Según el Reuters Institute de la Universidad de Oxford, México es el segundo país en informaciones falsas (Fake News), despues de Turquía. El deterioro de la comunicación en el mundo afecta el corazón de las democracias, fundamentadas en la pretensión de transparencia y de llegar a ser, como prefería Norberto Bobbio, un “palacio iluminado”. Con la pandemia, las fakes news han afectado no sólo el derecho ciudadano a la información, sino que han puesto en riesgo la salud de la población. Europa fue atacada desde marzo de 2020 severamente por fuentes de China y Rusia, con fakes news para afectar sus instituciones y poner en duda el valor de la democracia respecto de la eficacia de un orden autoritario como el chino, para resolver emergencias sanitarias. Josep Borrel, representante de la Unión Europea para asuntos exteriores y de seguridad, ha llamado infodemia al ataque sistemático, y la región presentará en el segundo semestre 2020 una Ley de servicio digital, a fin de regular las noticias falsas en internet y en las redes sociales, esto a través de la colaboración de periodistas, verificadores de hechos, plataformas on line, autoridades públicas y sociedad civil.

La relación entre verdad y política marca el carácter del orden político. El autoritarismo, en su extremo totalitario, considera a la verdad un riesgo y la suprime. Los súbditos aprenden que la verdad es lo que declara el Estado. La realidad es el dictado del poder político. Por el contrario, en la democracia, la verdad es un problema prioritario y un derecho fundamental de los ciudadanos. La información correcta es libertad y no se es plenamente ciudadano, si se carece de la libertad para indagar los hechos. Las democracias instauradas en los 80, implicaron para los ciudadanos la recuperación de la realidad. Argentina es un buen ejemplo: la democracia nació en ese país con la búsqueda de la verdad sobre los desaparecidos por la dictadura militar. El presidente Raúl Alfonsín, en una decisión histórica, conformó la Comisión Nacional sobre desaparición de personas (Conadep), integrada con personas de incuestionable honestidad, para saber lo ocurrido, y devolver la verdad a los ciudadanos. En Argentina, la verdad y la democracia nacieron juntas. En México, el ocultamiento y manipulación de lo sucedido con los 43 estudiantes de Ayotzinapa, desaparecidos en Iguala, no solo implicó el final de la legitimidad del presidente Enrique Peña Nieto, sino el opacamiento de la propia democracia.

Verdad y democracia son parte de la misma sustancia y se fertilizan recíprocamente. El ocaso de una puede implicar el decaimiento de la otra. En tiempos antiguos, ocurrió en la antigua Grecia. Así lo constató Tucídides en plena crisis de la democracia ateniense, anotando que las palabras habían perdido un significado común y eran usadas de modo oportunista y con fines privados. En tiempos modernos, en el siglo XX hubo momentos de la política (de derecha y de izquierda), en que se desacreditaba una opinión diferente argumentando que todo es ideológico y que cada persona sólo habla en interés de una clase, de una raza o de una nación. Si todo es ideológico, la ética de las profesiones se esfuma y la ciencia se rinde a la política. Esos tiempos no fueron de construcción democrática.

Hoy asistimos a la degradación del valor de la verdad y también a un debilitamiento de las democracias. Los procesos de polarización contribuyen al encapsulamiento de facciones que solo se escuchan a sí mismas. La polarización es también un escudo para los deshonestos de la política; los que pretenden borrar los límites de la realidad usando el poder. Si lo lograran, adquirirían el poder total.

También hay consecuencias culturales. A medida que se expande la llamada posverdad, hay menos costos para quienes mienten, y crece la desconfianza y el cinismo. El abandono de la discusión pública entre quienes piensan distinto es, como advertía Popper, la antesala de la violencia. La postverdad es un componente autoritario de los regímenes radicalizados. Trump es un modelo: negacionismo ambiental, afirmaciones contrarias a las evidencias y renuencia a la rendición de cuentas.

¿Pueden las democracias cambiar la tendencia presente? No, sin costos políticos para quienes mienten. Sí, si los ciudadanos evidencian y reclaman contra la mentira; y las instituciones democráticas producen anticuerpos contra el avance autoritario y su síntoma más notorio, las fake news, elaborando estrategias coordinadas por la sociedad civil, los periodistas e instituciones públicas, y en la educación alentando la curiosidad, la búsqueda en fuentes alternativas y la actitud escéptica. El tiempo corre, y el deterioro de la comunicación entre ciudadanos, y entre gobiernos y comunidad política, deteriora no sólo la calidad de la democracia, sino el futuro de la democracia misma.

Politólogo

Google News

TEMAS RELACIONADOS