Dos perspectivas, dos tipos de liderazgo, dos concepciones en el ejercicio de construcción democrática se confrontan en diversos países de Occidente. Por una parte, líderes comunicados con lo trascendental, representantes de un demos abstracto e imaginario, concebido como entidad monolítica y divina, como el dios legitimante del soberano. Por otra, líderes republicanos, demócratas empíricos, gradualistas y pragmáticos que expresan límites y posibilidades del gobierno. Ambos polos apelan a “una buena representación”, uno centrado en la voluntad transformadora de un líder convertido en medium con la divinidad del pueblo, de la nación, y que promete conducir la historia hacia su gran destino; el otro centrado en la representación de la pluralidad de mayoría y minorías, en lograr políticas de equilibrio. Ambos están sometidos a controles institucionales, aunque los primeros critican, desafían y si pueden esquivan esos controles. Los segundos son gobiernos regidos por un doble filtro, las barreras que imponen las normas y las que dicta la autolimitación del propio líder. Practicas de líderes iliberales que proponen sacrodemocracias, versus aquellas que proponen democracias liberales. Se ha regresado así a la antinomia originaria de la política moderna, monarquía vs república. Seductores neomonarcas, representantes de dios (el pueblo, la patria, el destino), contra modestos sistemas pluralistas conducidos por líderes desacralizados que ofrecen las opciones poco atractivas de la realidad posible .

La antinomia trasciende las divisiones norte/ sur, América/Europa y también derecha/izquierda. Los casos de Estados Unidos, con el dilema Trump- Biden (ahora Harris); el de Argentina, con la alternancia (con diferencias y continuidades) entre los sacro demócratas Kirchner y Milei, y de Francia, con el reposicionamiento de sacrodemocratas a derecha e izquierda afecta las moderaciones centristas, como lo muestra, el debilitamiento de la UCR y de la alianza (ya extinta) de Juntos por el Cambio en Argentina, o los recientes resultados de Francia. Los cambios actuales no se limitan a un avance de la “nueva derecha”; se trata mas bien de la instalación de lo irracional-místico como instrumento de líderes personalistas, líderes que no tienen el filtro racional del debate colectivo que estimula una organización partidaria, líderes que simplemente comunican sus decisiones a un séquito y que, al modo de un antiguo monarca, ordenan: con Dios o contra Dios.

Indicador de la construcción de estas sacrodemocracias se encuentran en la relación privilegiada que expresan algunos líderes con dios, como se vió recientemente en la explicación de Donald Trump sobre por qué no murió en el atentado. Simplemente, “Dios impidió que ocurriera lo impensable”. Lo que no explicó es por qué razón ese mismo Dios no impidió también la muerte de Corey Comperatore, bombero heroico y padre de familia, que asistía al acto proselitista, También Cristina Kirchner dio un argumento similar ante el atentado contra su vida en setiembre del 2022, ante un grupo de religiosos afirmó que la única explicación de haberse salvado era por acción “de Dios y la virgen”. Otro indicador de esta construcción política es el acceso de familiares al poder, postulados como herederos del cetro, o como decisores fundamentales.

Sacralizar la política es unir política y religión y, al mismo tiempo, separar política de verdad fáctica. Así, los líderes que postulan la sacrodemocracia encuentran difícil (o imposible), describir de modo llano y sin adjetivos los acontecimientos. Los diagnósticos son habitualmente exagerados, cuando no directa y escandalosamente falsos. El lenguaje hiperbólico planteando “lo peor de la historia” “lo nunca ocurrido” “el mejor gobierno”, es habitual. Se está siempre ante el absoluto, en contraposición con la política de las democracias reales, llena de matices y claroscuros.

El proceso que alimenta y asegura la sacro política es la polarización radical. No es solo distancia política acerca de cómo afrontar los principales temas, es pugna religiosa, conflicto sobre identidades e involucra la naturaleza sagrada de un líder. ¿Cuánto durará este riesgoso, e históricamente regresivo, proceso político? Imposible saberlo, pero sin dudas, las elecciones presidenciales de noviembre en Estados Unidos, acercarán una respuesta.

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