Vivimos en el país de El Chueco, de José Noriel Portillo Gil (30 años), alias “El Chueco”, el presunto homicida de dos sacerdotes jesuitas, Javier Campos y Joaquín Mora, así como del guía turístico Pedro Palma, a quienes habría ejecutado en una iglesia de Cerocahui, Sierra Tarahumara, en el municipio de Urique.
Desde hace muchos años esos dos sacerdotes, alejados de riquezas y abusos de la jerarquía católica, decidieron ir a esa zona sufriente para dar consuelo y acompañar a la gente más desvalida, no solo por la miseria y marginación ancestral, sino por la crueldad de los criminales que gobiernan ahí.
Ellos dos, los jesuitas, sí, Presidente, daban abrazos… y los mataron a balazos.
No podía ser de otra manera en el país de los miles de Chuecos, de esos seres despiadados que en un arrebato de machismo van y liquidan a dos viejos curas en Chihuahua (79 y 81 años), así, como si nada, como quien tumba a dos pájaros de un árbol con un rifle de diábolos.
Antier, los curas católicos, a través de la Conferencia del Episcopado Mexicano, emitieron un comunicado que denominaron “MENSAJE DE LOS OBISPOS DE MÉXICO POR LA PAZ”, en el cual criticaron duramente la estrategia de seguridad del gobierno federal, y en el que, al final, se lee esto, que asumo que es una alusión a un mensaje y una frase del papa Paulo VI en la VI Jornada de la Paz, por allá del lejanísimo lunes 1 de enero de 1973:
“Creemos que “la paz es posible, que tiene que ser posible”. En esta tarea todos los ciudadanos de buena voluntad podemos ser aliados. ¡No perdamos esta oportunidad!”
La paz es posible, tiene que ser posible. No, sus señorías, perdón por el desconsuelo que les voy a generar, pero la paz no es posible en México. Tendría que ser posible, sí, pero no es ni será así. No hay la menor oportunidad.
Ya no.
No en décadas, aunque yo creo que decir jamás es lo correcto. Es lo honesto. No es pesimismo, es apego a los hechos, a los datos duros.
Los criminales mexicanos son monstruosos y no cesarán de hacer lo que hacen… nunca. Perdón de nuevo por descorazonarlos, pero así será. Su Dios no tiene nada que hacer acá, en esta la durísima tierra narca mexicana. Acá rifa la Santa Muerte, no la Virgen de Guadalupe. Y las confesiones, no son más que ostentaciones de los delincuentes para sentirse absueltos y seguir asesinando.
Eso no va a cambiar. Ellos seguirán desapareciendo, violando, destazando, quemando, torturando, ejecutando y no se detendrán. Niños, jóvenes, mujeres, adultos, ancianos, da igual. Qué le hace, es bisnes. Mercancía. Enemigos. No cesarán. No lo hicieron con Miguel de la Madrid (cuando nació el infierno), con Carlos Salinas de Gortari, con Ernesto Zedillo, menos con Vicente Fox, mucho menos con Felipe Calderón, tampoco con Enrique Peña Nieto, ni lo harán con Andrés Manuel López Obrador.
Y con quien venga, mujer u hombre, se llame Claudia, Marcelo, Luis Donaldo, Ricardo, Enrique, o como ustedes escojan, será lo mismo. La comentocracia no quiere aceptarlo, pero así es: gobierno quien gobierne en México se ha esparcido tanta maldad que no hay redención posible. Es una forma de vivir, es una aspiración social irrefrenable en grandes porciones de la república. Vaya, aquí mismo, en la orgullosa CDMX, vaya usted al Centro Histórico y, si observa bien, hallará a la fauna malvada a sus anchas, extorsionando a todo mundo.
¿Detenerse? ¿Por qué lo harían? ¿Por qué el sicario dejaría de ser sicario si gana tan bien y su maldad es tanta que ya no mira su propia maldad? Tantos abismo ha visto que es el propio abismo. No reconoce la crueldad y por tanto no se arrepiente porque no la ve. Él solo trata de ser más macho para ser más malo para ser más temido y ascender en su escalafón criminal, en su infierno de vilezas. Eso lo aprendió desde niño, desde joven, de otros Chuecos como él, que ahora son capos que viven más que complacidos de sus vertiginosos éxitos.
