¿Para qué sirve contar historias?
Como periodistas, nuestro trabajo es contarlas de una forma clara, sencilla, interesante. Entretenida, ¿por qué no? Pero, sobre todo, y esto es lo más importante, nuestro trabajo es contar historias que retraten la realidad y su contexto. Sacar a la luz aquello que está en las sombras.
Eso implica una lucha contra los estereotipos. La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie habla mucho sobre esto. Le llama el peligro de las Historias Únicas. Y hay numerosos botones de muestra.
En Estados Unidos, por ejemplo, el debate migratorio es intenso y en la televisión aparecen esas imágenes de la frontera todo el tiempo. El muro, las familias que quieren cruzar el río y las que atraviesan el desierto porque buscan una mejor oportunidad. Para algunas personas eso es lo que significa ser mexicano. Más aún, eso significa ser Latino.
Debo decir que antes de mudarme a Estados Unidos no pensaba mucho en el término Latino o Hispano. Nunca antes me había identificado así. Yo soy mexicano. Pero para efectos prácticos por momentos en Estados Unidos eso soy: un latino. Lo mismo los salvadoreños, los cubanos, los argentinos y los venezolanos. Todos. Entramos en esa misma categoría y, aunque poco a poco las cosas cambian, los políticos que quieren votos, les hablan igual a todos. Porque tienen esa misma historia única de todos.
Ahora, después de un tiempo de vivir en Estados Unidos, he comenzado a entender esta forma de pensar. Si yo no hubiera crecido en México, si hubiera crecido al norte del Río Bravo y lo único que viera de México son las imágenes populares, o las noticias o las series de narcos y las películas de Hollywood, yo también pensaría que México es un país de paisajes bellísimos, una historia muy rica, tradiciones coloridas, pero con gente muy pobre en medio de la violencia que solo quiere huir de su país.
Claro que es verdad que México es un país lleno de tragedias. Empezando por los más de 400 mil homicidios desde 2006 por la guerra contra el crimen. O las 100 mil personas desaparecidas. O las 10 mujeres que mueren asesinadas cada día. Los feminicidios. La corrupción, la impunidad. De cada 100 homicidios en el país, solo 7 se resuelven. Es desde luego una catástrofe.
Pero hay otras historias que no son trágicas. Y es igual de importante hablar de ellas.
El problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que están incompletos. Hacen que una historia se convierta en la única historia.
¿Qué pasaría si en Estados Unidos supieran que el tenista número uno en el ranking juvenil de la Federación Internacional de Tenis se llama Rodrigo Pacheco y es mexicano? Fue campeón en dobles juvenil en el abierto de Francia.
O si se dijera más fuerte que la mejor chef del mundo también es mexicana y se llama Elena Reygadas, y que con ella y tantos talentos más, nuestra cocina se ha profesionalizado hasta convertirse en la primera en el mundo en ser considerada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
O si habláramos de los miles de jóvenes que emprenden nuevos negocios en este país cada día. Y a veces tienen éxito y a veces no. Pero cultivan siempre la ambición de superarse.
Las historias importan. Las múltiples historias importan.
La consecuencia de quedarnos con los estereotipos es que le quitan dignidad a las personas. Hace más difícil que nos reconozcamos unos a otros como iguales. Y subraya nuestras diferencias. No nuestras similitudes.
En estos días de descanso lo recordé: cuando nos damos cuenta de que no existe una historia única y que siempre hay muchas historias que debemos contar porque todas nos aproximan a la realidad, entonces entendemos mejor nuestro entorno y nos entendemos mejor unos a otros.
@JulioVaqueiro