Una madre que camina por Avenida Juárez en medio de una marea de miles de mujeres, yergue una manta pequeña:
“Te cambio mi voto por mi hijo desaparecido”.
Qué fuerte. Cuánta desesperación, cuánto abandono.
Días atrás, yo había decidido acudir este viernes 10 de mayo a la marcha de las madres de desaparecidos y caminar con ellas desde el Monumento a la Madre hasta el Zócalo. ¿La razón? Una mujer extraordinaria, que le dicen de cariño Mama Mari (se llama María Herrera Magdaleno), me buscó en la semana para decirme que se sentía identificada con mi columna del sábado pasado, “Las madres de desaparecidos y la infamia sin puntos ni comas”, donde describo los inauditos dolores de ellas, esos desgarradores lamentos que he recolectado en los últimos dieciocho años de reportear zonas de riesgo.
Ella, rota por el sufrimiento incesante, siempre ocupada buscando a sus hijos y los de muchas mujeres más (la revista Time la consideró en 2023 como una de las personas más influyentes del planeta debido a su trabajo colectivo), el martes por la noche me mandó un mensaje que cimbró todo mi ser:
“Hola, Juan Pablo, soy María Herrera Magdaleno. Quiero agradecerte por describir nuestro sentir. Quiero que sepas que tengo cuatro hijos desaparecidos. Es un infierno vivir esta situación.”
Cuando vi su rostro en internet recordé que la conocí en 2011 durante la Caravana del Consuelo encabezada por el poeta Javier Sicilia, ese estrujante periplo de víctimas que recorrió el país para visibilizar la tragedia de la violencia que desde ese entonces padecía México. Hablamos largo rato hace cuatro días. Ella fue tan entrañable y generosa conmigo, que me descolocó, me abrumó con tanto cariño. Le agradecí una y otra vez, y desde mi impotencia le dije que sentía muchísimo su dolor, sus tragedias.
“Recuerda que esto no tiene nombre, Juan Pablo: si pierdes a tu marido, eres viuda; a tus padres, huérfana; pero esto no tiene nombre”.
No, no tiene nombre semejante mutilación y ausencia. Por eso quedé de ir a marchar con ella y con miles de madres. Quería mirarlas y escucharlas de nuevo. Quería dejar de huir. Acompañarlas con mi presencia. Quería abrazar a Doña Mari y la abracé. Le tomé la mano derecha y la besé después de mirar sus ojos enrojecidos y adoloridos, tan dañados por la incertidumbre cuatro veces espantosa para ella. Me pareció más frágil y pequeña de como la recordaba. Claro, trece años más de devastación. ¿Cuánto te taladran la existencia trece años más de incertidumbre sin saber el paradero de cuatro hijos? ¡Cuánto, por Dios! ¿Cuánto tienes que llorar a lo largo de esos 4 mil 745 días y noches para sacar fuerzas de quién sabe dónde, sobrevivir en ese pozo, y seguir buscando a tus hijos?
De pronto, cuando tomó el micrófono frente al Balcón Presidencial de Palacio Nacional, ese balcón cerrado, mudo, inaccesible, me sorprendió la potencia de su alma. Fue un vozarrón el que que retumbó en el Zócalo cuando dijo, dirigiéndose al señor Andrés Manuel:
“¡Escuche nuestro llanto! ¡Le traemos otros datos! ¡Tenemos otros datos! ¡Reconozca que nos falló! ¡Usted ya se va sin escucharnos, sin atendernos, sin resolvernos!”.
Igual que todos lo gobernadores y fiscales, sí les falló, presidente López Obrador. Estas mujeres creyeron en usted, votaron por usted, vencieron el miedo después de tantos años de silencio colectivo, y salieron a denunciar por miles y miles ante las fiscalías y la Comisión Nacional de Búsqueda, y usted ni siquiera les abrió las puertas para verlas, para escucharlas, para consolarlas unos minutos. No se trataba de que usted encontrara a sus hijos -imposible- sino que al menos las acompañara con tantita compasión, con un cachito de humanidad.
Nada. Usted, como el innombrable (su odiado Carlos Salinas de Gortari): “Ni las veo, ni las oigo”.
Qué decepción. Qué tristeza. Pobre país.
AL FONDO
Y ahí les hablan, Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez: los hijos de ellas, a cambio de sus votos. Ustedes son madres y podrían entender el dolor de esas miles y miles de mujeres. Ustedes podrían ser empáticas con ellas. A ver si la que gane entre ustedes dos sí entiende y asimila que no hay problema más terrible en México que el de las desaparecidas y los desaparecidos. Es un desgarramiento social inconmensurable, bárbaro, que no cesa en muchos estados y municipios del país.
¿Qué nación puede vivir decentemente con todas estas madres deshechas? Es inadmisible permitir que por andar buscando a sus hijos las maten sicarios, como ya ha ocurrido varias veces, o que mueran de desolación. Eso es políticamente inhumano, moralmente vergonzoso.
¿Cómo podría estar feliz y en paz la presidenta de un país con decenas de miles de madres que están padeciendo ese infierno cada hora, cada día? Eso, más las desapariciones que se sumaron hoy, y las que se sumarán mañana, porque de acuerdo a los datos del gobierno federal, el año pasado hubo 11,142 personas desaparecidas y no localizadas en todo el país, es decir, un promedio de 30 por día, al menos un desaparecido cada hora, digamos a que uno en cada estado de la república diariamente.
Claudia, Xóchitl, no se atrevan a no ver ni escuchar a estas mujeres desde el primer día de su mandato. No se trata de que vayan a escavar con ellas sino que las abracen, que las acojan, que las escuchen, que las miren a los ojos cada vez que sea necesario para que entonces ustedes acuerden con gobernadores y fiscales a fin de que las ayuden a indagar, a buscar.
¿No hay 52 mil cuerpos sin identificar en el país entre el Semefo y las fosas comunes? Son datos oficiales. Ayuden al menos con eso a través de una política de Estado que identifique esos restos. ¿Cuántos podrían ser familiares de madres buscadoras?
Sería imperdonable si desde la Presidencia y las gubernaturas y las fiscalías ignoran a todas estas mujeres, otra vez.
TRASFONDO
En pleno territorio sicario del Centro Histórico, con decenas de halcones que acechaban aquí y allá en las esquinas y en los portones (¿cuántas desapariciones tendrá en su curriculum cada uno de esos hitman del crimen organizado que pululan impunemente?), las frases que coreaban las madres de desaparecidos eran versos de dolor que avergüenzan a cualquier nación:
“¿Por qué los buscamos?/ ¡Porque los amamos!”
“Señor señora /no sea indiferente/ se llevan a tus hijos/ delante de la gente”.
“Si fuera/ tu hijo/ también lo buscarías”.
Y súplicas en prosa en pleno Zócalo, megáfono en mano:
“Le vengo a pedir a quien realmente tiene el poder en el país, al crimen organizado, que por favor no desaparezcan a nuestros familiares, que los dejen donde los podamos encontrar. Avísennos anónimamente dónde los podemos hallar. Y no nos maten, no queremos justicia, sólo encontrarlos”.
Qué difícil el México real ajeno a las campañas electorales.
Twitter: @jpbecerraacosta