Hace varias semanas, durante el programa Con los de casa de EL UNIVERSAL, Xóchitl Gálvez fue la invitada a la mesa de debate. Ahí señaló enfáticamente que no le interesaba la candidatura presidencial. Su mejor argumento parecía rotundo: sentía que en 2024 podría ganar la Jefatura de Gobierno de Ciudad de México, lo cual representaría un sonoro triunfo para la oposición.

En aquellos días el frente opositor estaba muy mal posicionado en las encuestas, con al menos veinte puntos de desventaja, pero más allá de las cifras, ninguna de sus piezas emocionaba en lo más mínimo. Nadie. Ni con el histrionismo de Lilly Téllez, ni tampoco con el de Santiago Creel, se escuchaban palmas en los tendidos.

En algún momento del programa azucé a Xóchitl: le dije que debería lanzarse a la aventura en pos de la candidatura presidencial, porque ella podría concitar emociones: buenas, malas, a favor, en contra, pero intensas emociones políticas. Las elecciones se dirimen, en buena medida, justamente desde ahí: desde lo emotivo, desde las entrañas. Por más que raciocinen los electores, siempre hay un importante -y muchas veces decisivo- elemento emocional. Así es la política, está llena de pasiones desaforadas.

De buen humor, y muy consciente de lo difícil que podría resultar la gobernanza de incertidumbres y miedos en tal odisea, se negó en un principio, pero dijo que lo evaluaría, porque algunas personas más la habían espoleado en el mismo sentido. El resto de la historia es conocida: lo repensó, decidió que sí, y en apenas unos cuantos días se ha convertido en un fenómeno, tanto en medios como en redes sociales. Miles de personas han adoptado las etiquetas #EsXóchitl, o #XóchitlVa, y las esparcen como si fuera una revelación espiritual. La política chilango-hidalguense aparece hasta en la sopa y las anteprecampañas se han sacudido el sopor.

Por primera vez desde 2018, la oposición luce esperanzada ante la posibilidad de tener un personaje competitivo, que además cuenta con el plus de provenir de la sociedad civil: aunque formó parte del gobierno del inefable Vicente Fox y ha sido jefa delegacional y senadora por el PAN, Xóchitl es una mujer que se formó al margen de la partidocracia y de los escándalos de corrupción, lo cual puede atraerle simpatías que nunca generarán los impresentables del PRI (los Alito, los Madrazo) y del propio PAN (los Lozano, los Calderón), por no mencionar a personajes empresariales como los De Hoyos (Mr. Mano Represiva estilo El Salvador), o los ultra estridentes, los Mister Veo Todo Color Negro X. González.

Xóchitl es una outsider por méritos propios: por sus orígenes, sus estudios, sus empresas, sus atrevimientos, su lenguaje, y empieza a generar la percepción de que cada día se le adhiere más gente, tanto políticos como ciudadanos: ha dominado la narrativa durante la semana, está en casi todos los chats, en casi todas las conversaciones, los debates, las columnas, los cartones, los noticieros de radio y televisión, e incluso aparece ya en las encuestas, y eso no es únicamente debido a su intrépida irrupción, sino a la torpeza con la que reaccionaron ante ella el Presidente y sus propagandistas. De hecho, Xóchitl debería agradecerle a AMLO y sus ultras, porque caray, en lugar de ignorar su llegada a la contienda para no fortalecerla, qué forma tan eficaz han tenido de hacerla crecer, de agigantarla con sus odios, misoginias, racismos y falacias, estrategias negras dignas de las peores purgas ideológicas del siglo XX.

En fin, vaya sorpresa, nunca hubiera imaginado que en Palacio Nacional y en sus pasillos le temerían a Xóchitl (a nadie, de hecho, si uno miraba las proyecciones electorales), y jamás pensé que se pondrían tan nerviosos con ella: qué interesante, estos días la 4T se ha mostrado no solo vulnerable sino como un convento de energúmenos descolocados.

Ya tendremos los números de las encuestas, a ver si cambió algo…

Bajo fondo

Santiago Creel también proviene de la sociedad civil (Grupo San Ángel, IFE) y tiene credenciales nada malas para aspirar a la Presidencia de la República, a pesar de haber sido secretario de Gobernación de un personaje tan oscuro y antidemocrático como Fox. Lo que debería hacer ahora es modularse, asimilar que llevamos cinco años de gritos, adjetivos y estridencias desde Palacio Nacional, y que francamente no se antoja para nada otro presidente polarizante, gritón y escupidor. Energía y firmeza no son sinónimos de vociferaciones, manotazos y numeritos teatrales. Si sigue emulando a AMLO, si muy pronto no se serena (serenidad no es sinónimo de debilidad), si no se ve presidencial, como dicen en Estados Unidos, le va a dar una paliza Xóchitl Gálvez.

Twitter: @jpbecerraacosta

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