A los integrantes del Seminario
de Estudios de la Globalidad de
la UNAM, quienes más han estudiado
el tema y propuesto alternativas
para enfrentarlo.
El fentanilo es uno de los medicamentos más eficaces que existen para controlar el dolor agudo. Es casi milagroso. Su precio es accesible. Acabó con el dolor de millones de personas que se someten a una operación quirúrgica o sufren algún traumatismo. Se trata de un opioide sintético que actúa muy rápido. Va directo sobre los receptores cerebrales que controlan el dolor. Es 100 veces más potente que la morfina. Lamentablemente también es potencialmente adictivo, y se le atribuyen buena parte de las cerca de 48 mil muertes que se registran al año por sobredosis en los Estados Unidos. La Comisión de Estupefacientes de la ONU lo tiene sometido a fiscalización internacional desde hace años.
La fabricación ilícita del fentanilo y de otros opioides análogos es barata y relativamente sencilla. No se requieren ni grandes instalaciones ni grandes conocimientos. Es un polvo blanco más, que se mezcla con facilidad con otras drogas tales como la heroína, la cocaína, las metanfetaminas, etcétera. Las vuelve más potentes y de acción más rápida. Por eso es tan popular. De ahí la gran demanda.
Su detección es complicada. Se comercializa por los canales propios del crimen organizado, pero también por medio del comercio electrónico: la llamada red oscura o darknet. Te puede llegar a tu casa por paquetería. Históricamente se señala a China como principal productor. Todo indica que sigue siendo el gran abastecedor. A México llega sobre todo por carga marítima y entra por los puertos de Manzanillo y Lázaro Cárdenas. Desde hace algún tiempo, la Junta Internacional de Estupefacientes de la ONU, señaló a México como punto de trasiego del fentanilo proveniente de China, Hong Kong y Singapur. Sólo o mezclado, la delincuencia organizada lo introduce al país vecino que concentra al gran mercado y en donde se vive una verdadera crisis por el consumo desbordado, con el trágico saldo ya mencionado.
La epidemia de opioides que se vive en los Estados Unidos tiene antecedentes que la explican y que son sui generis de ese país. El uso indiscriminado de analgésicos opioides recetados por médicos sin recato alguno (la oxicodona, señaladamente), generó una adicción silenciosa durante décadas, hasta que esta empezó a hacer crisis cuando los millones de usuarios (muchos de ellos ya adictos) descubrieron que no sólo la heroína sino también el fentanilo aliviaba sus síntomas. Hubo mucho dinero detrás de toda esta epidemia. Lo seguirá habiendo ahora, no sólo por los costos que implica la atención a los adictos, sino también por lo que implicarán las demandas y las indemnizaciones.
En México el contexto es distinto. Claudia Fleiz es quien lo ha estudiado con mayor rigor. Una investigación reciente que realizó en varias ciudades fronterizas en el norte del país (Cuqueando la Chiva, 2019), muestra una tendencia gradual de reemplazo de la heroína tipo goma negra por el polvo blanco, más potente y causante ya de varios casos de sobredosis. La mayoría de las muestras de polvo blanco estudiadas (algunas combinadas con heroína o con cristal) tenían fentanilo. La mayoría de los usuarios pensaban que habían usado heroína en polvo blanco, aunque en realidad era fentanilo o una mezcla de ambos. Esto también ocurre en los Estados Unidos: la mayoría de los usuarios no saben que lo que parece heroína en polvo blanco puede ser fentanilo, entonces no calculan bien la dosis y en consecuencia se exceden. Para muchos, el error es fatal. Dos miligramos de fentanilo pueden ser suficientes para provocar la muerte.
Conforme se empieza a detectar un creciente uso de fentanilo en el mercado negro, se empiezan a detectar también narcolaboratorios donde se procesa el opioide. La fórmula no falla: si hay consumo hay producción. Por eso los aseguramientos tanto de instalaciones como de mercancía en México van en aumento. Los costos también juegan. Ahí donde el kilogramo de heroína cuesta $65 mil dólares al mayoreo, el del fentanilo cuesta aproximadamente $3 mil quinientos dólares. Por supuesto que conviene mezclarlos. Se reducen gastos y se vende un producto mucho más potente. Aún manteniendo el mismo precio, los márgenes de ganancia se multiplican. Se estima que de un kilogramo de fentanilo pueden salir hasta medio millón de dosis, que se venden en la calle, en promedio, en $20 dólares cada una. En el mercado ilegal, al fentanilo se le conoce como: china white, heroína sintética, dance fever, apache, china girl, m30 o simplemente polvo blanco, aunque también hay pastillas.
El fentanilo representa, sin duda alguna, un gran problema de salud pública, pero también un gran problema en la relación bilateral con los Estados Unidos y un gran obstáculo para avanzar en la pacificación del país. En los Estados Unidos, el tema unifica a la población y a la clase política. Demócratas y republicanos saben de su complejidad y de sus implicaciones. Los expertos han lanzado ya la voz de alarma. Algunos de los grandes laboratorios farmacéuticos enfrentan demandas millonarias y los departamentos de policía de las principales ciudades están en alerta permanente. Los servicios de salud han desarrollado protocolos de acción rápida para revertir los efectos de las sobredosis antes de que sobrevenga la muerte, y en el sistema educativo se han reforzado los programas sobre el tema con información cada vez más clara y directa. Por cierto, uno de los fármacos más efectivos para contrarrestar una eventual sobredosis con fentanilo es la naloxona, conocida desde hace varios años. En México es difícil encontrarla y además está controlada. No hay razón legal ni sanitaria que lo justifique. Ninguna convención internacional considera que la naloxona deba ser fiscalizada.
Pienso que es momento de tomar la iniciativa y hacer un planteamiento integral, antes de que el tema escale nuevamente en los Estados Unidos, sea por un nuevo repunte o bien, cuando los Centros para el Control de Enfermedades de Atlanta liberen otro informe con cifras alarmantes. Obviamente la franja fronteriza requerirá atención especial. Hay que diseñar un sistema de vigilancia epidemiológica temprana, orientado a detectar el uso de nuevas substancias psicoactivas con registros comparables en ambos lados de la frontera. Estudiar el consumo nos va a dar la señal de lo que se está comercializando, sea como resultado de un aumento en la producción local o por un incremento en el contrabando.
La Oficina de las Naciones Unidas para las Drogas y el Delito (UNODC) cambiará pronto de titular. Es una oficina poderosa, con sede en Viena, y que desde hace tiempo requiere, según varios países (el nuestro incluido) una perspectiva renovada. Una revisión cuidadosa y sensible porque el tema, si bien polariza como tantos otros, tampoco puede permanecer inamovible. La relación entre drogas y delito, drogas y violencia, drogas e inestabilidad es cada vez más evidente en algunos lugares del mundo. México es un ejemplo de ello y ha pagado un costo muy alto, quizá como ningún otro país. Esa sería razón suficiente para hablar en voz alta y hacer propuestas, para esgrimir razones y buscar alternativas.
La facilidad con que hoy se sintetizan algunas substancias como el fentanilo, propicia que aumente su producción clandestina y crezca su consumo. Las ganancias son fabulosas. Consolidan el poder de la delincuencia organizada. Las sociedades son víctimas y los países no terminan de unirse en torno a políticas que sean capaces de revisar con objetividad el fracaso de la guerra contra las drogas, y la necesidad de construir estrategias que se sustentes en los pilares de las Naciones Unidas: la paz y la seguridad duraderas, el respeto a los derechos humanos y el desarrollo sostenible.
Embajador de México ante la ONU