Los resultados preliminares de la inversión extranjera directa (IED) en 2020, publicados por la Secretaría de Economía la semana pasada, no fueron del todo sorpresivos, pero dan cuenta de cómo uno de los principales motores del crecimiento económico continuó con un proceso de disminución en su dinámica.
Según esta fuente, la recepción de IED en 2020 fue del orden 29 mil 79 millones de dólares, lo que significó una caída de 14.7% respecto a lo observado en 2019, cuando se superaron 34 mil millones de dólares.
La IED se compone de nuevas inversiones, esto es aquellas para iniciar operaciones, aportaciones de capital y transmisión de acciones a inversionistas extranjeros; reinversión de utilidades, a partir de las que no se distribuyen y que incrementan los recursos de capital; y cuentas entre compañías, es decir, fondeos a través de deuda entre empresas de un mismo corporativo.
El componente de nuevas inversiones, el que tiene capacidad de generar nuevos empleos, efectos multiplicadores y es una medida de la calidad de la IED, pasó de 13 mil 168 millones de dólares en 2019 a 6 mil 408 millones en 2020, una caída de más de 51% anual.
Por su parte, la reinversión de utilidades pasó de cerca de 18 mil millones de dólares a 16 mil 95 millones, cayendo 10% a tasa anual, mientras que las cuentas entre compañías se duplicaron pasando de 2 mil 941 millones de dólares a 6 mil 575 millones. Esto corresponde únicamente a estrategias para sortear los efectos de la crisis y financiar sus operaciones en los momentos más álgidos.
Desde la perspectiva de Consultores Internacionales, S.C. los principales determinantes estructurales de la IED se han ido desvaneciendo gradualmente. Las condiciones para el desarrollo de nuevos negocios e inversiones han dejado de ser propicias, la falta de certidumbre sobre la rentabilidad y la posibilidad de supervivencia en el mediano y largo plazo son cada vez menores.
En un contexto en el que las diferentes economías del mundo reiniciarán la competencia por la atracción de nuevos capitales, promoviendo y facilitando el desarrollo de proyectos productivos, en México parece haberse desestimado a la inversión extranjera como elemento portador de desarrollo económico, de generación de empleos, del mejoramiento de los ingresos de trabajadores, la creación de empresas en las cadenas de valor, entre otros elementos.
Si bien es cierto que México cuenta con el T-MEC y el acceso a uno de los mercados más grandes del mundo, actualmente no hay elementos que ofrezcan confianza ni se está realizando una labor que promueva la imagen de nuestro país como destino de los capitales extranjeros, por el contrario, la caída de más de 51 % en las nuevas inversiones es consecuencia de la posición que se ha tomado contra inversionistas y proyectos en sectores como el de elaboración de bebidas, el energético y sus efectos en la industria manufacturera.
2021 será un año en el que, considerando las condiciones políticas, institucionales y económicas, veremos una nueva disminución del flujo de nuevas inversiones e incluso la relocalización de diferentes proyectos.
Es tiempo de repensar la estrategia de promoción de inversiones, a menos que haya un cambio de la percepción, la actitud y los mensajes hacia el capital productivo extranjero, podríamos esperar flujos de IED por montos menores a los 27 mil millones de dólares en 2021, una vez más, pobre en cantidad y calidad, respecto al potencial de la economía mexicana.