Permítame, lectora-lector, que este sábado juegue a ese viejo y apasionante deporte extremo de la política nacional: el tapadismo y la sucesión presidencial.
El martes pasado, en la primera plana de El Financiero, se publicó una encuesta que me llamó la atención: la aprobación de Claudia Sheinbaum yacía desplomada del 65% al 49%, una caída brutal de 16 puntos entre octubre y mayo. Y claro, la misma medición marcaba un crecimiento vertiginoso de quienes la desaprueban: del 28% al 48%, veinte puntos más de rechazo en el mismo periodo.
Se trataba de su peor nivel desde que gobierna Ciudad de México, solo comparable con el repudio que tuvo cuando sucedió la tragedia la Línea 12 del Metro. Los indicadores sobre su gobierno en seguridad pública, economía, transporte público y contaminación, vaya, en todas las áreas, eran reprobatorios.
Tuitee: “Es solo una fotografía de hoy, nada más, pero me parece que alguien que no voy a mencionar (aunque se llame @m_ebrard) está sonriendo con esta encuesta que desciende, y asumo que alguien más (que tampoco cito aunque sea @Claudiashein), está incómoda.”
Habrá sonreído muchísimo Marcelo Ebrard.
De inmediato, y tal como lo suele hacer su mentor, Claudia dijo que ella tenía otros datos. Y mire, al día siguiente ocurrió una afortunada coincidencia para ella: EL UNIVERSAL publicó una encuesta sobre intenciones de voto para la Jefatura de Gobierno en Ciudad de México (Morena y sus aliados ganan por paliza, 53% contra 40% de la oposición) y, como dato colateral, arrojó números completamente diferentes para Sheinbaum: el 64% de la gente aprueba su trabajo, calificación muy alta, incluso por encima del 59% de Andrés Manuel López Obrador reflejado en la misma medición. Y, mejor noticia para ella, solo tres de cada diez la censuran, el 34%.
Ahora la sonrisa se le habrá esfumado a Marcelo.
Entonces tuitee: “Les decía: las encuestas solo son una foto del día y la imagen de esta mañana invierte los papeles de ayer, de manera que la que sonríe hoy es otra persona (@Claudiashein) y el que habrá enmudecido es otro (@m_ebrard). ‘Auch’, diría @JSantibanez00”, teclee, en alusión a la escritora que en respuesta a mi post previo había teclado justamente eso: “Auch”.
Auch doble, porque, más allá de encuestas, se ha desatado ya una guerra cotidiana que ambos políticos libran en varios frentes: en el partidista, por el control de Morena; en el electoral, por ver quién apoya a más candidatos de su partido y de mejor manera, como sucede estos días en las campañas electorales para seis gubernaturas, donde ambos se someten a los aplausómetros, a esa ridícula contienda para ver qué fanáticos gritan más fuerte “Presidente” o “Presidenta; y en Palacio Nacional, donde hacen hasta lo imposible porque el Presidente y sus cercanos los tengan a su lado, en su regazo político, donde descansan y son protegidos los incondicionales.
¿Tendrán claro el Presidente y la gente que lidera su partido que esta guerra por la sucesión entre Sheinbaum y Ebrard va a dinamitar la victoriosa y tersa sucesión que pretende e imagina el propio López Obrador?
¿Sí entienden que Ebrard, digamos que lealmente, o disciplinadamente, o sumisamente, ya cedió dos veces lo que considera su lugar en la historia política de México, esto es, la
Presidencia de la República (o al menos una candidatura), y que en esta ocasión no va a retroceder ni va a aceptar que le impongan a Claudia, o a alguien más?
¿Sí están conscientes de que, si Ebrard no obtiene esa nominación, no le interesa ser canciller de Sheinbaum, ni su secretario de Gobernación, ni su vicepresidente (si acaso existiera tal figura), ni su jefe de gabinete, ni nada de nada, tal como me confirma gente que presume estar en su círculo más cercano?
Ebrard va por la presidencia sí o sí, y si el Presidente opta por Sheinbaum, Marcelo quemará sus naves y se planteará seriamente ser candidato por otra fuerza política, que naturalmente será Movimiento Ciudadano, ese partido de un viejo conocido de él, Dante Delgado, quien estará encantado de tener al actual secretario de Relaciones Exteriores como su aspirante, mientras se foguea y madura el joven abogado que es alcalde de Monterrey, Luis Donaldo Colosio Riojas.
Aquellos que en Palacio Nacional creen el cuento de que Ebrard se volverá a someter a la voluntad presidencial, están muy equivocados: el caballero no aguardará a su cumpleaños 71 para ser presidente, o para intentar serlo (en 2030). Su tiempo es ahora, a los 62 años, nunca más, dicen allegados a él. “Marcelo estará en la boleta presidencial en 2024, no en la siguiente década, punto”, subrayan.
Y, ¿qué va a hacer Claudia si AMLO, a través de una encuesta partidista (o sea, vía su dedazo consultivo), unge a Marcelo? ¿Acaso hará y protagonizará “un Monreal”? ¿Va a patalear, amenazar, jurar que se irá por la libre como independiente y provocar un cisma? No. No hará nada. Su lealtad al Presidente es absoluta y obedecerá porque sabe que de otra manera sería tachada de traidora y sería defenestrada. Tampoco, juran sus colaboradores, se plantea una candidatura “bronca”, independiente.
El asunto ahora es cómo va a controlar el Presidente los instintos aniquilantes de los cercanos a Sheinbaum, que quieren hundir a Ebrard, ya sea a punta de provocaciones (recuerdan hace unos días cuando un claudista lo increpó afuera de Palacio Nacional), de escándalos como el de la Línea 12 (les salió mal el último dictamen, como vimos), o de plano con una guerra sucia sobre su vida personal. Su estrategia, según los marcelistas, es dejar tan enlodado a Ebrard, que caiga abismalmente en las encuestas que lo carean contra Sheinbaum, y con ello provocar que el Presidente se convenza de que el canciller no puede ser candidato, porque sería vapuleado en las urnas por la oposición.
¿Cómo va a evitar AMLO que Ebrard no llegue al 2023 y luego al 2024 en la lona del desprestigio, salpicado por el fuego amigo sheinbaumnista?
Pequeños problemas tienen en Palacio Nacional, porque ahí varios ya saben que, si no es Marcelo el candidato y ocurre una ruptura devastadora que dé el triunfo a la oposición, el verano del 2024 habrá un iracundo temblor en la Plaza de la Constitución…
Twitter: @jpbecerraacosta
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