Nadie se lo cree. Una y otra vez ha insistido en que no habrá dedazo, como ocurría en tiempos del PRI, cuando el presidente en funciones designaba a su sucesor sin que nadie osara impedirlo, sin que nadie lo pudiera contradecir. No, nadie cree que él no elegirá a la candidata presidencial de su movimiento. Conociéndolo, tan vertical él en la toma de decisiones de su gobierno, ¿quién podría creerle? Nadie. Tan empecinado como es, ¿quién puede creer que se abstendrá de tomar la decisión política más importante de su sexenio? Él mismo reconoce que no hay quien le crea, ni siquiera entre sus cercanos:

“Al final tú vas a decidir, vas a influir tú”, narra que le han dicho en su círculo cercano.

Si eso le dicen sus incondicionales palaciegos, cómo le van a creer los demás. Pero él se empeña, jura y vuelve a jurar un día sí y otro también que no influirá en Morena para que su partido elija a la Jefa de Gobierno. Que él no le dictará a Mario Delgado el nombre de su delfina. Que él no le pedirá que cucharee la encuesta en favor de ella. Ajá. ¿Quién le cree al Presidente que no tiene una favorita? ¿Quién le puede creer que la encuesta para elegir abanderada no es su propio dedo presidencial que de mil formas y con incontables gestos ya señaló a la ungida? Quién puede creerle si sus cercanos han repetido hasta el cansancio:

“Es Claudia”.

El dedazo convertido en hashtag en cientos de paredes y espectaculares de todo el país y en miles de tuits, posteos, WhatsApp, tertulias y charlas off the record: #EsClaudia.

Esta semana. Palacio Nacional. Andrés Manuel López Obrador en sus propias y repetitivas palabras, queriendo convencer a 70 millones de incrédulos:

“Es muy importante que estemos asistiendo a un hecho inédito, algo nunca visto: por primera vez no hay tapado, no hay dedazo, no hay imposición. Entonces, eso ya se terminó, va a ser la gente la que va a decidir y estamos iniciando una etapa nueva. Porque lo más importante es que se acaba el dedazo. El tapado, el destape, la cargada. Todo eso se acaba, se termina e iniciamos una etapa nueva. Yo no voy a designar a mi sucesor, va a ser el pueblo. Y no voy a designar tampoco al candidato de mi partido. No ha habido preferencia por nadie, no se han cargado los dados, las cartas no están marcadas, es democracia y es mandar muy lejos el tapado, el destapado, el dedazo, el acarreo, la cargada.”

Mandar muy lejos al dedazo. ¿Qué tan lejos? ¿Al carajo, al demonio, a la chingada, o nada más tan lejos como lo que mide su dedo índice, su dedo encuestador?

Nadie le cree, tantas mentiras ha dicho durante su gobierno, que quién le puede creer.

Salvo yo. Yo sí le creo. ¿Por qué? No es tan complicado de entender, sólo basta conocerlo bien. El objetivo principal de su sexenio es la sucesión. Quiere que su movimiento trascienda. No hay un solo acto político que le sea tan relevante como su legado. Se trata de hombre profundamente vanidoso, hasta ególatra, diría yo, tanto, que él cree que encabeza una transformación histórica, al nivel de la Independencia o de la Revolución. Él se ve como Madero, como Hidalgo. Y quiere pasar a la Historia con mayúsculas, como una especie de adalid de un nuevo régimen democrático sin dedazo, sin imposición sucesoria. Un día escribirá un libro sobre su gestión y su pasaje político estrella será cuando escriba, muy orondo él, que nadie le creía pero que no hubo dedazo, que no impuso a su sucesora. Remitirá a testigos y éstos confirmarán la versión: no hubo dedazo. Nunca nos dijo que era Claudia su favorita.

No hace falta: durante cinco años permitió que Claudia Sheinbaum fuera vista como su sucesora, como la ungida por su dedo, y eso ya se refleja con amplitud en las encuestas que la entronizarán en unos días más. No hay forma de que pierda. El Presidente ya no tiene que intervenir, todo está consumado. Por tanto, salvo que ocurra algo extraordinario, y sin dedazo, mañana domingo iniciará el camino de ella hacia Palacio Nacional.

TRASFONDO

“No cabe duda que cuando alguien se entrega por entero a la mentira, pierde hasta la imaginación y el talento”, -dicen que dijo Visarión Belinski, un crítico literario ruso que también fue periodista. Supuestamente aludía al novelista, cuentista y dramaturgo ruso Nikolái Gógol, quien a sus ojos, y una vez encumbrado, había empezado a mentir.

El Presidente no se percata de que ha orillado a Marcelo Ebrard para que sea su propio Belinski.

Twitter: @jpbecerraacosta

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