Los datos del Inegi muestran que la actividad industrial tuvo un ligero repunte en marzo, un crecimiento de 1.7% anual, la primera variación positiva desde noviembre de 2018. Han sido las manufacturas las principales impulsoras, al registrar un alza de 6.2%, aun cuando el resto de los componentes (minería; generación, transmisión y distribución de energía eléctrica, suministro de agua y de gas por ductos al consumidor y construcción) continúan en racha descendente.

En buena medida, esta recuperación se debe a las exportaciones, que continuarán ofreciendo oportunidades para las manufacturas, incluso retos globales como los altos precios de materias primas, el desbalance logístico por la falta de contenedores y el desabasto de componentes necesarios para la producción, como chips y resinas.

Aun así, debe decirse, los principales retos de la industria son de origen interno, desde el ambiente de negocios hasta la incertidumbre que limita la inversión, pero uno de ellos es el que genera mayor preocupación, la disponibilidad y costos de los energéticos. La industria de la transformación es intensiva en el consumo de energía —de electricidad y de combustibles—, por lo que sus precios y acceso eficiente son esenciales para su desempeño y competitividad.

La expectativa es que el Estado sea facilitador y promotor del desarrollo, a través de energía suficiente, confiable y a precios competitivos. Tanto la CFE como Pemex tienen por ley el propósito de contribuir al desarrollo, generar valor económico y rentabilidad para el Estado.

En el mundo, la generación de energía competitiva, sustentable y confiable, es parte crucial de la política de fomento industrial de un país que aspira a formar parte de las cadenas globales de productos de alto valor agregado.

Esto demanda de una fluida coordinación entre la iniciativa privada y el gobierno. El caso es que en México, este engranaje requiere ajustes y correctivos mayores. La discusión en los últimos meses se ha centrado en cómo las reformas y contrarreformas afectan la competencia, en si las renovables y su intermitencia afectan al sistema, en si la quema de fósiles daña o no al medio ambiente. No se mal interprete, no significa que no sean temas de relevancia, lo que sucede, al menos desde el enfoque de Consultores Internacionales, es que se ha perdido el foco de modernizar el aparato productor de energía.

Más allá de cualquier planteamiento ideológico, México y la industria requieren que la seguridad energética esté garantizada. Contar con la capacidad de reacción ante variaciones de oferta y demanda, y que al mismo tiempo atienda en el largo plazo los objetivos de sustentabilidad de la sociedad. En este proceso, es necesario que se den al menos dos condiciones, la primera de ellas es la rentabilidad de las dos paraestatales —CFE y Pemex—, requieren ajustes estructurales que garanticen el horizonte de operación de ambas en el mediano y largo plazos, esto será un elemento que dote de certidumbre a industriales e inversionistas. En segundo, la competencia, ambas paraestatales deben competir sólo en lo que son más eficientes, enfocar esfuerzos en la renovación y viabilidad de procesos en esas áreas y dejar al sector privado el resto. La rectoría del Estado no debe está contrapunteada con este planteamiento, por el contrario, debe garantizar las mejores condiciones de mercado y precios más competitivos para los industriales y demás actividades económicas.

México y la industria requieren un aparato energético sólido, que promueva el cambio tecnológico y la innovación, de lo contrario, veremos pasar de largo las oportunidades.

Presidente de Consultores Internacionales

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