Sin duda que la Presidenta de la República pudo haber sido mucho más incluyente durante el discurso que pronunció después de su toma de protesta ante el Congreso de la Unión. Era la primera pieza de oratoria en su calidad de Jefa de Estado. Era su primer mensaje como Comandanta Suprema de las Fuerzas Armadas de México y lo menos que uno podía esperar, luego de un sexenio atiborrado de enconos políticos y vituperios, eran frases que convocaran de forma inequívoca a la unidad, al menos en un pequeño párrafo donde se reconociera y respetara de forma clara la pluralidad que caracteriza a este país.

Y no hubo tal llamado a la concordia. No explícitamente. Hubo guiños por aquí y por allá, pero parecía más bien una declamación dirigida únicamente a los suyos, al mayoritario 59% de la población que votó por ella, y no al 41 % que la rechazó en las urnas. Mala redacción del discurso, porque Claudia Sheinbaum no debe ser la gobernante de seis de cada diez mexicanas y mexicanos, sino una estadista que le hable al 100 % de la gente, sin importar que cuatro de cada diez ciudadanos la rechacen. Ignorarla es asunto y derecho de los opositores, no de ella. Su deber es unir, no separar más lo que le heredaron severamente fracturado.

Ojalá que Sheinbaum contenga las naturales tentaciones de avasallamiento político que le dan sus mayorías constitucionales en el Congreso de la Unión y 27 congresos estatales. Ojalá, porque estoy seguro de que quienes votamos por ella lo hicimos convencidos de que le estábamos concediendo nuestro sufragio a una demócrata, a una hija del 68, a una líder del movimiento estudiantil de los años 80, a una persona que desde muy joven habrá entendido que la más grande de las virtudes que tiene la política es el arte de convencer a quienes opinan distinto, no de aplastarlos despiadadamente, tal como lo hacía el régimen priista, ese sistema represivo que padecimos tanto ella y su familia de origen, como la mía.

Sería tristísimo y decepcionante que durante su mandato se consolidara un movimiento autoritario con rasgos fascistas como los que exhibía el priismo del siglo pasado (el priismo de Enrique Peña Nieto fue un trágico error sexenal que afortunadamente fracasó por la insolencia, corrupción y mitomanía de sus próceres). Qué digo tristeza, qué digo decepción; una presidencia dictatorial en estos tiempos representaría una tragedia nacional contra la cual habría que luchar decididamente desde cualquier trinchera posible. No sufrió México asesinatos, desapariciones, vuelos de la muerte, exilios, despojos, encarcelamientos, arbitrariedades, represiones y desastres económicos del priismo para que nos vengan ahora a recetar un nuevo gorilato camuflado con ropajes democráticos. Una nueva dictadura imperfecta sería una desgracia social.

Dicho todo lo anterior, la parte del discurso dirigido a las mujeres fue muy emotivo. Por si no lo leyó o escuchó, un fragmento:

“Hoy quiero reconocer no sólo a las heroínas de la patria, a las que seguiremos exaltando, sino también a todas las heroínas anónimas, a las invisibles, que con estas líneas hacemos visibles. A las que con nuestra llegada a la Presidencia y estas palabras hago aparecer: las que lucharon por su sueño y lo lograron; las que lucharon y no lo lograron. Llegan las que pudieron alzar la voz y las que no lo hicieron; llegan las que han tenido que callar y luego gritaron a solas; llegan (…) las bisabuelas que no aprendieron a leer y a escribir porque la escuela no era para niñas; llegan nuestras tías que encontraron en su soledad la manera de ser fuertes. (…). Llegan ellas, las que soñaron con la posibilidad de que algún día no importaría si nacíamos siendo mujeres u hombres, porque podríamos realizar sueños y deseos sin que nuestro sexo determinara nuestro destino. Llegan ellas, todas ellas, que nos pensaron libres y felices”.

