Cuando las crisis económicas aparecen, ya sea en un hogar, en una empresa o en un país, las acciones iniciales siempre son de corto plazo, correctivas, resolutivas, buscando hacerse de los recursos necesarios para sortear la coyuntura. Los tomadores de decisiones suelen enfocarse en maniobras inmediatas y frecuentemente se deja de lado la visión de largo plazo. La coyuntura que estamos viviendo en todo el mundo ha afectado los patrones de consumo, las necesidades y la dinámica con la que todos los actores económicos actuaban día con día; sin embargo, hay una serie de mega tendencias que permanecerán, nos referimos específicamente a dos de ellas, a la sostenibilidad energética y al cambio climático.

En pocos ámbitos se han logrado consensos a nivel mundial, sin embargo, el cambio climático y la necesidad de acciones urgentes en la materia ha sido aceptado como una idea de cooperación en todos los países, que trasciende visiones económicas, religiosas y sociales.

Ciertamente, la pandemia de COVID-19 hizo que todos los ojos voltearán a encontrar soluciones a esta crisis global, enfocándose a la prevención de la salud, a proteger a los grupos más desfavorecidos, a un correcto uso de los recursos públicos y privados disponibles para ello, apoyando al sector empresarial a mantener el empleo, a generar y plantear inversiones que motiven una más rápida recuperación económica.

En el caso mexicano, el enfoque ha sido hacia la atención de grupos vulnerables, a través de transferencias económicas y el redireccionamiento del gasto público hacia los proyectos de infraestructura, un planteamiento que no ha podido demostrar solvencia en la atención de la coyuntura y que además plantea un retroceso en la visión de largo plazo sobre las mega tendencias arriba mencionadas.

La transición hacia una economía menos intensiva en carbono, con mayor eficiencia energética, que derive en una menor emisión de contaminantes, debiera ser uno de los principales objetivos del Estado Mexicano, incluso porque se trata de un compromiso signado en el Acuerdo de Paris sobre el cambio climático.

No obstante, el argumento utilizado en esta administración es que la promoción de plantas de generación de CFE y la puesta en marcha de refinerías de Pemex, son elementos que permitirán mantener los precios de los energéticos, principalmente para uso de los hogares, sin cambios “en términos reales”, es decir, excepto los que resulten de procesos inflacionarios.

Explícitamente se ha promovido el uso de viejas plantas carboeléctricas calificadas como generadoras de dióxido de carbono, azufre, metano, entre otros gases. Sin embargo, en el Programa Sectorial de Energía 2020 – 2024 a la letra puede leerse que “… es necesario implementar objetivos, estrategias y acciones que permitan aumentar la eficiencia y sustentabilidad en estas actividades. El dióxido de carbono, el metano y el dióxido de azufre representan las principales emisiones de Gases de Efecto Invernadero; dadas sus propiedades y su efecto sobre la retención de calor en la atmósfera.”

Según datos de la Comisión Europea de Ciencias, México se ubicó en 2018 en la posición 76 de 184 países, en cuanto a emisiones de CO2 per cápita, una lectura complicada, en tanto que parece indicar que no estamos en niveles de alarma, sin embargo, está lejos de ser así.

No sólo explícitamente se ha desestimado la transición hacia las energías limpias y de menor uso de carbono, sino que se ha iniciado una política pública que evita inversiones privadas, generación de empleos, que desincentiva el cambio tecnológico y la innovación, todos elementos estrechamente ligados al crecimiento económico, incluso cuando el Programa Sectorial incluye como una de sus acciones puntuales el “promover el desarrollo y uso de tecnologías que permitan la reducción del índice de carbono en la generación eléctrica”.

Se ha perdido la visión de largo plazo, la percepción de una necesidad real de las siguientes generaciones por disfrutar de un medio ambiente adecuado y el riesgo es que la siguiente crisis sea ambiental.

México posee un gran potencial para generar energía a través de fuentes renovables, considerando los niveles de insolación principalmente al norte del País, los recursos hídricos en la zona sur que incluso podrían permitir la instalación de plantas mini hidráulicas, vapor y agua, además de otras posibilidades. Más pronto que tarde, deberemos transitar a un modelo de crecimiento de bajo carbono; sin embargo, no se dará sólo, requiere grandes esfuerzos públicos y privados que impulsen la innovación, la investigación, que permitan el flujo de inversiones en tecnología, en formación de capital humano adecuado. No se trata únicamente de un planteamiento ideológico, es un compromiso planteado por México con los mexicanos y con el mundo.

*Presidente de Consultores Internacionales, S.C.

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