Vivimos un mundo en pedazos. Las sociedades se han radicalizado. El discurso político está polarizado. La confianza entre los países y al interior de muchos de ellos se ve continuamente socavada. Parecería que el consenso, antes anhelado, por ser el mecanismo idóneo para consolidar liderazgos, ha pasado a un segundo plano. Si las características de estos tiempos son el confinamiento y las falsas verdades, ¿a quién le importa el consenso?

El pensamiento fragmentario y reduccionista prevalece en las decisiones políticas y económicas que a todos nos afectan. La pandemia nos ha permitido ver con mayor nitidez las consecuencias de un modelo dominado por el pragmatismo y el afán de lucro, el mismo que pretendió excluir de nuestras vidas la diversidad. La crisis sanitaria acabó siendo una crisis en cadena que afectó todo lo demás y visibilizó otros problemas cuya importancia se minimizaba. Por eso resulta inútil aferrarse al pasado. Pensar en volver a como éramos antes no tiene sentido, ni sería deseable.

El mundo extrovertido, de cara hacia fuera, se volvió de pronto introvertido. Limitados los espacios públicos, nos vimos forzados, de súbito, a vernos a nosotros mismos. Se hizo evidente cómo la interdependencia global se sustentaba más en la conveniencia que en la solidaridad. Por eso se fortalecieron las autonomías nacionalistas. Pienso que anticipábamos más una catástrofe nuclear (que no hay que descartar) que una catástrofe viral, a pesar de las muchas advertencias. Te lo dije, dirá con razón, el mismísimo Bill Gates.

En este contexto la ONU celebra sus primeros 75 años. El principal logro es que en estos años se evitó una tercera guerra mundial. No hay que subestimarlo, no ha sido fácil ni se trata de un asunto menor. Pero la crisis que nos agobia, siendo menos estruendosa que una guerra, es de graves consecuencias. La pandemia por COVID-19 puede llegar a causar dos millones de muertos, según estimaciones serias, aunque conservadoras. Se han acentuado las polaridades y se ha generado una crisis de confianza sin precedentes.

El ganador indiscutible hasta ahora (y sin proponérselo) es el SARS-Cov-2. Encontró condiciones biológicas propicias para reproducirse, en un contexto social desolador: la corrupción rampante, la pobreza al alza, la desigualdad escalando, el planeta quemándose y las divisiones políticas exacerbadas. Si los liderazgos genuinos y el poder real ya estaban disociados, ahora lo están más. La mitad de la población mundial no tiene conexión a internet, ¿cómo informarles oportunamente lo que está pasando? La mitad de la población mundial son mujeres, en quienes ha recaído el mayor costo de la pandemia. Urge una respuesta global más articulada y más efectiva que respalde el esfuerzo que muchas comunidades hacen. Es la gran oportunidad para el multilateralismo. Un multilateralismo moderno e inclusivo. Que incorpore a las empresas y a los parlamentos, a las ciudades y a las universidades. ¿Será posible o es utopía pura? Urge reestablecer la confianza y reconstruir la esperanza. Si ese es el camino, no veo otra institución para conducirnos que la ONU. La otra alternativa es la de los liderazgos nacionalistas vinculados al poder y el dinero.

Me parece que lo más trascendente de lo alcanzado hasta ahora en la 75 Asamblea General de la ONU, es el consenso en torno a una declaración política de arranque. Se podrá decir que se trata solo de una declaración no vinculante. Pero trasciende porque fue el resultado de un proceso de negociación, no de imposición. De un debate de ideas, no de la fuerza ni de las amenazas. Porque en medio de una guerra comercial, de una carrera para producir la vacuna más esperada de la historia moderna (y la que seguramente dará mayores ganancias económicas y políticas), imperaron la razón y la cordura, la flexibilidad y el interés común. Pienso que, en tales circunstancias, los consensos adquieren un valor muy estimable: alientan esperanzas y generan confianza.

“Nosotros, los Jefes de Estado y de Gobierno que representamos a los pueblos del mundo…” Es un documento breve, de 21 puntos, enunciados en lenguaje sencillo, al alcance de todos. Resaltan el compromiso por respetar el derecho internacional, la necesidad de reestablecer la confianza en las instituciones de gobernanza, la importancia de financiar el desarrollo sostenible y proteger al planeta, de impulsar las alianzas y la cooperación digital, entre otras. Pero lo más importante, a mi juicio, es que pone el acento en las personas: no dejar a nadie atrás, centrar la atención en las mujeres y las niñas, trabajar de cerca con los jóvenes. Es cierto que los documentos que acaban firmando todos suelen no decir mucho, pero no me parece que sea el caso.

Por supuesto que la pandemia de enfermedad por coronavirus ocupa un espacio importante del texto, pero no acapara de más. El énfasis se pone en la cooperación internacional y la solidaridad para crear resiliencia ante futuras pandemias. La iniciativa de México sobre el acceso equitativo y asequible a las vacunas quedó cabalmente plasmada, y hay un reconocimiento específico a los trabajadores de la salud y a otros que han puesto en riesgo su propia seguridad para ayudar a los demás.

Es la primera vez que en una declaración política de este nivel se incluye un punto sobre la importancia de la tecnología. En buena hora. Todas las regiones del mundo dependen hoy de las herramientas digitales para la conectividad y la prosperidad social y económica. México ha sostenido una y otra vez que la tecnología digital debe ser considerada un bien público de acceso universal.

Finalmente, la declaración incorpora un compromiso para revitalizar los debates sobre las reformas del Consejo de Seguridad y el fortalecimiento del Consejo Económico y Social de la ONU. Nuestro país formará parte de ambos a partir del próximo año.

Me parece pues, que el contenido del documento es relevante, como lo fue también el contexto en el que se generó y se adoptó. Se refleja en él un consenso que reivindica el debate y la negociación, con un lenguaje llano y directo. Un consenso sobre temas sensibles y complejos que, para ponerse en práctica, va a requerir revisar los contratos sociales a nivel local y diseñar un nuevo pacto mundial a nivel global. Pero resulta imposible avanzar en estos frentes, sin tener antes un consenso de voluntades políticas.

Embajador de México en la ONU

Google News

TEMAS RELACIONADOS