El reciente resultado electoral en Argentina ha mostrado la sofisticación y complejidad del voto y una vez más, contradijo las expectativas y previsiones de las élites sociales y políticas. Así, lejos de un rotundo voto negativo a la gestión de Mauricio Macri, mas del 40% de los votantes apostó a su reelección, y por otra parte otorgó a Alberto Fernandez el 48 % de las preferencias. Por supuesto, ocho puntos respecto del segundo competidor no es poco, pero esa distancia fue evaluada como escasa por los ciudadanos peronistas y macristas, debido a las expectativas de un triunfo peronista mas holgado (se hablaba de una distancia de hasta veinte puntos de diferencia), así como a la disminución de la distancia respecto de las primarias, y al inesperado crecimiento del presidente Macri. Todo ello relativizó el clima y el impacto del triunfo peronista. Argentina agregó otra situación de dificil explicación para la opinión internacional: los electores votaron como primera minoría a una vicepresidenta con 11 procesamientos, la mayoría por acciones de corrupción. Almismo tiempo un segmento importante de los votos fue a un gobierno que no pudo ni supo como resolver una crisis económica con grandes costos para las clases medias y medias bajas. Es claro que el eletorado eligió en relación a la situación económico social, y también respecto a la calidad institucional de la democracia.

Pasadas las elecciones, los escenarios que se abren al nuevo gobierno implican nuevas complejidades. En la arena política interna, el presidente electo deberá sortear dificultades que derivan de la seria situación económica, traducida en crecimiento de la inflación, desempleo y disminución de la productividad. Ello implicará políticas tendientes al crecimiento, a la estabilidad y a la redistribución del ingreso. Por otra parte, deberá dar señales claras de un gobierno diferente: con sensibilidad social, expresado en políticas que privilegian a los sectores vulnerables, y también con tolerancia cero a la corrupción en su gobierno, en un marco de garantías plenas al pluralismo al reconocimiento de los adversarios. El presidente electo asume con un talón de Aquiles: una vicepresidenta cuestionada en su moralidad pública. Por ello las decisiones sobre los procesamientos serán fundamentales para la credibilidad de su gobierno. El segundo handicap radica en la tendencia de su partido a la hegemonía. En la Argentina de hoy deberá dar señales claras de no estar construyendo una nueva hegemonía con acciones y declaraciones contundentes al respecto.

Por otra parte, en la arena internacional, Alberto Fernandez ya ha emitido señales: ha privilegiado su relación con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador y México es el primer país que visitará. Esta señal debe entenderse en el actual contexto regional. Hay vientos de cambio y de protestas (con distinto sentido) hoy en América Latina, y ya no hay un bloque ideológico dominante como en la primera decada del siglo. Bolivia, Chile, Ecuador y Perú son ejemplos de ello, sin mencionar las dificultades de gobernabilidad en Brasil, Colombia y México. Chile y Bolivia muestran de modo paradigmático la demandas de ciudadanos movilizados. Las recientes protestas de Chile exigen un cambio de agenda: muestran que el problema de la ciudadanía social con derechos a la salud, a la educación y a un futuro con dignidad, son un reclamo innegociable de una de las sociedades menos corruptas de América Latina. La democracia chilena se ha construido con poca tolerancia a la corrupción, con el paradigma de la legalidad, pero al mismo tiempo, con alta tolerancia a la desigualdad y con elites que no han querido o no han sabido como salir de los estrechos límites de una constitución de origen autoritario. El caso chileno muestra que el imperio de la ley es fundamental, pero no suficiente, para hacer una democracia para todos.

Por el contrario, los ciudadanos reclaman en Bolivia, terminar con la privatización del espacio político: “Evo, Bolivia no es tuya, es de todos” rezaba un cartel en la protesta de estos dias. Las dudas sobre el reciente escrutinio electoral, implicaron manifestaciones populares en rechazo a la declaración de un triunfo en primera vuelta del presidente boliviano. Así como en Chile no hubo margen para un aumento en el precio del transporte, tampoco en Bolivia hubo margen para el error o para una minima sospecha de manipulación de la voluntad ciudadana a favor de la perpetuidad de una persona en el poder. Ni la cinica desigualdad que ciertas elites fomentaron en Chile, ni un proyecto hegemonico, son hoy aceptados por los ciudadanos.

Fernandez, y la nueva política en la región, no tiene margen para mirarse en ninguno de los espejos del pasado reciente. El modelo desarrollista de comienzos del siglo XXI fracasó por las dificultades para reducir la pobreza (en Argentina con la administración de Cristina Kirchner la pobreza alcanzó a cerca del 30%), y porque prodigó una cultura política que inició con la finalidad de acumular poder “antiestablishment” y terminó en una espiral de política de negocios, fomentando empresas y grupos de interés vinculados al gobierno. El modelo de centro derecha de Mauricio Macri fracasó porque privilegió intereses económicos minoritarios y porque terminó en el crecimiento de seis puntos de pobreza, mayor inflación y desactivación económica.

En este contexto, es una buena señal la visita de Fernandez a México, pues el presidente mexicano encarna simultaneamente una posición a favor de mayor igualdad y dignidad para los ciudadanos, y al mismo tiempo la ejemplaridad en la lucha contra la corrupción política. La posibilidad de una nueva alternativa entre dos de las mayores economías de la región, abre posibilidades de cooperación, así como de iniciar una nueva política de mejor democracia que conjugue los objetivos de igualdad y de mayores controles sobre los actos de gobierno. Si esta es la señal, ambos paises podrán iniciar un replanteo de la política en la región. Si esta es la señal, Fernandez habrá oido al conjunto de la ciudadanía argentina.

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