La pandemia del Covid19 ha mostrado la enorme vulnerabilidad de las democracias. En una ráfaga de tiempo, la emergencia sanitaria afectó derechos ciudadanos y libertades (de movimiento, de reunión, de privacidad). En algunos países se cancelaron y en otros disminuyeron o se obstaculizaron las capacidades, tanto de las principales instituciones de control como de formas organizativas para construir la voz. Para aquellos gobiernos proclives a democracias iliberales (como ha llamado Viktor Orban a su orden político), es decir, democracias con libertades restringidas, la pandemia ofrece ocasiones únicas. Así lo entendió el presidente Húngaro, actuando sin controles en nombre de la salud de la población y de la soberanía de Hungría, rechazando así las críticas de la Unión Europea. Su herramienta de control ha sido el confinamiento, que mantiene de modo indefinido en Budapest sede del Tribunal Supremo y del Parlamento, y Pest, que colinda con la ciudad de Budapest. Orbán ha acrecentado sus cuotas de aprobación y los ciudadanos han prestado poca atención a los poderes extraordinarios que adquirió desde fines de marzo.
En este breve tiempo de pandemia, los líderes políticos que han mantenido confinamiento, a diferencia de los que han optado por la autoregulación, han logrado no solo mayor concentración decisional, sino mayor poder y legitimidad política. Así lo muestran los casos de América Latina, como El Salvador y Argentina, donde los presidentes Nayib Bukele y Alberto Fernández, logran activar una especie de “sindrome colectivo de Estocolmo” en sus países, logrando niveles altísimos de popularidad y de crecimiento de poder político. El confinamiento es, además de una medida de prevención sanitaria, una estrategia racional de concentración política, que pone en marcha el siguiente mecanismo:
1.mientras haya confinamiento, y controles sobre el comportamiento de la población, la emergencia sanitaria será el tema saliente para la sociedad, por cuanto el miedo (con riesgo de pánico) a la muerte propia y de la familia y personas cercanas, inducido por los gobiernos, deja en segundo lugar cualquier otro tema. Además el confinamiento desempodera, por la sustracción de derechos (a la movilidad y a la privacidad, al trabajo de los autónomos) y fundamentalmente porque el Gobierno muestra desconfianza hacia la capacidad de autoregulación racional, de solidaridad, y por lo tanto de capacidad de autogestión ciudadana, es un mensaje potente que se reproduce como desconfianza comunitaria, entre una y otra persona de la población misma.
2. Como mencioné antes, hasta ahora, con el confinamiento, los gobiernos cuentan con un alto nivel de aprobación, en particular sobre el problema más importante, la pandemia, haciendo que los otros temas pasen a segundo término.
Entre otras consecuencias políticas:
3. El confinamiento permite a los gobiernos un manejo muy discrecional de la agenda. Se pueden postergar problemas, avanzar en la opacidad, y también acrecentar el poder deteriorando la democracia. Para ello las instituciones de equilibrio serán los blancos más evidentes. Se desafía a la Justicia o directamente se avanza sobre su independencia, se deteriora el federalismo, etc. Todo esto, sin afectar el capital político de los presidentes. Por el contrario.
4. Estas acciones pueden llevarse a cabo manteniendo un alto nivel de popularidad, pues el problema número 1 es siempre la pandemia. La activación de sindrome colectivo de Estocolmo se refuerza por la realimentación entre limitaciones a libertades y cuidados paternalistas (el propio confinamiento, medidas sociales de asistencia).
5. También los gobiernos pueden exacerbar la polarización política con las oposiciones, desde una posición ventajosa de alta popularidad. Para las oposiciones es difícil en las actuales circunstancias de emergencia sanitaria, la competencia y la deliberación pública, pues entre la seguridad y las libertades que aseguran una justicia independiente, la primera opción será generalmente la preferida.
6. El confinamiento aumenta la cohesión interna de las fracciones que gobiernan, pues hay más poder y recompensas para todas.
Por ello, el confinamiento y las medidas de control estrictas asociadas a discursos de temor, resultan prevención, pero también manipulación política, una oportunidad para acrecentar poder casi sin controles.
Volviendo al caso prototípico de Hungría, el presidente Viktor Orbán ha tenido hasta el momento gran éxito con su estrategia sanitaria: sólo 550 muertos al 9 de junio, sólo que la democracia tambalea.