El pasado viernes 18 de junio, la Asamblea General de la ONU, siguiendo la recomendación del Consejo de Seguridad, eligió por aclamación a António Guterres para un segundo periodo, en “el trabajo más imposible del mundo” según palabras de Trygve Lie, quien fuera el primer Secretario General de la ONU (1946-1952). Razones no le debieron faltar para afirmarlo. Otros, que fueron Secretarios Generales, también han sido explícitos al referirse al cargo. Kofi Annan (1997-2006) se describió a sí mismo como un promotor, un vendedor, un porrista, un cobrador de deudas y sacerdote en confesión. En tanto que Boutros-Ghali (1992-1996), comparó su función con la de un médico, acotando sin concesiones que si el paciente no seguía su consejo, el doctor no podía ser exitoso. ¿De quién es entonces la responsabilidad, del médico o del enfermo?, se preguntó.
En un ensayo muy completo, la internacionalista mexicana María Antonieta Jáquez, ha descrito la grave circunstancia de quien ostenta tal cargo (Centro de Análisis e Investigación sobre Paz, Seguridad y Desarrollo Olof Palme. México, 2014). Para empezar, se le pide que ejerza un poder que no posee: una suerte de Papa secular pero sin iglesia y sin dinero suficiente, considerando las expectativas que la investidura genera. El jefe de la diplomacia internacional debe ser, además, totalmente independiente, confiable, imparcial y un mediador excepcional. Las presiones a las que está sujeto, y las tensiones entre los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, los mandones, los llamados P-5 (Estados Unidos, China, Rusia, Francia y el Reino Unido), o bien las que ejercen o se sucitan entre algunos bloques (el G-77, los No Alineados, el Grupo Africano o la Unión Europea) hacen que los equilibrios sean con frecuencia frágiles y transitorios. Cuando se rompen, siempre hay un culpable a la mano o un salvador en potencia: el Secretario General (SG).
La ONU opera en muchos ámbitos con base en usos y costumbres. Se rige por reglas no escritas que van teniendo pequeños ajustes con el tiempo, aunque no necesariamente ocurren al ritmo de los tiempos. Esto tiene pros y contras. Todo o casi todo se negocia, convirtiendo al consenso en el gran referente. La elección misma del SG, el período de su mandato y muchas de sus funciones, están tan sólo vagamente mencionadas en la Carta de las Naciones Unidas. Las candidaturas a la Secretaría General deben ser propuestas por alguno de los estados miembros y, aunque no está explícito, no sería aceptable que recayera en algún nacional de los países que conforman el P-5, por ejemplo. El Consejo de Seguridad ausculta y recomienda a la Asamblea General, pero es esta quien finalmente elige. Esta vez Guterres fue candidato único. Pienso que esto se debió, en buena medida, a que hay un reconocimiento general a su trabajo durante los últimos cinco años y, en particular, a este último, el año que fuimos pandemia.
Las grandes banderas de Guterres han sido la crisis climática, los derechos humanos, la igualdad de género, los migrantes y refugiados, así como la reforma de la ONU para impulsar los Objetivos del Desarrollo Sostenible, con base en un multilateralismo más moderno y eficiente, que incorpore la tecnología digital y una mayor participación de la sociedad civil, entre otros. Desde el inicio de la pandemia por COVID-19, ha sido un defensor del acceso universal a las vacunas, ha denunciado su distribución desigual y su acaparamiento, la falta de solidaridad internacional y el efecto corrosivo de las asimetrías imperantes. Considera que la ONU, en tanto que es una agencia intergubernamental, debe ser más eficaz, más transparente y más incluyente.
La Carta de la ONU es, como todo documento fundacional, el eje vertebral de la Organización. Se escribió con una gran inteligencia: suficientemente vago en lo operativo pero muy claro en lo conceptual. Está escrito para que perdure en el tiempo y aunque, en algunos capítulos convendría su actualización, dudo que esto ocurra porque cualquier enmienda requiere el acuerdo de los P-5, lo cual se antoja casi imposible.
Las ideologías, por supuesto, siguen jugando al interior de la ONU. La historia no se ha acabado todavía, como erróneamente predijeron los voceros y los ideólogos del conservadurismo. Antonio Guterres pertenece al ala izquierda. Una izquierda inteligente, culta, educada, cauta y negociadora, pero izquierda al fin y al cabo. Y no podría ser de otra manera. Guterres fue presidente del Partido Socialista de Portugal, desde donde encabezó a la oposición hasta ganar las elecciones y convertirse en Primer Ministro de su país. También presidió la Internacional Socialista y el Consejo Europeo. Posteriormente fue elegido como Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU (ACNUR) y luego Secretario General por primera vez, en 2016.
La viejas ortodoxias se han vuelto insostenibles. Tenemos la oportunidad de escribir nuestra propia historia, dijo en su discurso inaugural. A pesar de todo, hay razones para estar esperanzados. La pandemia mostró nuestras vulnerabilidades, nuestra interconectividad ineludible y la necesidad de trabajar juntos. Habló de unas Naciones Unidas 2.0 para acelerar su transformación y consolidar la reforma de la ONU, pero para ello -dijo- las cosas tienen que cambiar. Me comprometo a ello en los próximos cinco años, pero necesitamos hacerlo juntos, advirtió. Fue un discurso breve, ecuánime, sobrio y claro. Como es él.
A 75 años años de su fundación, uno de los principales retos de la ONU es hacer realidad que los bienes públicos globales lleguen a todas y a todos, sin excepción. Pero es claro que hay resistencias internacionales y nacionales que se oponen a ello. La renovación empieza entonces por resignificar la solidaridad. A nivel nacional, hay que reinventar el contrato social y adaptarlo a los nuevos tiempos. A nivel global, hacer lo propio a través del multilateralismo. Esa es la base de una Agenda Común para todos, que conviene adoptar y cuanto más pronto, mejor. Guterres tiene el reto de hacerla realidad, tiene el trabajo político más difícil a nivel global. En lo personal, me parece que elegirlo ha sido un acierto, la mejor opción para encabezar un proyecto que ha resistido múltiples embates y que, a pesar de sus limitaciones, representa nuestra mejor apuesta de cara al futuro.
Embajador de México ante la ONU