Lo mismo el extorsionador. No tiene incentivos ni miedos para cesar sus crueldades. ¿Por qué se volvería bueno y pacífico y honrado y dejaría la hueva si la impunidad le garantiza triunfos totales y grandes beneficios para sus familiares y amigos y colonias y barrios y municipios y estados cada vez que pasa a cobrar piso luego de estar una semana en la hamaca o en el antro?
Y así, multiplíquenlo por miles, sus señorías.
Ustedes, señores obispos, piden que todos nos unamos. Los ciudadanos de buena voluntad podemos ser aliados en lo que gusten y manden, pero no hay oportunidad alguna de ganar esta guerra, o de detenerla, y ya es tiempo de decirlo: México se jodió hace mucho tiempo, México se sigue jodiendo, y México no dejará de estar jodido en ningún momento cercano, al menos no en temas de inseguridad y violencia.
De pronto habrá picos muy elevados de homicidios dolosos, de pronto los asesinatos se contendrán, a veces disminuirán ligeramente, pero, expliquen ustedes a sus fervientes seguidores por qué los cárteles dejarían de matarse entre ellos; qué digo matarse, exterminarse, porque en sus microguerras, los narcos mexicanos sí son genocidas: pretenden desaparecer y erradicar a los otros.
Vaya, olviden a los cárteles: qué motivaría a las enloquecidas células criminales para detener su insensata balcanización. Nada, padres, nada. Créanme, los he visto a los ojos, los he escuchado ufanarse de que comen corazones de sus enemigos.
Perpetrar tantas atrocidades difumina la maldad propia.
Ellos ocupan que los demás tiemblen ante ellos. Que tengan pavor. Terror. Que se hinquen no a rezarle a Jesucristo, sino a implorar a El Chueco local que, perdón una vez más, es el mismísimo dios en su parcela. Tú me matas diez, yo te descuartizo 15; tú me levantas a cuatro, yo te rapto a siete mujeres, porque ahora toman mujeres como trofeos de guerra, sí estaban al tanto, ¿verdad monseñores?, que no les basta con el tráfico sexual de jóvenes sino que vejan y liquidan a las mujeres del enemigo.
Si quieren, oremos, sus señorías, pero algunos curas entre los suyos que trabajan ahí, en los barrios, en las colonias ricas, en los pueblos, en las ciudades, en los estados, ya se los han dicho a ustedes mismos: “No sirve rezar. Ya no. Monseñor, no hay piedad. Monseñor, no hay esperanza. Monseñor, la maldad gobierna a estos demonios. Monseñor, es mucha gente, son muchos padres, madres, abuelos, esposas, hijos los que benefician de ese dinero con sangre, ese maldito dinero sucio. Hasta nosotros tenemos que aceptar sus monedas demoniacas, Monseñor, o nos matan. Monseñor, no tenemos perdón, ni ellos, ni los gobiernos, ni los periodistas ni nadie, Monseñor, porque no hemos dicho la verdad a nuestro feligreses: estamos perdidos, Monseñor. Monseñor, tengo miedo y he perdido la fe”.
Ver tantas maldades no suprime la maldad.
Perpetrar tantas maldades borra la maldad propia, entiendan.
Nuestros Chuecos ya no ven lo que hacen. Enceguecidos, yacen en el abismo de ellos mismos y han perdido el control. Mientras anden libres, mientras tengan vida en libertad, no pueden suprimir lo que son. Y ustedes, aunque sea políticamente incorrecto, saben lo que son, monseñores: demonios, almas perdidas que dañan con total impunidad.
El Estado, perdón por última vez, monseñores, ¿qué es eso? ¿El que a sabiendas de lo que hacía permitió desde 2018 que El Chueco creciera y creciera hasta ser El Chueco que endiosaba a su fusil para ejecutar a dos jesuitas?
Así que, pues eso: hoy, en este país, señores obispos, hay que implorar para que no nos topemos con un Chueco, ni ustedes ni nosotros, o que si se nos arrima uno, pues ya qué, que Dios nos agarre confesados, porque piedad no tendrá el muy jijo de un Chueco.
BAJO FONDO
Felicidades, gobernadores y presidentes de ayer y hoy (PRI, PAN, PRD, Morena y anexas), la misa ha terminado: hemos perdido porciones del país gracias a ustedes, que no contuvieron ni castigaron a los miles y miles de Chuecos que desde los ochentas han sido engendrados bajo sus desgobiernos.
Pueden ir en paz con su dinero corrupto, desgraciados, la barbarie no ha terminado.
Twitter: @jpbecerraacosta