La política industrial recientemente presentada por el Gobierno Federal presenta un diagnóstico acertado, una selección de sectores estratégicos debatible y una carencia de herramientas de política pública para arrancarla. Sin duda un esfuerzo de mayor profundidad que el decálogo de tres años atrás, pero que aún le faltaría mucho para poderse aterrizar.

La política industrial de un país se planea a largo plazo y con visión holística. Se trata de un suceso mayúsculo, no solo porque pasaron años sin tener una definición, sino porque delinea la trayectoria económica del país en las próximas décadas.

Nunca es tarde para impulsar una política industrial nacional. Desde la década de los 60s, Corea del Sur apostó a la promoción de tecnología e innovación, hoy su economía es de las más fuertes el mundo. Alemania dio origen al término Industria 4.0 y ha multiplicado esfuerzos para integrar las tecnologías de la información con las fábricas inteligentes. En México, el lento crecimiento económico y el rezago en productividad de las últimas décadas se atribuyen a la ausencia de política industrial.

El diagnóstico es acertado: mayor inclusión y competitividad, más ciencia y tecnología, mayor mercado interno y fortaleza a Pymes. El diagnóstico no es errado y los cuatro ejes de planeación son apropiados: innovación y tendencias tecnológicas y científicas, formación de capital humano, promoción de contenido regional y apoyo a industrias sostenibles. Al revisar el decálogo de años atrás se leen los mismos elementos e inclusive al analizar la Política 2013-2018 existen coincidencias. Entonces, ¿cuál es el elemento diferenciador postCovid? Al menos los sectores estratégicos no lo son.

Los sectores estratégicos se definieron por su relevancia económica, su crecimiento y su importancia en el mercado laboral: agroalimentario, eléctrico-electrónico, electromovilidad, servicios médicos y farmacéuticos e industrias creativas.

Es cierto, la mayoría son industrias insignes de las exportaciones mexicanas, lo que deriva en dos reflexiones: parece un modelo orientado más hacia afuera que hacia adentro porque empresas tractoras son transnacionales que suelen importar componentes de nivel Tier 1 y Tier 2; y en Estados Unidos -nuestro mercado más importante- se ha generado un desplazamiento estructural de las importaciones provenientes de México por aquellas de China y otros países asiáticos.

Industria no solo son manufacturas, el fortalecimiento industrial y del mercado interno también proviene de sectores ausentes: construcción, energía, industria siderúrgica y fabricación de maquinaria y equipo, destacados detonadores de empleos por su extensa cadena de valor. Estos sectores que se han desarrollado desde hace 30 años por el TLCAN y por tanto vale la pena preguntarse si serán los sectores que fomenten el crecimiento económico de los próximos 30 años.

Sin políticas públicas, continúa siendo una Política Industrial que le faltan conectores para aterrizarla en política pública y acciones. Sin presupuesto y excepto por la marca “Hecho En México”, no existen programas de desarrollo de proveedores para subir el contenido regional, aumentar financiamientos a Mipymes, incentivos fiscales para promover inversiones y relocalización de empresas para nuevos clusters y explotar el nearshoring.

La definición de política industrial es una condición necesaria, pero no suficiente para el desarrollo económico, se necesitan políticas específicas que la implementen, pero sobre todo que le den continuidad y trascendencia. Si ha habido avances en el combate de la pobreza hasta antes de 2020 fue por la continuidad de la política social. Una política industrial no es para un sexenio, debe tener visión de largo plazo y mantener transcendencia entre administraciones, esperemos que en esta ocasión se pueda lograr por el bien del futuro del país.

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Presidente de Consultores Internacionales, S.C.
 

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