémico, al tiempo que la globalización y la tecnología han permitido que compartamos instantáneamente las atrocidades que se cometen contra ellos. En Nigeria fueron raptadas más de 200 niñas en edad escolar y mantenidas cautivas a punta de pistola como esclavas sexuales. Hubo una indignación generalizada, pero la mayor parte de la niñas permanecieron secuestradas. Hace unos años, en Paquistán, 150 niños fueron asesinados por sicarios dentro de su propia escuela. Y cada día nos enteramos de otra historia de horror sobre pequeñas niñas yazidí que son violadas y agredidas durante semanas enteras. Luego están los bien difundidos informes sobre las decenas de miles de niños de las zonas de conflicto que han sido víctimas de la trata de personas, sometidos a servidumbre o a prostitución forzada. A veces siento que todos, como humanidad, hemos abandonado a estos niños indefensos.
Por supuesto no estoy diciendo que las instituciones globales no hayan trabajado para proteger a los niños y asegurarles un mejor futuro mediante un mayor acceso a educación, salud y oportunidades para su pleno sustento. Hay esfuerzos colectivos en todo el mundo que han conducido a la prohibición global del trabajo infantil y a severas medidas contra la trata de personas. Los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU han trazado un mapa claro que llega hasta el año 2030. Pero, ¿es suficiente?
Lo cierto es que los niños siguen siendo agredidos y maltratados. Los niños conforman una tercera parte de la población mundial, pero representan más de 50% de los refugiados. En los últimos 10 años, cerca de 10 millones de niños han muerto a causa de conflictos, y más de 6 millones sufren algún tipo de discapacidad a consecuencia de éstos. Se calcula que 28 millones de niños se han convertido en refugiados sin ningún futuro a la vista. Sólo Siria y Afganistán produjeron más de 50% de los niños muertos y refugiados en 2015.
Los niños nunca son los responsables de las guerras, los conflictos o la violencia, pero son quienes más los padecen. En estos tiempos de agitación extrema, es nuestro deber proteger a los millones de niños que, por ser los más vulnerables, quedan atrapados en el fuego cruzado de las bombas, las balas y los ataques químicos. Le exijo en los términos más enérgicos al Consejo de Seguridad de la ONU que dentro de un plazo perentorio establezca un grupo de alto nivel para encarar la violencia contra los niños en situaciones de conflicto, crisis de refugiados, trata de personas entre países y servidumbre.
Hace 50 años tuvimos My Lai. Hoy tenemos Aleppo. ¿No deberíamos llamar a la acción a nuestra conciencia colectiva?
Premio Nobel de la Paz en 2014Texto incluido en el libro Salvemos a la infancia. La lucha de un hombre en contra de la explotación infantil, Grano de Sal, México, 2019 (el libro se presentará en la FIL de Guadalajara, que tiene como país invitado a la India)