Muy bien, pero no debió haber omitido mencionar claramente a las mujeres que más sufren en este país: las madres de las desaparecidas, las madres de los desaparecidos. Lástima, porque como dice ella, como dice la Presidenta y Comandanta, “sólo lo que se nombra existe”. Ojalá rectifique y las abrace y acompañe siempre a partir de ahora, aunque piensen diferente a ella.

AL FONDO

Ojalá, de verdad, que la vaya muy bien en su gobierno, porque si el eje central de su mandato son las mujeres, como debe serlo, como dijo que será, tiene un reto enorme para contribuir a que, en un país envenenado por los machismos y la misoginia, las mexicanas encuentren paz y seguridad no sólo en sus calles, sino en sus entornos familiares, en sus círculos cercanos, donde también habitan feminicidas.

Vea usted las cifras generales: -En los primeros cinco años del sexenio pasado (diciembre de 2018 a diciembre de 2023) se perpetraron 4 mil 764 feminicidios, lo que representó un promedio de 952 casos (952.8) por año, al menos dos por día (2.6). -Además, hubo 14 mil 68 homicidios dolosos en el mismo periodo, un promedio de 2 mil 813 asesinatos de ese tipo por año (2,813.6), al menos siete (7.7) por día. Diez mujeres (10.3) asesinadas cada día. -Este año, con cifras hasta agosto, van mil 784 homicidios dolosos y 523 feminicidios, para un total de 2 mil 307 mujeres ultimadas, un promedio de nueve por día (9.45), una reducción de un caso al día, sí, pero es un dato que sigue siendo absolutamente inaceptable. Una de las primeras iniciativas de Sheinbaum está dirigida a proteger a las mujeres: “Como primera Presidenta de México mi obligación es proteger a las mujeres y que en la Constitución de la República quede establecido (…): el derecho a una vida libre de violencia, no sólo para las mujeres, sino para las y los adolescentes, las y los niños”, dijo el jueves pasado, al presentar reformas constitucionales para garantizar la igualdad sustantiva, la perspectiva de género y el derecho a una vida libre de violencia.

Más allá del loable espíritu de la reforma contra la violencia, en lo concreto, para empezar, se trata de que en la Constitución quede establecido que las fiscalías de investigación de todo el país deben tener áreas especializadas en delitos por razón de género. Y luego viene lo difícil: que se investigue la violencia con perspectiva de género a través de eficientes mujeres policías que preparen carpetas impecables para que los agresores sean atrapados y luego castigados ejemplarmente por juezas impolutas. Que se acabe con la impunidad machista, pues. Ojalá tengamos un país considerablemente menos violento con las mujeres dentro de seis años, para que nos encaminemos hacia un México con cero violencias feminicidas.

TRASFONDO

En el sexenio pasado uno de los peores errores cometidos por la oposición y sus comentócratas estrellas fue la trivialización del lenguaje, el desgarrar una y otra vez el significado de las palabras. De pronto había una especie de genocidio en México con “crímenes de lesa humanidad” porque los cárteles se están matando entre ellos. Casi el holocausto. Imagine usted. Vivíamos una “dictadura”, pero los columnistas le decíamos de todo (literal) al expresidente, algunos con datos, otros con el hígado y procacidades. Hoy siguen en lo mismo, con el añadido de inadmisibles términos racistas y misóginos contra Sheinbaum (no la bajan de presirvienta), pero, además, ahora la propia 4T se suma a la epidemia: dos de sus ministras afines hablan de “golpe de Estado” ante la posibilidad de que la Suprema Corte revise la constitucionalidad de la recientemente aprobada reforma al Poder Judicial. Ya podrían evitar caer en la misma frivolidad semántica de la oposición y argumentar con mayor elocuencia. ¿Golpe de Estado? ¿En serio? ¿Por revisar la reforma, su proceso legislativo y su constitucionalidad ocho ministros pretenden quitarle el poder a la Presidenta? Tal como lo hace buena parte de la oposición, qué falta de sobriedad y honestidad al hablar, escribir y estudiar un caso.

Twitter: @jpbecerraacosta

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