Marco Rubio es un político estadounidense con los ojos puestos en América Latina. Hijo de padres cubanos, es uno de los pocos legisladores hispanos en el Senado de Estados Unidos. Su historia familiar es la del sueño americano: su padre trabajaba turnos interminables en un bar y su madre limpiaba pisos en un hotel. Él mismo ha repetido el relato algunas veces cuando ha estado en campaña.

La cita para nuestra entrevista con él fue en su oficina, en el edificio Russell del Capitolio en First Street, esquina con Constitution Avenue, Washington DC. Nos recibió la encargada de prensa, quien nos mostró el lugar donde sería la charla, para comenzar a instalar luces y cámaras, y nos ofreció agua: “el Senador está por llegar”.

Un enorme mapa de Florida, el estado que representa, posa sobre una chimenea que adorna el salón; la bandera de Estados Unidos y la de Florida en cada costado. Marco Rubio ascendió a la escena nacional y es ahora uno de los legisladores más influyentes, en gran medida, gracias a la maquinaria cubano-americana de Miami. Desde los años 60, el exilio de la isla ha sido capaz de moldear líderes a nivel local y estatal, y ha definido la política de Estados Unidos hacia Cuba por décadas. El hombre que trabaja en esta oficina es producto de esa estructura de poder.

Y ahí aparece, con sus 51 años, un político joven, peinado de lado, los ojos de un lince. Llega con prisa, como en la vida: apenas tenía unos 43 años cuando buscó la presidencia en 2015 y se enfrentó a Donald Trump. Le estrecho la mano y comienza la entrevista.

Marco Rubio es el vicepresidente del Comité de Inteligencia en el Senado y miembro del Comité de Relaciones Exteriores. Lo que él tenga que decir sobre Ucrania, China, la frontera, el tráfico de fentanilo y tantos temas más, tiene mucho peso. Esto es lo que nos dijo sobre México.

—México es un socio importante de Estados Unidos. El país, sus instituciones. Pero López Obrador no es un buen aliado. El actual Presidente, desafortunadamente, se dedica a decir disparates, a interferir en la política norteamericana. Tiene un pensamiento más allá de izquierda, un pensamiento raro en términos de esa línea con todos estos dictadores del hemisferio. Y tiene una política interna con la que ha entregado gran parte de su territorio nacional a los narcotraficantes que controlan esas áreas. Eso a nosotros nos importa porque estamos viendo las consecuencias de esa violencia, esa criminalidad entrando a nuestra frontera y a nuestro país. Así que yo tengo mi desacuerdo con él, pero él es el Presidente de México hoy, no lo fue ayer y no lo va a ser mañana. Hay una diferencia entre el país y la importancia del país y sus instituciones y quién esté ocupando el cargo en este momento.

—¿Usted estaría de acuerdo con enviar tropas de Estados Unidos a combatir a los cárteles de la droga en México?

—Bueno, siempre y cuando haya la cooperación del gobierno mexicano, que en este momento no creo que lo vamos a ver, porque este es un Presidente que entró en función diciendo que él no quería dedicarse a perseguir a estas bandas criminales. Yo estaría dispuesto a apoyar esta medida, pero tiene que ser en coordinación con las Fuerzas Armadas y la fuerza policiaca de México. Al contrario, no sería posible hacerlo.

Su postura es reveladora. No es el primer legislador que en los últimos días dice algo parecido sobre México, el presidente López Obrador y la lucha contra el narcotráfico, pero sí es uno de los más destacados. En esa oficina, ese Senador que alguna vez fue un joven promesa y que hoy aún no descarta volver a buscar la Presidencia en un futuro lejano (asegura que 2024 está fuera de sus planes), nos deja claro que lo que hoy ocurre al sur del Río Bravo preocupa cada vez más al norte.

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