Han pasado veintitrés años desde que se publicó el texto “Homo Videns. La sociedad teledirigida”, por Giovanni Sartori. Desde ese homo videns, cuyo advenimiento presagiaba el autor, planteando que la televisión y el video, en tanto imágenes, modificarían y empobrecerían el aparato cognoscitivo del homo sapiens, fundado en la cultura escrita. La imagen destronaría a la palabra escrita. Todo sería susceptible de visualizarse, anulándose el pensamiento y la capacidad de los hombres de articular ideas claras y diferentes.

En la actualidad, la internet y el ciberespacio han desplazado al televisor como medio de comunicación, al ofrecer un mundo de conectividad interactivo y polivalente que transmite millones de datos en tiempo real, lo que hace posible un diálogo global más efectivo, útil y diverso. Y con ello, el surgimiento de un homo data con posibilidades de obtener, como nunca antes, una gran cantidad de información en muy diversos formatos y por múltiples medios, tras la penetración de la cuarta revolución industrial en nuestras Democracias Constitucionales.

El homo data, claramente es una abstracción producto de la revolución 4.0 que en los últimos veinticinco años, ha facilitado la construcción de sociedades y gobiernos más democráticos vía la tecnología y la transparencia y que, en relación con nuestro país, coincide con la progresiva reglamentación del marco constitucional aplicable en materia de acceso a la información pública y rendición de cuentas con el que contamos.

El homo data habita en una vorágine de información a la que tiene el derecho humano de acceder. Así se lo garantiza el artículo 6º de nuestra carta magna. Este derecho, además, se encuentra en una relación de interdependencia respecto de otros cuyo ejercicio posibilita, de ahí la importancia de que en este mundo híper mediatizado, el primero esté dotado de la certeza y veracidad necesarias para el adecuado ejercicio de otros derechos y la materialización de una efectiva rendición de cuentas por parte del Estado.

Sin embargo, hoy en día, de manera simultánea, las mentiras fluyen con enorme velocidad de un modo indiscriminado y que para muchas personas dan la impresión de tener un referente en la realidad.

La desinformación activa y la posverdad, promovidas por diversos medios y personas son todo un reto. Tal situación polariza y nos contrapone. La libertad de expresión que tanto nos ha costado construir y expandir hasta la idea de transparencia, pareciera que bajo ciertas condiciones se voltea en nuestra contra y genera daños graves al tejido social por medio de una irónica invisibilidad a partir de una apelación a los sentimientos de las personas y, no así, a los hechos o la verdad.

No podemos pretender revertir la mediatización y, mucho menos, claudicar en nuestras aspiraciones de vivir en un mundo en el que la información pública y/o privada, fluya con el propósito de facilitar un diálogo público, interactivo y plural entre las instituciones y las personas.

Sin embargo, trascender al homo videns implica, de manera irreductible, generar un poderoso y transparente flujo de información completa, veraz, verificable, disponible y debidamente organizada, entre instituciones y ciudadanía, como antídoto para disipar la niebla que representan las fake news y la posverdad, y que exponen a las sociedades a la ruptura institucional por colisión de intereses políticos, económicos o ideológicos, pero también por falta de credibilidad y/o legitimidad.

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